Un tragedia familiar travestida de crudo thriller sociopsicológico: no apto para progenitores recientes.
Título original: En chance
til aka
Año: 2014
Duración: 105 min.
País: Dinamarca
Dirección: Susanne Bier
Guion: Anders Thomas Jensen
Música: Johan Söderqvist
Fotografía: Michael Snyman
Reparto: Nikolaj
Coster-Waldau, Ulrich Thomsen, Maria Bonnevie, Nikolaj Lie Kaas, Roland Møller,
Peter Haber, Thomas Bo Larsen, Ewa Fröling, Claus Riis Østergaard, Molly Blixt
Egelind, Bodil Jørgensen, Ole Dupont, Charlotte Fich, May Andersen, Mille
Lehfeldt, Sarah Juel Werner, Frederik Meldal Nørgaard, Ida Dwinger, Kirsten
Lehfeldt, Benjamin Boe Rasmussen.
Susanne Bier
fue galardonada con el Oscar a la mejor película extranjera por En un mundo
mejor, una reflexión moral sobre la violencia y la vida familiar que la
autora ha rodado en otras películas, como la excelente Cosas que perdimos en
el fuego o la actual, Una segunda oportunidad. Las tres,
independientemente de ciertos aspectos truculentos del guion, guardan una
relación íntima, porque, sobre todo las dos últimas, parten de la fatalidad, de
la tragedia, para adentrarse en caminos de redención que unas veces son
posibles y otras no. Hemos de aceptar esas leves imposturas del guion para no
desviarnos de lo que es un retrato poderoso del sufrimiento humano en formas
muy diferentes, pero, al final, emerge siempre el enfrentamiento entre el individuo, sin otro asidero, y el
dolor de la tragedia y la pérdida. En películas de tanta intensidad dramática,
el desempeño de los protagonistas es fundamental, y en esta, brillan todos a
muy notable altura. Al buscar información sobre la película, una vez vista,
descubro que el protagonista es un actor famoso por esa serie, Juego de
tronos, de la que no creo haber visto más que alguna referencia en un
informativo o algún reportaje sobre los escenarios en El País Semanal. Y, por
supuesto, confirmo que la protagonista, la bellísima Maria Bonnevie, sigue en
el nivel extraordinario que ya exhibió en otra película asaz triste: El destierro,
de Andrey Zvyagintsev. Igualmente, un actor secundario, Nikolaj Lie Kaas, tiene
una intervención elaboradísima y terriblemente convincente.
La historia
arranca con una imagen que nos sitúa in medias res en un conflicto del que lo
desconocemos todo: en una casa de diseño, un hombre cuida de un bebé y la madre
está tirada en el suelo del cuarto de baño, encogida, en lo más cercano a la
posición fetal. Arranca, entonces un flashback que nos va facilitando la
información que nos servirá para entender la historia, aunque cuando lleguemos
al presente aún habrá no pocos giros de guion que nos sorprenderán como ni nos
podemos imaginar. Él es policía y ella se dedica a cuidar de la criatura recién
nacida. Tienen un problema: el llanto incesante de la criatura que no los deja
dormir. Para calmarla, la han de pasear en coche o el cochecito a altas horas
de la noche. En una intervención policial a requerimiento de un vecino, la
patrulla de la que forma parte el policía acaban entrando en el domicilio de
una pareja que tiene un hijo al que tienen completamente abandonado, lleno de
heces, y, aparentemente, sin comer. El marido es un psicópata drogadicto que usa
la violencia física contra la madre y a quien droga contra la voluntad de esta.
El piso, obviamente, es lo más parecido a un estercolero. Llevado el caso a las
autoridades, la autoridad judicial, después de los exámenes de rigor, no
considera que la criatura esté en peligro de desnutrición o desamparo, razón
por la cual se la devuelve a los padres legítimos, quienes la siguen «maltratando»
con un descuido que resulta inverosímil que las autoridades no aprecien, dada
la crudeza de las imágenes que ven los policías en la casa, pero esos son los
aspectos que se han de pasar por alto para que la película prosiga por una
senda, en parte rocambolesca, pero que no le resta ni un ápice de verismo y
dramatismo.
La primera
complicación trascendental se produce cuando la madre se despierta asustada porque
su hijo no está llorando y se acaba dando cuenta de que no da señales de vida.
El marido intenta reanimarlo, pero le es imposible. La madre le hace prometer
que no se lo llevará, que ella, si no lo tiene, se quitará la vida. Entonces
llega el giro de guion que, dando algunos saltos sobre la lógica de las cosas y
atendiendo a la poética de la ficción literaria, inicia una senda de
acontecimientos que se pisarán unos a otros los pasos para crear un fenomenal
embrollo del que me he de limitar a decir que sea de verlo, si es que los
espectadores tienen agallas para seguir esta historia que afecta a recién
nacidos: al marido no se le ocurre otra cosa que darle unas píldoras para dormir
a su mujer, arrebatarle la criatura muerta, y desplazarse hasta el piso de la
pareja drogadicta que, como él esperaba, están dormidos con un chute tremendo
que les impide enterarse de cómo el policía cambia una criatura por otra y se
lleva con él el niño vivo y maltratado de la pareja, sobre el cual ya le había
hablado con anterioridad a su mujer.
A partir de ese
momento se inicia la fase thriller de la película, porque, al descubrir al niño
muerto, el psicópata decide hacer desaparecer el cadáver, para lo que inventa
un supuesto robo de la criatura en un parque, lo cual exige, como no podía ser
de otro modo, la intervención de la policía, y al frente de la investigación
está el policía que dio el cambiazo y su compañero, un ser alcoholizado que no
ha superado su divorcio y la pérdida del contacto con el hijo. Se advierte,
pues, que el retrato de la sociedad danesa, aunque la película en modo alguno
tiene una intención sociológica, se nos presentas con unos tintes sombríos que
llaman no poco la atención, figurando en el imaginario de muchos pueblos los países
nórdicos como una suerte de paraísos sociales.
De verdad, me encantaría
seguir destripando la historia para comentar secuencias formidables, como la
del puente, o la gélida relación del policía con sus suegros que inequívocamente
lo hacen responsable de la muerte de la hija sin salir de la más estricta
urbanidad; pero he de morderme las falangetas y no golpear estas teclas más
allá del siguiente punto. Si son progenitores recientes, huyan de esta película.
Si las películas con bebés en peligro les inquietan hasta la crispación, ni se
acerquen a ella. Si tienen valor para enfrentarse a dramas humanos de una
magnitud contundente, interpretados con una fidelidad extraordinaria, no dejen
de verla. Los contrapuntos entre la historia y los planos de la naturaleza, en
diversas facetas de la misma: el viento, el mar, los árboles, la noche, etc., crean
una suerte de ritmo de ida y vuelta entre lo humano y la naturaleza de la que
formamos parte muy sugestivo.
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