miércoles, 17 de marzo de 2021

«Crack-Up», de Irving Reis un «thriller» en el mundo del arte.

Excelente guion para una trama sobre falsificaciones y robos de obras de arte, con un crítico de arte como insólito protagonista. 

 

Título original: Crack-Up

Año: 1946

Duración: 93 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Irving Reis

Guion: Fredric Brown, John Paxton, Ben Bengal, Ray Spencer

Música: Leigh Harline

Fotografía: Robert De Grasse (B&W)

Reparto: Pat O'Brien, Claire Trevor, Herbert Marshall, Ray Collins, Wallace Ford, Dean Harens, Damian O'Flynn, Erskine Sanford, Mary Ware.

 

         De Irving Reis ya hablé en la crítica a su espléndida adaptación cinematográfica de una obra de Arthur Miller, y decía lo cómodo que se siente uno con directores que estando en un segundo plano respecto de las grandes estrellas reconocidas nos ofrecen películas de la misma categoría y sin tanta devoción babeante de feligreses militantes. Crack-Up, que podríamos traducir por «Colapso» o, más expresivamente por «¿Me estoy volviendo loco?» es un thriller muy singular, porque en vez de fijarse en el hampa y alrededores se centra en el mundo del arte y de los museos, y tiene a un crítico y conservador del museo como protagonista-detective de una trama en la que se ve envuelto por su escrupulosidad académica. El papel le cae algo grande a Pat O’Brien, demasiado inexpresivo y envarado, pero poco a poco se hace con las riendas del personaje y seguimos sus peripecias con indudable interés.

         La película tiene un comienzo muy abrupto, porque un hombre, aparentemente desesperado o borracho o pendenciero entra en un museo tambaleándose y tropieza con una estatua a la que le arranca un apoyo antes de caer tendido en el suelo y ser apartado por un celador instantes antes de que la estatua clásica caiga justo a su lado, lo que probablemente hubiera acabado causándole la muerte. La policía insiste en arrestar al hombre, pero los miembros de la Junta Directiva del Museo, que estaban celebrando una sesión lo reconocen e interceden por él, porque ha de haber una explicación para un comportamiento tan insólito.

         Comienza, entones, un flashback que nos pone en antecedentes de lo que puede haber pasado. El crítico aparece dando una de sus lecciones de arte a los visitantes, comparando tendencias y pontificando respecto de las tendencias artísticas. Así, asistimos a una comparación entre El ángelus, de Millet y una burda imitación de un cuadro de Salvador Dalí, quien desde 1940 hasta 1948 tuvo una notable presencia en la vida usamericana. Lo curioso, además, es que los guionistas hayan querido contraponer a Millet con Dalí, cuando ese cuadro, El ángelus, era el favorito de Dalí. Durante esa clase magistral un asistente, con aire de artista bohemio francés protesta airadamente contra el desprecio del crítico, pero es sacado de la sala entre abucheos.

         Poco después, cuando el crítico manifiesta su interés en analizar concienzudamente la autoría de un cuadro del museo, recibe una llamada telefónica que le avisa de la súbita enfermedad de su madre. Coge el tren y, en unas escenas de brillante realización, ve en una curva venir hacia él la potente luz de una máquina de otro tren que acaba impactando contra el suyo, e inmediatamente después, lo único que recuerda es su irrupción violenta en el museo.

         Con el aval del director del museo, el crítico no es detenido y se retira a su apartamento, para recuperarse. Eso sí, el Consejo que dirige el museo decide prescindir de sus clases magistrales que, sin embargo, tanto público atraían a la institución.

         A partir de ese momento, liberado de sus obligaciones, no va a tener otro afán que tratar de reconstruir lo que sucedió y cómo ha sido posible que él no haya sufrido el accidente ferroviario que sufrió. Si en la primera parte, como crítico displicente y encumbrado estaba algo insoportable, Pat O’Brien, en la segunda parte, revestido de investigador privado, mejora su interpretación y, desde que la policía lo acosa por haber descubierto una posibilidad de fraude en los cuadros del museo, los espectadores seguimos con expectación sus andanzas. A ese respecto,  escenas como la de la trampa en el Museo, tras un asesinato del que resulta ser el primer sospechoso, la escena en la casa de apuestas y las tensas del buque donde descubre el contrabando de obras falsas, son muy meritorias; pero es la propia investigación de su accidente, con una repetición de sus movimientos desde que compra el billete que le confieren a la escena un aire de película surrealista, por la comparación constante entre uno y otro viaje, una atmósfera plenamente onírica que más tarde se resolverá en relación con la participación del crítico en la Segunda Guerra Mundial.

         Como se aprecia, la película tiene no pocos alicientes. Claire Trevor, que hace de periodista y novia «eterna» del bachelor renuente al matrimonio, quien está en conversaciones con un amigo inglés para colaborar con él profesionalmente. Se trata de Herbert Marshall, nada menos, uno de los grandes «elegantes» carismáticos del cine. Ambos pretenden disuadir al crítico de lanzarse a una investigación insensata, pero ella colaborará con él en cuanto pueda.

         Como hay un juego de personalidades fingidas, me abstengo de dar más pistas, para dejar que el espectador se lleve las mínimas sorpresas correspondientes a la trama. En todo caso, se trata de una película próxima a la serie Be, pero muy bien narrada por Reis, quien no desdeña ninguno de los recursos tópicos de las películas policiacas para mantener el suspense de los espectadores, quienes ven las amenazas al protagonista incluso entre sus más allegados…Véanla, merece la alegría de su ajustado metraje.

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