lunes, 28 de diciembre de 2020

«Esclava de un recuerdo», de Edwin L. Marin o el drama de la posguerra.

Un curioso caso de mezcla única entre melodrama y cine de propaganda.

Título: Young Widow

Año: 1946

Duración: 100 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Edwin L. Marin

Guion: Richard Macaulay, Ruth Nordli, Margaret Buell Wilder (Novela: Clarissa Fairchild Cushman)

Música: Carmen Dragon

Fotografía: Lee Garmes (B&W)

Reparto: Jane Russell, Louis Hayward, Faith Domergue, Kent Taylor, Penny Singleton, Connie Gilchrist, Cora Witherspoon, Norman Lloyd, Steve Brodie, Richard Bailey, Robert Holton, Peter Garey, William Moss, Bill Murphy, Marie Wilson.

 

         Un excelente melodrama de serie B, con un empaque formal perfecto y una fluida narración en la que se mezcla el melodrama y la comedia, con dosis de humor perfectamente adecuadas al desarrollo serio de la trama, consigue captar mi atención en la cinta del gimnasio y me impele a correr los 12 kilómetros que dura el visionado de la misma. Hecha para lucimiento de Jane Russell, la actriz se mete de lleno en el papel de viuda que recuerda muy intensamente los años de felicidad que tuvo con su marido antes de que este se alistara en el ejército y muriera en el transcurso de la guerra. Se retira de su profesión de periodista y vuelve a la casa familiar, donde espera poder sobrellevar, con una vida centrada en la explotación agrícola y ganadera, el lancinante recuerdo de su marido, con quien habla y de cuya «sombra» no puede despegarse, hasta que decide dejar su asa, volver a la ciudad, retomar su profesión y tratar de atenuar, así, el dolor del recuerdo. En el tren, abarrotado de soldados, acaba viajando junto a un militar bienhumorado y seductor que intenta una aproximación. Tras despedirse en la estación, ¡mítica ahora!. de Pennsylvania Station, demolida en 1963, el militar que escucha la dirección que le da al taxi, decide continuar su particular despliegue seductor. Llenos los hoteles, la protagonista acaba instalándose en un piso con dos amigas más y, a partir de ahí, se van mezclando las aventuras de las jóvenes casaderas y las de los militares, ansiosos de resarcirse de los años de guerra.  Poco a poco, la relación entre ambos va cuajando, aunque él no entiende las primeras reacciones de ella, que lo esquivan abruptamente. Cuando se entera de que ha perdido a su marido en la guerra y que su recuerdo sigue extraordinariamente vivo en ella, el militar reconduce su táctica de asedio hacia el acompañante perfecto que no exige nada y que lo espera todo.

         La ciudad de Nueva York adquiere un cierto protagonismo en la obra, porque hay mucha escena de calle, y se pretende ofrecer el ambiente de una ciudad que acoge a los vencedores de la IIGM con un optimismo que choca, sin embargo, con la historia que nos cuenta la película. De hecho, apenas concluí el visionado, me dije que lo que había visto era una película de propaganda financiada por las autoridades. Se trataba, me dije, de hacer ver a las jóvenes viudas de guerra que su vida no se había acabado con la pérdida que habían sufrido, por terrible que fuera, sino que aún estaban a tiempo de iniciar una “nueva”, y que esta siguiera su curso, salvando el escollo del doloroso recuerdo. A este respecto, la historia es ejemplar, sin duda, si bien ha de reconocerse que la protagonista le pone las cosas harto más que difíciles al enamorado militar que decide no rendirse ante el desafío que le lanza el recuerdo idealizado del marido perdido. Porque, por exigencia del guion, cuando salen a bailar, por ejemplo, la orquesta interpreta «la» canción que ella bailaba con su marido, por ejemplo, lo que la sume en una tristeza más que justificada.

         La película trata primorosamente a la actriz protagonista, Jane Russell, de quien plasma primeros planos como en pocas películas le tomaron. Y he de decir que es capaz de hacer llegar al espectador la inmensidad del amor que sentía por su marido, del mismo modo que es capaz de, prudentemente, empezar a considerar la posibilidad de no ver la existencia de una posibilidad amorosa como echar más tierra sobre la tumba del marido. El guion sigue, de un modo discreto pero efectivo, los meandros de la vida cotidiana, y a través de varios episodios curiosos va construyendo el nuevo horizonte de vida al que la protagonista se asoma con muchas incertidumbres que irá venciendo no sin íntimas luchas, pero con sólido convencimiento. Aunque la propaganda de los carteles de la época la muestra casi como un sexy-symbol cuya capacidad de seducción física fuera el núcleo de la película, estamos ante una muy casta historia totalmente de carácter psicológico, y en la que la atormentada protagonista, aunque siempre tan exuberante, nos mete de lleno, y con muy buenas maneras de actriz exquisita, en su atormentada vida emocional. El coprotagonista, Louis Hayward, con una sólida carrera frente a la incipiente de Russell -se trata de su segunda película- tiene un papel definitivo para la construcción del melodrama, sobre todo cuando su «abordaje» festivo choca con la realidad dolorosa de ella. Como se dice en las críticas que atienden más al star system que a la calidad de la película, hay «química» entre ellos. En general, todos los secundarios cumplen a la perfección con sus cometidos, logrando, en según que secuencias, un aire de película coral propia de la gran comedia usamericana y aun del musical, porque aquí y allá se intercalan canciones perfectamente entretejidas en la trama básica.

         Ya digo, es una película de serie B, típica de los «artesanos» que trabajaban a sueldo para los estudios y rodaban lo que les «tocaba», pero, en este caso, como en muchos otros de la serie B, el esmero es tan grande que la caligrafía del film es perfectamente intercambiable con la de la serie A, pero a menor costo. Un día deberíamos hacer una reevaluación de las pertenencias a una y otra serie, porque nos íbamos a llevar muchas sorpresas.

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