Una vuelta de tuerca sobre una historia archisabida, contada desde un nuevo punto de vista y una interpretación antológica de Charles Laughton.
Título original: The Suspect
Año: 1944
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Siodmak
Guion: Bertram Millhauser
Música: Frank Skinner
Fotografía: Paul Ivano
(B&W)
Reparto: Charles Laughton, Ella Raines, Henry Daniell, Rosalind Ivan,
Stanley Ridges, Dean Harens.
¡Qué ingente archivo de
películas ignoradas puede un aficionado encontrar en esa bendición de YouTube!
Verdaderas joyas llega uno a encontrar a poco que tenga paciencia para ir
descubriendo títulos de autores cuya solvencia debiera habernos lanzado antes a
una investigación minuciosa para localizar unas obras cuya autoría avala la
apuesta segura por la calidad de las mismas. Los primeros compases de El
sospechoso nos adelantan, argumentalmente, media película, porque la huida
de su casa de un joven ya talludito, porque no «aguanta» a su madre, y la inmediata
ocupación, por parte del padre, de la habitación del hijo para disfrutar de «habitaciones
separadas» contra su insufrible mujer, constituyen un prólogo demasiado
orientativo de lo que puede suceder a continuación.
Y ello es lo
que sucede, obviamente. Una hermosa joven entra a pedir empleo en la tienda de
tabacos que regenta el protagonista, un Charles Laughton en su cuarentena,
rebosante del arte que, más adelante,
derrochará en películas tan extraordinarias como la semidesconocido El déspota,
de David Lean o Testigo de cargo, de Wilder, y que ya había derrochado a
raudales en Esmeralda, la zíngara, de Dieterle, en la que yo lo conocí y
quedé subyugado por su buen hacer para siempre. Si a eso le añadimos el
prestigio como mítico director de una película tan extraordinaria como La
noche del cazador, tendremos la perspectiva completa para valorar esta
versión del asesinato perfecto que solo el propio protagonista es capaz de
resolver, ante las sospechas que el accidente mortal de su esposa despierta en
Scotland Yard.
Antes de llegar
a la irrupción de la policía en su vida, la película sigue con fantástica
capacidad de síntesis el proceso de relaciones entre el protagonista y la joven
a la que decide «amparar», cuya compañía busca asiduamente, lo que despierta en
él, al sentirse correspondido por ella, algo que, dada la belleza de Ella Raines,
solo puede entenderse desde su lamentable y más que precaria situación económica,
a pesar de sus obvias limitaciones estéticas, un deseo al que, en un momento
dado, decide cortarle las alas, resignado a la desastrosa vida con su mujer, la
dueña real del negocio que él dirige. Una vez que la mujer descubre su doble
vida y de quién está enamorado, y antes de que ella lo confiese a los cuatro
vientos, pata escarnio de él y perjuicio de ella, quien trabaja como modelo en
una tienda de modas, él, cegado por el afán de venganza contra un ser tan malévolo,
empuña un bastón del paragüero y… la piedad de una elipsis nos lleva al
entierro donde padre e hijo, afligidos, reciben las condolencias de los
familiares, amigos y vecinos.
Al final del
día de duelo es cuando aparece el agente de Scotland Yard en una doble prefiguración:
An inspector calls, de Guy Hamilton y la más tardía La huella, de
Mankiewicz. En una escena calculada y teatral, llena de claroscuros, el
inspector, guiado por la intuición, representa ante el marido el hipotético
asesinato de su esposa, para el que no tiene prueba ninguna, a pesar de su
firme convicción de que todo ha sucedido como él imagina. Laughton, a medida
que avanza la representación del inspector, va mudando de color y empieza a sudar
hasta que, en un gesto de dignidad herida, exige al inspector que deje de
inventar asesinatos y le guarde un mínimo de respeto a la dignidad de la
fallecida en tan trágico accidente.
El matrimonio
relativamente inmediato de la casta pareja de amantes aviva en el inspector la
necesidad de echar un cebo al asesino para que acabe cometiendo algún error. Y
ahí es donde emerge la figura de su vecino, un borrachín que le da mala vida a
su mujer, violencia física incluida, y a quien convence el inspector para
tenderle una trampa al hipotético asesino… Qué sea de esa trama que se inicia
con el chantaje por parte del vecino. Nada diré, porque estoy convencido de que
cualquier buen aficionado estará deseando verla. Educado en la estética del
claroscuro del expresionismo, Siodmak saca un excelente partido de las imágenes
en penumbra, como la que cobija los títulos de crédito y las que cierran la película,
pero, por el medio, el espectador dispone de unos 80 minutos de impecable buen
cine, con una historia contada con tanta delicadeza como implícita brutalidad,
aunque, para lo bueno y para lo malo podríamos decir que todo depende del trabajo
de Laughton, quien se apodera de los planos casi con su sola presencia. En
cuanto toma la iniciativa, el realismo de su intervención rompe las barreras de
la ficción y seguimos, de su mano, los vaivenes de una aventura que no por
menos sabida no deja de sorprendernos con un final auténticamente inesperado y
que proporciona a la película un giro inédito.
La historia,
ambientada a comienzos del siglo XX, 1902 , en un barrio residencial de Londres,
se nos cuenta casi como una manifestación propia del carácter inglés que
adquieren ciertas costumbres, públicas o privadas, aunque enseguida advertimos
que puede extrapolarse a cualquier latitud el conflicto psicológico de los matrimonios
fracasados que dan pie a delirantes soluciones últimas que permitan la libertad
de alguno de los cónyuges. La obra está llena de deliciosos detalles cotidianos
y de escenas, como la confidencia de la coprotagonista a sus compañeras de
trabajo o la dramática del enfrentamiento a cara de perro entre los esposos que
nos están indicando a las claras que estamos ante una obra de palabras mayores,
por tópica que sea la situación y consabido, en parte, el argumento.
Dispónganse a celebrar la magia de la actuación de un actor fuera de lo común.
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