Un recorrido
vigoroso por las cloacas del Poder, de la impostura y de la picaresca de altos
vuelos…
Título original: El hombre
de las mil caras
Año: 2016
Duración: 123 min.
País: España
Dirección: Alberto Rodríguez
Guion: Alberto Rodríguez,
Rafael Cobos (Libro: Manuel Cerdán)
Música: Julio de la Rosa
Fotografía: Alex Catalán
Reparto: Eduard Fernández,
José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Luis Callejo, Emilio Gutiérrez Caba,
Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc, Enric Benavent, Christian
Stamm, Philippe Rebbot, Alba Galocha, Jimmy Shaw, Craig Stevenson, Miguel
García Borda, Santiago Molero, Rafael Sandoval, Ramón Rados, Mireia Portas,
Jöns Pappila, Ricardo Reguera, Gilles Treton, Jim Arnold, Leticia Etala, Marcos
Ruiz, Miko Jarry, Agustín Galiana, Chacha Huang, Eric Tu, Mar García, Itziar
Atienza, José Manuel Poga, Ramón Ibarra, Esteban Ciudad, Javier Varela, Félix
Granado, Natxo Molinero.
Reconozco que, en su día, me condicionó
tanto la figura plúmbea y anodina de Paesa, que no acertaba a imaginar que con
ella se hubiera podido hacer una película que me llamara la atención e incluso que me llegara a gustar. Venía de ver La
isla mínima y, mea culpa, no quería que un fantoche como Paesa me
indigestara un recuerdo tan magnífico como el de esa película brillantísima. La
peripecia de Roldán y la del propio Paesa fue lectura asidua de muchos durante
mucho tiempo, lo suficiente como para haber «visto» esa película con todo lo
que tenía de esperpento, orgías de Roldán incluidas, tal y como aparecieron en
Interviú. Hice mal, ahora lo sé y me arrepiento por no haber confiado en un
autor tan sólido como Alberto Rodríguez.
Mi satisfacción actual no ha aumentado
por el error que cometí, porque, si hubiera dejado de lado la pereza y los
prejuicios, la hubiera alabado como me dispongo a hacerlo ahora. Quienes hayan visto The laundromat: Dinero sucio, titulada también
La lavandería, de Steven Soderbergh, rodada con posterioridad a la
presente, reconocerán inmediatamente el ritmo trepidante que ambas, a su vez,
quizá aprendieron en aquella locura de película de Spielberg que fue Atrápame
si puedes, tan flojita, por cierto. La presencia de un personaje inventado
como colaborador de Paesa, tan bien «llevado» por Jose Coronado, que es además
el narrador de la historia, nos permite coger esa distancia crítica con el
personaje, al que se respeta, teme y se compadece casi a partes iguales. Lo
cierto, no obstante, es que el director ha sabido encontrarle el punto a la
historia, tan alocada, es cierto, pero tan medida.
Las andanzas de un pícaro como Paesa, capaz de embaucar al
lucero del alba, amén de a los torpes servicios secretos y policía españoles, nos
pone en contacto con una realidad sórdida, poco aireada y perfectamente
imaginada y representada, tanto en sus papeles estelares. Roldán y Belloch, por
ejemplo, como en papeles secundarios cuya presencia aporta toneladas de verosimilitud
a la historia, como el representado por Emilio Gutiérrez Caba. Partir de un
hecho real y conocidísimo podría dar a entender que, sabiéndolo todo de la
historia, ningún aliciente podría tener esta misma. Sucede justo lo contrario:
el espectador, que tras tanto tempo transcurrido, ha perdido no pocos cabos de
aquel suceso, se regocija con cada nueva aparición que le va refrescando los
extremos de una historieta que asombró al mundo y a la que Alberto Rodríguez ha
sabido extraer todo lo que tiene de thriller político, de esperpento
costumbrista y de comedia de altos vuelos. Es cierto que Eduard Fernández contribuye
lo suyo a potenciar la figura anodina de Paesa, aunque, para ser sinceros, la película
quizá debiera de haberse titulado El hombre de una sola cara y de los mil
embustes, porque, seguramente atendiendo a su inequívoca discreción
anodina, Fernández interpreta su personaje más con la voz que propiamente con
el gesto, como el jugueteo constante con el encendedor permite comprobar, por
ejemplo. Sí, decididamente, Paesa cae dentro del concepto de «antihéroe», del
embaucador genial capaz de venderle un misil a ETA con rastreador para que la
policía os descubra, como de quedarse, mediante casi inverosímiles transacciones
bancarias, con el dinero de Roldán y de sacarle, además, 300 millones de las
antiguas pesetas al Estado por la entrega de Roldán, y todo ello para poder
seguir, tanto tiempo después, vivito y coleando, y acaso disfrutando de los «ahorros»
tan bien gestionados…
Cualesquiera peros de inverosimilitud que se le quieran poner
a la película, se diluyen ante el poderío fílmico desplegado por Rodríguez, con
una producción con exteriores en París y Singapur, y otros ficticiamente
representados en estudio, pero que le conceden a la película ese aire casi de
producción internacional muy logrado. No contento con esos objetivos cubiertos,
Rodríguez aún es capaz de hacer un ejercicio de análisis psicológico de la vida
matrimonial de Paesa, porque su compinche, Coronado, un piloto con un amor en
cada aeropuerto, le pone el contrapunto a esa necesidad de «retirada» al hogar
que parecer ir buscando constantemente el personaje, una vez puestos a buen
recaudo los dineros que la permitan, por supuesto. En fin, que se trata de una
película con buenas dosis de historicidad y no menos de ficción, pero ambas
vertientes se suman para ofrecernos una película llena de secuencias magníficas
que no excluyen, por supuesto, la excelente recreación, algo tensa, sin
embargo, de Carlos Santos como el prófugo Roldán -¡un Brahms por medio magnífico!-,
pronto aquejado de la nostalgia del «emigrante» separado de su familia… En
resumen, una delicia que verán con mayor gusto, sin duda, quienes vivieron como
presente aquellos acontecimientos, sobresalto tras sobresalto informativo.
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