sábado, 17 de julio de 2021

«Declive» y «Easy virtue», de Alfred Hitchcock cuando aún no era el mago del suspense.


Título original: Downhill

Año: 1927

Duración: 80 min.

País: Reino Unido

Dirección: Alfred Hitchcock

Guion: Eliot Stannard. Obra: Ivor Novello, Constance Collier

Fotografía: Claude L. McDonnell (B&W)

Reparto: Ivor Novello, Isabel Jeans, Lilian Braithwaite, Ian Hunter, Norman McKinnel, Ben Webster, Robin Irvine, Jerrold Robertshaw, Sybil Rhoda, Annette Benson, Hannah Jones, Barbara Got, Alf Goddard, Violet Farebrother.

 






Título original: Easy Virtue

Año: 1928

Duración: 79 min.

País:Reino Unido

Dirección: Alfred Hitchcock

Guion: Eliot Stannard. Obra: Noël Coward

Fotografía: Claude L. McDonnell (B&W)

Reparto  Isabel Jeans, Franklin Dyall, Eric Bransby Williams, Ian Hunter, Robin Irvine, Violet Farebrother, Frank Elliott, Dacia Deane, Dorothy Boyd.

 

Una tragedia, raras en la filmografía de Hitchcock, y un melodrama sofisticado de Noël Coward que nos ayudan a conocer al genio y cómo fue labrando película a película su genialidad ahora indiscutible.


         No es precisamente ni admiración ni un excesivo respeto lo que tenía Hitchcock por las clases altas británicas, y menos por la aristocracia venida a menos. Lo suyo, si acaso, es la empatía con los desclasados, los fracasados o los ingenuos «que pasaban por allí», cuando «allí» era un suceso en que se veían inmersos de hoz y coz sin comerlo ni beberlo y les transformaba su anodina existencia. No me entretendré demasiado en la crítica de estas dos películas suyas que pueden verse en Filmin porque lo haré, en breve y con más extensión, sobre otras dos, The Lodger y The ring, de mayor envergadura para el estudio de su evolución artística. Conviene, como con cualquier genio de un arte, contemplar incluso sus obras aparentemente menos interesantes para descubrir en esos inicios rasgos propios de lo que llegaría a ser después. Hay que tener cierto valor adicional para ver una copia tan defectuosa como la de Easy Virtue, pero el buen  espectador siempre suele hallar alguna recompensa. Una mujer liada con un pintor es descubierta en el típico in fraganti por el celoso marido. Del juicio por adulterio ella sale culpable y el pintor se suicida, lo que provoca un escándalo público. Larita, la protagonista, se retira a Francia y allí se enamora de un joven aristócrata cuya familia la rechaza cuando se entera de su pasado. En medio, claro está, se interpone una madre dominante hasta la dictadura, un hijo pusilánime y otra mujer dispuesta a la renuncia para que el hombre al que ama sea feliz con esa mujer de turbio pasado, pero sin desesperar de que pueda volver a ella. Un melodrama con su buena dosis de costumbrismo y unos perfiles bien trazados para que el público sepa en todo momento de parte de quién ha de ponerse. El padre de él, por ejemplo, se acerca comprensivo a la nuera, aunque no sin cierta insinuada lascivia que no se materializa, por supuesto. La puesta en escena sigue los cánones del lujo de las clases altas y de la inexcusable banalidad de la mayoría de sus miembros, si bien lo esencial de la historia, el romance del joven y la adúltera, está contado con las tintas propias de lo que es, en Francia, una pasión desbordante que culmina en el matrimonio. Nada de cuanto ocurre da a entender que el cine de Hitchcock siguiera los derroteros que siguió después, pero hay planos, sobre todo con escaleras de por medio, que son muy propios de su cine posterior. Había leído que sus cameos comenzaban en 1930, después de su primera película sonora, pero ya en The Lodger, en The Ring y en esta, EasyVirtue, los practica Hitchcock con su ironía habitual. Es de agradecer, no obstante, la sutil ironía con que el autor se pone de parte de la rechazada y rueda su «aparición» en la fiesta de la que la habían marginado, con un dominio de la escena y una capacidad de ridiculización de la madre del pipiolo que se ha echado por marido sublime.

         Declive, que se conserva con una copia decente, aunque, en partes, con ese color sepia que a mí me resulta horroroso, es una obra de muy diferente naturaleza, porque, jugando jugando, dos universitarios de la clase alta acaban embromando a una confitera y uno de ellos abusando de ella. Como ese abusador depende de una beca a la que no tendría acceso merced a una expulsión tan deshonrosa, el amigo asume la culpa del abuso y, jurando que jamás revelará la verdad del caso, sufre la condena que lo lleva a ser rechazado por su propia familia. Por esa razón, se exilia e inicia una vida de degradación, tanto laboral como moral, que lo lleva a ir descendiendo cada vez más por el tobogán de la marginalidad hasta la mayor desgracia imaginable. Cuando lo sorprende la cámara sirviendo, como camarero, en un café francés, a medias flirteando con la mujer que ocupa con otro hombre una mesa cercana, la cámara no tarda en alejarse para captar un plano general en el que ese plano anterior adquiere su sentido: forma parte, como actor de bulto de un espectáculo teatral musical… Más tarde lo veremos ejerciendo de gigoló danzarín, a las órdenes de una madame imperativa y negociante que lo va ofreciendo a las mujeres diosas que buscan cierta atención que, por su edad, son incapaces de suscitar en el sexo opuesto. Aquí, curiosamente, aparece la madre de Easy Virtue, Violet Farebrother, intentando seducir al joven que, por una obnubilación pasajera va quitándole años para acabar viéndola como la joven confitera que fue, indirectamente, la causa de su desgracia. Esa secuencia tiene un patetismo, arrancado, sobre todo, del rostro envejecido y al tiempo desesperadamente sensual de la mujer que impresiona la suyo al espectador. Pero el descenso a los infiernos del joven no acaba ahí, por supuesto, pero el final lo dejo en el aire, con toda su enorme fuerza cinematográfica, porque Hitchcock representa los delirios del joven enfermo, para que los espectadores curiosos satisfagan esa curiosidad. ¡Qué contraste, el de la «alegre juventud universitaria» del comienzo, con sus vestimentas particulares, su idealismo y su sensualidad exploradora, y un final como el que nos ofrece la desdichada vida del joven que hizo honor a su juramento y sacrificó su vida por su compañero, sin que este, en ningún momento de la película, intente reparar el daño causado! Hay un tinte muy oscuro, de depravación  y desesperanza; de humillación y de orgullo, pero también de una fidelidad a la palabra dada que convierte el destino del joven poco menos que en una vida heroica; así, al menos, creo yo que Hitchcock quiere que «leamos» la historia. Los espectadores tienen la última palabra.

        

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