martes, 1 de junio de 2021

«Flirting with Fate», «The World Gone Mad», «Jane Eyre» y «The man who walked Alone», de Christy Cabanne, el Hollywood olvidado.

 


Título original: Flirting with Fate

Año: 1916

Duración: 57 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Christy Cabanne

Guion: Robert M. Baker. Historia: Robert M. Baker

Fotografía: William Fildew (B&W)

Reparto: Douglas Fairbanks, Jewel Carmen, Howard Gaye, W.E. Lawrence, George Beranger, Dorothy Haydel, Lillian Langdon, Wilbur Higby, J.P. McCarty


Título original: The World Gone Mad

Año: 1933

Duración: 80 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Christy Cabanne

Guion: Edward T. Lowe

Fotografía: Ira H. Morgan (B&W)

Reparto: Pat O'Brien, Evelyn Brent, Neil Hamilton, Mary Brian, Louis Calhern, J. Carrol Naish, Buster Phelps, Richard Tucker, John St. Polis, Geneva Mitchell, Wallis Clark, Huntley Gordon.

 





Título original: Jane Eyre

Año: 1934

Duración: 62 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Christy Cabanne

Guion: Adele Comandini. Novela: Charlotte Brontë

Música: Ralph Shugart

Fotografía: Robert H. Planck (B&W)

Reparto: Virginia Bruce, Colin Clive, Beryl Mercer, David Torrence, Aileen Pringue, Edith Fellows, John Rogers, Jean Darling, Lionel Belmore, Jameson Thomas, Ethel Griffies, Claire Du Brey, William Burress, Joan Standing, Richard Quine.

 






Título original: The Man Who Walked Alone

Año: 1945

Duración: 70 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Christy Cabanne

Guion: Christy Cabanne, Robert Lee Johnson

Música: Karl Hajos

Fotografía: James S. Brown Jr. (B&W)

Reparto: Dave O'Brien, Kay Aldridge, Walter Catlett, Guinn 'Big Boy' Williams, Isabel Randolph, Smith Ballew, Nancy June Robinson, Ruth Lee, Chester Clute, Vivien Oakland, Vicki Saunders.

 

 De ayudante de Griffith a director todoterreno y todogenérico: un artesano con notable caligrafía y sutil maestría: Christy Cabanne.  


La Historia del Cine es terreno abonado para los linces de filmoteca (del mismo modo que hay  «ratas de biblioteca») y tienen terreno para gastar una vida, ciertamente, descubriendo películas y sacando a la luz nombres olvidados de directores, actores, actrices  y profesionales sin cuenta de esa industria en la que tanto ingenio se reúne para conseguir que el ojo cosmológico nos saque de lo cotidiano para embebernos en las luces con tanto relieve de las más diversas ficciones.

         A nadie, imagino, le dice nada, hoy, el nombre de Christy Cabanne, cuyas películas nadie ha visto en FilmAffinity y sobre quien la Wikipedia exhibe un laconismo digno de otras causas, porque quien empezó en el cine como ayudante de dirección de Griffith, e incluso filmó una película en régimen de coautoría con él, de la que solo se conservan diez minutos, bien hubiera merecido que se guardara más información acerca de su relevante papel en una industria que consume ingenios como otros materias primas más elementales.

         A lo tonto, a lo tonto, he acabado viendo cuatro películas de este autor perdido en la densa niebla del más feroz olvido, y he de decir que se comprende a la perfección que deviniera uno de los más prolíficos de la Historia de Hollywood, porque su maestría en el dominio de la narración y la elección de las historias, supongo que en estrecha colaboración con los grandes estudios, permiten un placentero visionado de cada una de ellas.

         He escogido Flirting with Fate , de su época muda, porque no he podido encontrar las que rodó con Lillian Gish y porque no me resistía a ver, en sus comienzos, al gran ídolo de aquellos años Douglas Fairbanks, quien tanto me impresionó en la crepuscular La vida privada de Don Juan, de Alexander Korda, criticada en este Ojo, y, en mi juventud, en El ladrón de Bagdad, de Raul Walsh. La historia es sencilla, pero tiene un componente de comedia slapstick en la que la agilidad corporal de Faibanks destaca casi por encima de la trama amorosa. Un pintor sin blanca ha ìntado el retrato de una mujer de la que se ha enamorado. Un amigo suyo le dice que se trata de una rica heredera a quien él se la presentará. La madre de ella desconfía de él y la acerca a un joven rico, pero a ella la pasión espontánea del pintor la seduce. Por un malentendido de vodevil —él, tímido, ensaya la declaración de amor con una amiga de ella y la rica heredera los ve sin ser vista— todo se quiebra y él, tras un intento de suicidarse con el gas de la habitación y salir con vida, decide pagar a un pistolero los últimos dineros que le quedan para que lo mate, de modo que él no sepa nunca cuándo le llegará la hora: un recurso narrativo excelente, por cierto, porque da pie a unas situaciones muy graciosas en lo que queda de pelçicula, sobre todo cuando el pintor recibe una herencia de un millón de dólares de una vieja tía suya y la enamorada ha deshecho el equívoco a través de su amiga. Pero ahí lo dejo, porque la hora escasa que dura la película, y al margen de los amaneramientos de actuación propios de la época, generosa en ellos, creo que los espectadores se lo pasarán bien.

