Aguda visión
de la pueblerina vida anodina salpimentada con
el picante turbador del crimen…
Título original: Shadow of a Doubt
Año: 1943
Duración: 108 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Alfred Hitchcock
Guion: Thornton Wilder, Alma Reville, Sally Benson. Argumento: Gordon McDonell
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Joseph A. Valentine
(B&W)
Reparto: Teresa Wright, Joseph Cotten, Macdonald Carey, Henry Travers,
Patricia Collinge, Hume Cronyn, Wallace Ford, Edna May Wonacott, Charles Bates,
Irving Bacon, Clarence Muse, Janet Shaw, Estelle Jewell, Eily Malyon, Ethel
Griffies.
Una historia contemporánea del practicante
de la novela histórica, Thornton Wilder, con guion suyo y de la experta esposa
de Hitchcock, Alma Reville, un poderoso equipo que planifica la historia de un
modo impecable no solo para alimentar el suspense marca de la casa, tratándose
de Hitchcock, sino también para darle las vueltas de tuera necesarias para que
los espectadores no se esperen aquello que inevitablemente ha de suceder. Está
claro que esta película sigue el esquema del «falso culpable» sobre quien van
recayendo todas las sospechas hasta que…y ahí es cuando el crítico ha de
ponerse en el papel del espectador y dejar que, llegado el momento, él decida
qué creer, qué aceptar, qué rechazar o con qué sorprenderse de cuanto ocurre
ante sus ojos.
La película no
engaña desde el principio: tío y sobrina, ambos con el mismo nombre, son
enfocados en la misma posición: ambos echados sobre el colchón cuando, teóricamente,
no son horas de estar en la cama; ambos, además, con problemas de muy diferente
naturaleza: la necesidad de escapar al cerco de los hombres que lo acechan y la
necesidad de escapar del mortecino aburrimiento de una vida limitada a una
realidad prosaica infinitamente repetida y sin otro aliciente que los propios
del ciclo de la vida cumplido mecánicamente. Como por arte telepático, la
sobrina decide escribir un telegrama su tío para que venga a visitarlos, un tío
cosmopolita, vividor, lleno de aventuras y relatos sorprendentes, y, al mismo
tiempo, el tío escribe realmente un telegrama a su hermana anunciándole su
inmediata visita. Ella es Teresa Wright; él es Joseph Cotten.
Del encuentro
idílico en la estación y el cálido recibimiento fraternal de la hermana, así
como el resignado del cuñado, pasamos en muy poco espacio de tiempo a la
primera señal de sospecha: el tío Charlie, de modo muy patoso, decide arrancar
una hoja del diario y construir con la otra una suerte de casa rústica para la
hermana pequeña, pero, al recomponer el diario que aún no ha leído su padre, la
sobrina advierte que se ha arrancado una noticia que luego descubre en el
bolsillo de la chaqueta de su tío. Cuando ella la saca para leerla, el tío lo
impide, agarrándole la muñeca con una fuerza que hace daño a la sobrina, quien
alarmada, se retira con esa «sombra de una duda» que mancha el retrato impoluto
de su tío predilecto, a quien tanto añoraba. A partir de ese momento nada va a
ser lo que había empezado a ser, una estancia maravillosa de su tío y la
perspectiva de instalarse en el pueblo y compartir mucho tiempo con ellos.
Añadamos casi
inmediatamente después la presencia de dos extraños encuestadores que han «elegido»
a la familia como típica y representativa «familia media usamericana», para un
estudio sociológico auspiciado por el Gobierno Federal para que todo adquiera, no
de repente, pero casi, un tono amenazador que irá corroyendo la confianza de la
sobrina en el tío y sembrará en este perspectivas de actuación como ni se podía haber
llegado a imaginar que pudiera concebir.
Está claro que
Joseph Cotten encarna a la perfección al cínico encantador, seductor y cosmopolita
que no solo seduce a la familia de su hermana, sino también a las «fuerzas
vivas» de la localidad en la que aspira a convertirse en uno de sus miembros
más destacados, sin dejar de lado, cuando la ocasión se presenta, su privado y
secreto menester… Teresa Wright, por su parte, con su belleza sin afeites, sin
trampa ni cartón, rebosa una ingenuidad a la que mancilla la sospecha, ¡y nada
menos que de su tío preferido y amado! En ella observamos esa capacidad de la
actriz para modular unos cambios de opinión a lo largo de la historia que dan,
y no quieren dar…, crédito a la terrible historia secreta de su tío, quien,
desde su llegado, no ha hecho sino refugiarse en evasivas y en vaguedades que
jamás revelaban nada concreto de los más de diez años que hacía desde su última
visita.
En la medida en
que estamos hablando de un conflicto psicológico, los primeros planos son
determinantes para inducir en el espectador unas u otras convicciones. El ritmo
de la película se ciñe escrupulosamente a la progresión de las pesquisas en
torno al «sospechoso» y no son infrecuentes algunos travelines que revelan el
desasosiego de la protagonista, como la salida, a hora intempestiva, a la biblioteca
para leer la noticia arrancada por su tío, sospechoso de ser el heredípeta asesino
al que busca la policía.
Estamos
hablando de su sexta película en Usamérica, precedida por éxitos como Rebeca
o Sospecha, pero estamos aún muy lejos de Vértigo o Psicosis,
por ejemplo, aunque advertimos en ella destellos del mismo genio, con planos
muy reveladores del don de Hitchcock para captar en imágenes situaciones
complejas o variantes psicológicas determinantes. Pongamos por caso la entrada
del tren en la estación, al comienzo de la película, con una humareda negra que
lo presagia todo desmintiendo la felicidad del encuentro familiar, o el saludo
cómplice del protagonista a una vieja, aparentemente acaudalada, al subir al
tren en el que se va de la ciudad… Son dos entre muchas decenas de detalles
visuales que fueron construyendo poco a poco una de las maneras de ver la realidad
más ingeniosa e imaginativa del Séptimo Arte.
Siempre hay alguna
película de Hitchcock que no hemos visto. Y mientras entrego la crítica de esta película, sigo viendo dos muestras
olvidadas de su época muda sobre las que ya veremos si les fatigo o no con la
crítica. De esta, sin embargo, pueden disfrutar como de la mejor de sus películas,
porque tiene los auténticos, los genuinos ingredientes del genio del suspense.
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