Excelente guion para una trama sobre falsificaciones y robos de obras de arte, con un crítico de arte como insólito protagonista.
Título original: Crack-Up
Año: 1946
Duración: 93 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Irving Reis
Guion: Fredric Brown, John Paxton, Ben Bengal, Ray Spencer
Música: Leigh Harline
Fotografía: Robert De Grasse
(B&W)
Reparto: Pat O'Brien, Claire Trevor, Herbert Marshall, Ray Collins,
Wallace Ford, Dean Harens, Damian O'Flynn, Erskine Sanford, Mary Ware.
De Irving Reis ya hablé en la crítica
a su espléndida adaptación cinematográfica de una obra de Arthur Miller, y
decía lo cómodo que se siente uno con directores que estando en un segundo
plano respecto de las grandes estrellas reconocidas nos ofrecen películas de la
misma categoría y sin tanta devoción babeante de feligreses militantes. Crack-Up,
que podríamos traducir por «Colapso» o, más expresivamente por «¿Me estoy
volviendo loco?» es un thriller muy singular, porque en vez de fijarse en el
hampa y alrededores se centra en el mundo del arte y de los museos, y tiene a
un crítico y conservador del museo como protagonista-detective de una trama en
la que se ve envuelto por su escrupulosidad académica. El papel le cae algo
grande a Pat O’Brien, demasiado inexpresivo y envarado, pero poco a poco se
hace con las riendas del personaje y seguimos sus peripecias con indudable
interés.
La película
tiene un comienzo muy abrupto, porque un hombre, aparentemente desesperado o
borracho o pendenciero entra en un museo tambaleándose y tropieza con una estatua
a la que le arranca un apoyo antes de caer tendido en el suelo y ser apartado
por un celador instantes antes de que la estatua clásica caiga justo a su lado,
lo que probablemente hubiera acabado causándole la muerte. La policía insiste
en arrestar al hombre, pero los miembros de la Junta Directiva del Museo, que estaban
celebrando una sesión lo reconocen e interceden por él, porque ha de haber una
explicación para un comportamiento tan insólito.
Comienza,
entones, un flashback que nos pone en antecedentes de lo que puede haber pasado.
El crítico aparece dando una de sus lecciones de arte a los visitantes,
comparando tendencias y pontificando respecto de las tendencias artísticas.
Así, asistimos a una comparación entre El ángelus, de Millet y una burda
imitación de un cuadro de Salvador Dalí, quien desde 1940 hasta 1948 tuvo una
notable presencia en la vida usamericana. Lo curioso, además, es que los
guionistas hayan querido contraponer a Millet con Dalí, cuando ese cuadro, El
ángelus, era el favorito de Dalí. Durante esa clase magistral un asistente, con
aire de artista bohemio francés protesta airadamente contra el desprecio del
crítico, pero es sacado de la sala entre abucheos.
Poco después,
cuando el crítico manifiesta su interés en analizar concienzudamente la autoría
de un cuadro del museo, recibe una llamada telefónica que le avisa de la súbita
enfermedad de su madre. Coge el tren y, en unas escenas de brillante
realización, ve en una curva venir hacia él la potente luz de una máquina de otro tren que acaba
impactando contra el suyo, e inmediatamente después, lo único que recuerda es
su irrupción violenta en el museo.
Con el aval del
director del museo, el crítico no es detenido y se retira a su apartamento,
para recuperarse. Eso sí, el Consejo que dirige el museo decide prescindir de
sus clases magistrales que, sin embargo, tanto público atraían a la institución.
A partir de ese
momento, liberado de sus obligaciones, no va a tener otro afán que tratar de
reconstruir lo que sucedió y cómo ha sido posible que él no haya sufrido el
accidente ferroviario que sufrió. Si en la primera parte, como crítico
displicente y encumbrado estaba algo insoportable, Pat O’Brien, en la segunda
parte, revestido de investigador privado, mejora su interpretación y, desde que
la policía lo acosa por haber descubierto una posibilidad de fraude en los
cuadros del museo, los espectadores seguimos con expectación sus andanzas. A
ese respecto, escenas como la de la trampa
en el Museo, tras un asesinato del que resulta ser el primer sospechoso, la
escena en la casa de apuestas y las tensas del buque donde descubre el
contrabando de obras falsas, son muy meritorias; pero es la propia investigación
de su accidente, con una repetición de sus movimientos desde que compra el
billete que le confieren a la escena un aire de película surrealista, por la
comparación constante entre uno y otro viaje, una atmósfera plenamente onírica
que más tarde se resolverá en relación con la participación del crítico en la
Segunda Guerra Mundial.
Como se
aprecia, la película tiene no pocos alicientes. Claire Trevor, que hace de periodista
y novia «eterna» del bachelor renuente al matrimonio, quien está en
conversaciones con un amigo inglés para colaborar con él profesionalmente. Se
trata de Herbert Marshall, nada menos, uno de los grandes «elegantes»
carismáticos del cine. Ambos pretenden disuadir al crítico de lanzarse a una
investigación insensata, pero ella colaborará con él en cuanto pueda.
Como hay un
juego de personalidades fingidas, me abstengo de dar más pistas, para dejar que
el espectador se lleve las mínimas sorpresas correspondientes a la trama. En
todo caso, se trata de una película próxima a la serie Be, pero muy bien
narrada por Reis, quien no desdeña ninguno de los recursos tópicos de las
películas policiacas para mantener el suspense de los espectadores, quienes ven
las amenazas al protagonista incluso entre sus más allegados…Véanla, merece la alegría
de su ajustado metraje.
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