         The World Gone Mad, con una estrella secundaria como Pat O’Brien, es una de las siete películas que rodó ese año, lo cual habla bien a las claras del nivel de quien ya había sido protagonista —a mi parece muy flojo— en Un gran reportaje, de Lewis Milewstone,  la primera y muy ácida versión de The Front Page , de Ben Hecht —la más conocida es la de Billy Wilder, Primera Plana— ; quizás por eso aquí actúa como un intrépido periodista que contribuye poderosamente a desvelar el misterio del asesinato del Fiscal del Distrito, liquidado por una banda de gánsters en relación directa con los prohombres de la ciudad. La película, un contundente alegato contra la corrupción política y empresarial, se deja ver con mucho agrado, porque O’Brien compone un periodista desinhibido y rápido de mente y de verbo que lleva con fortuna el peso de la película. Llaman la atención, en la redacción de su diario, dos carteles colgados en las paredes: Write it Right y, en el despacho del Redactor Jefe: Tell it in the first paragraph. Pero lo que más me ha chocado ha sido el ingenioso modo de entrar en la habitación del periodista por parte del rufián que ha de liquidarlo: pasa un diario por debajo de la puerta, empuja la llave para que caiga en él, rescata el diario con la llave y entra limpiamente, sin ser oído, en la morada del reportero…¡Para que luego digan que no se aprenden cosas en el cine…! El doble juego de la vampiresa de turno anima el cotarro lo suficiente como para que la trama se siga, ya digo, con suficiente delectación como para olvidar que estamos haciendo, en realidad, un ejercicio de deleitosa militancia exploradora.

         Jane Eyre es, cronológicamente, la tercera adaptación cinematográfica tras las de 1910, de Theodore Marston  y la de 1921, de  Hugo Ballin. Se trata de una adaptación muy cosida a la historia original, salvo en la parte final, en la que se aparta algo de él para facilitar el metraje ajustado. En términos generales, la excelente interpretación de los protagonistas, Virginia Bruce y Colin Clive, proporcionan una sentida veracidad a la historia y logran que, al menos este espectador, que comenzó a verla con cierto escepticismo, la siga con positivo interés. El enfoque naturalista, que no acentúa el romanticismo inherente a la historia, potencia una visión ajustada al conflicto ético que se le presenta a la protagonista, quien, «forzosamente», hade renunciar al proyectado matrimonio en aras de la fidelidad a los sacrosantos principios de la religión en la que ha sido educada. La parte del internado tiene escenas muy conseguidas, y el misterio de la loca en la casa consigue crear, de forma muy convincente, la amenaza latente que, en uno u otro momento. El poder emocional de la orfandad y de la virtud recompensada, así como del amor que supera todas las amenazas y se sobrepone incluso a la ceguera del amante era un valor cinematográfico seguro, sin duda, y de ahí la atención que le prestó Cabanne. Hay tomas de la mansión, por cierto, que recuerdan mucho las arquitecturas de Escher. Supongo que a esta Jane Eyre se acercarán cuantos aficionados tiene la historia y, sobre todo, las adaptaciones que se han ido haciendo y aún se hacen, dado el carácter de clásico de la novela. No creo que esta les defraude.

         The man who walked alone es una comedia basada en el malentendido que se desarrolla a partir de un autoestopista que es recogido por una rica heredera, dispuesta a «ser casada» en breve, después de haber pinchado y, tras los graciosos e infructuosos intentos de ella de cambiar la rueda, es ayudado por un exsoldado que cojea levemente y que se dirige a «cualquier parte» y, especialmente, al pueblo donde nació, donde curiosamente tiene la familia de la protagonista una mansión. La historia tiene un prólogo en el que ambos protagonistas acaban encerrados en prisión, de la que salen para, al poco, volver a entrar, tras entrar clandestinamente en la casa donde ella dice que «trabaja». El tono general de la película no se acerca a la screwball comedy, pero, en manos de otro director, bien hubiera podido acabar derivando hacia ese género, porque el encadenado de malentendidos lo facilita. La llegada de la madre, con la hermana pequeña de la protagonista y una tía de esta supone un giro muy gracioso justo antes de que se presente «el novio», con quien ya se advierte que la novia no tiene ninguna química, de la que ha derrochado con el extraño, ahora convertido en chófer de la familia. Me resisto a desvelar la continuación, porque, aunque la historia se desarrolla en escenarios interiores básicamente, con un marcado acento teatral, la trama está muy bien construida y tiene un final espectacular, y muy usamericano. No creo que me guíe el sectarismo ni el afán de notoriedad por haber descubierto la obra de Cabanne, totalmente desconocida para casi todo el mundo, pero he de reconocer que, incluso tras este pequeño maratón de cuatro películas, aún me ha quedado ánimo para ver la única película que Bela Lugosi rodó en color, y a las órdenes de Cabanne: Scare to Death, quien tocó, a lo largo de nada menos que 166 películas, todos los géneros habidos y por haber.

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