viernes, 4 de diciembre de 2020

«El practicante», de Carles Torras: el mal sobre ruedas o el más difícil todavía.

 

El  terror psicológico en el cine español: El practicante o las eficaces armas estratégicas de la maldad.

 

 

Título original: El practicante

Año: 2020

Duración: 94 min.

País: España

Dirección: Carles Torras

Guion: David Desola, Hèctor Hernández Vicens, Carles Torras

Fotografía: Juan Sebastián Vasquez

Reparto: Mario Casas, Déborah François, Celso Bugallo, Raúl Jiménez, Pol Monen, Guillermo Pfening, Maria Rodríguez Soto, Gerard Oms.

 

         Con el eco de El coleccionista y de La semilla del diablo en la retina, el espectador se adentra, desde los primeros planos de la película en una psicología muy particular y, no tardamos en darnos cuenta de ello, altamente venenosa. Un camillero de ambulancia que prioriza el robo de objetos en la escena de la defunción frente a la atención a las víctimas y que, en su casa, a pesar de tener una mujer joven y hermosa, no es precisamente “la alegría de la huerta”, sino un carácter introvertido, huraño y celoso, no nos prepara para una película plácida o meramente psicológica, porque, desgraciadamente, el retrato del personaje resulta lastimosamente plano, y a ello se ha de deber, sin duda, que el esfuerzo de interpretación de Mario Casas lo haya llevado a una reducidísima gama de gestos y expresividad verbal, porque bien puede decirse que, desde el comienzo, se coloca el careto de amargado acomplejado que, con el transcurso de la historia, se limita a acentuar hasta conseguir entrar en la galería de asesinos psicópatas que, de todos modos, no llega a los niveles de un Hannibal Lecter, por ejemplo, o a la ingenuidad del protagonista de El autor, de Martín Cuenca; pero sí ocupa un nivel intermedio con sólida credibilidad que irá ganando peso con el paso del metraje. Es una película que va de menos a más, sobre todo porque la maldad del protagonista se acentúa cuando, habiendo quedado paralítico tras sufrir un accidente con la ambulancia en la que trabaja, la vida práctica y la sentimental se le complican enormemente. El despecho, los celos, el rencor, su maldad congénita, la sed de venganza y otros componentes clásicos de ciertas personalidades perturbadas se dan cita en este protagonista excesivamente compacto, sin cintura alguna para el cambio y al que Mario Casas da vida, esforzadamente, con las pocas armas que el director ha puesto a su disposición y que no evitan esa cierta planicie de la que hablaba en la composición del protagonista. De hecho, la absoluta ausencia de humor, ¡y anda que lo macabro no da de sí para ello!, es uno de las grandes lastres de la película; pero ello no impide que la película venza todas esas adversidades y vaya progresando hacia una situación angustiosa que el guion dosifica perfectamente para que los espectadores sigamos la peripecia del «practicante» con una eficaz angustia, favorecida por unas escenas de «acción» -entiéndaseme el neologismo- capaces de, a los más sensibles, retirar la mirada o parapetarse tras las palmas entreabiertas…

         Estamos, pues, ante una película de género que cumple con creces con las expectativas mínimas que este exige para admitirla en el selecto club. En ese sentido la película logra su objetico. Mi lamento básico es que se haya desperdiciado la oportunidad de redondear la historia, de darle una complejidad que supere la nula evolución de los personajes, tan encasillados en su función de peones de la historia que no tienen vuelo ni historia propia. Y el protagonista lo único que hace es descender en el abismo de la miseria que queda perfectamente retratada desde el primer tercio de película. Ese afán, llamémosle «verista», es, por otro lado, el que no deja de plantear ciertas dudas sobre las generosas capacidades del protagonista reducido a su silla de ruedas, pero todo se da por bueno ante la eficacia con que se administra la susceptibilidad del espectador. Me es imposible relatar nada del argumento porque chafaría la película a quien se atreva a verla. Digo «atreverse» por la oscura y aun tenebrosa psicología del protagonista, la cual, a pesar de la uniformidad exhibida a lo largo de la película, es lo suficientemente poderosa como para meterle el espanto en el cuerpo a los espectadores poco acostumbrados a este género en el que la espiral de los asesinatos está en relación directa con la desesperación lúcida del protagonista, quien siempre escoge la vía del reto del más difícil todavía.

         Aunque hay algunas escenas exteriores, estamos en presencia de una película de interiores que, además, correspondiéndose con los relativamente reducidos ingresos de los protagonistas, constituyen un factor de creación de angustia que, espacialmente, se corresponde con la psicología del protagonista, quien parece moverse en su propia casa superando obstáculos. La solidez interpretativa, sobre todo de Déborah François, cuyo principal obstáculo para «entender» su personaje habrá sido imaginar cómo hubo un pasado en el que ambos fueron felices, ¡él distinto!, y ella, enamorada de él. La película aporta muy poca información sobre ese pasado, aunque fía la distancia en la pareja a la imposibilidad de engendrar descendencia, lo cual adquiere una significación dramática que se acerca poco menos que a la Yerma de Lorca. Ya digo, con todo, que ninguno de estos reparos afecta para nada a la eficacia terrorífica de la película, excelentemente resuelta, y cuyo final, además, logra elevarla por encima de la media de las películas de este género. Los espectadores tienen la palabra. Yo la seguí con los niveles de tensión adecuados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario