Un comienzo maravilloso con una progresión decepcionante. Aun así, un musical dulce de ver.
Título original: Les
bien-aimés
Año: 2011
Duración: 139 min.
País: Francia
Dirección: Christophe Honoré
Guion: Christophe Honoré
Música: Alex Beaupain
Fotografía: Rémy Chevrin
Reparto: Chiara Mastroianni,
Catherine Deneuve, Ludivine Sagnier, Louis Garrel, Milos Forman, Paul
Schneider, Radivoje Bukvic, Michel Delpech, Omar Ben Sellem, Dustin
Segura-Suarez.
A ver, ni
Christophe Honoré es Jacques Demy ni mucho menos Alex Beaupain es Michel
Legrand, pero, dicho esto, la película de Honoré tiene un arranque que está a
la altura de las obras del bretón y que merece ser visto y oído para delectación
de todos los amantes del género musical en su particular versión francesa.
Aunque arranca con una versión del éxito de Nancy Sinatra, These boots ar for
walking, convenientemente adaptado al francés, el despliegue colorista e
imaginativo de la puesta en escena con la moda de finales de los 50 y comienzos
de los 60 es apabullante y deja boquiabierto a los espectadores. La historia de
amor que se narra, entre un médico checoeslovaco y una dependienta parisina a
quien el primero se acerca porque la confunde con una prostituta, es lo
suficientemente atractiva como para intuir que vamos a presenciar una gran
película. Todo discurre perfectamente, incluso la parte austera de la vida del
matrimonio en Praga, donde la mujer, que ya ha tenido un hijo con su marido,
descubre que su marido la engaña. Entonces se produce la invasión rusa y ella
decide volver a París con la criatura y acaba divorciándose de su marido y
casándose de nuevo con un militar que supone, para ella, la seguridad de un hogar
para criar a su hija. Luego, el marido vuelve a aparecer y ella acaba cayendo
en el hechizo que lo acercó a él. Son los mejores 40 minutos de una historia
que se va a ir alargando innecesariamente para contarnos la vida de la hija y
su romance paralelo con un músico en Londres que no puede corresponderle, a pesar de la atracción que ella le despierta, porque es homosexual. La madre,
por su parte, va a ir alternando la relación con su segundo marido y el
primero, interpretado en la vejez por Milos Forman, mientras que Ludivine
Sagnier deja paso a Catherine Deneuve y Chiara Mastroianni interpreta a la hija
adulta. Hija y madre, así pues, acaban conectando sus vidas a través de esos
amores imposibles que en la madre encuentran un encaje a través del adulterio
bien llevado, pero que en la hija hallarán un destino más amargo, porque su
vida se divide entre dos amores de muy distinta naturaleza, el posesivo de Louis
Garrel y el imposible de Paul Schneider.
La película, lo
reconozco, tiene más detractores que seguidores, pero reconozco que mi pasión
por los musicales bien hechos me ha llevado a apreciar más los valores que en
ella advierto, que sus defectos, que no son pocos, y el alargamiento
innecesario, y la invención de algún personaje incluido, como el de Garrel, difícilmente
me parecen justificables. Sobre todo, porque, cuando los actores no tienen un
buen relato detrás de sus personajes, su interpretación naufraga
estrepitosamente, que es lo que les ocurre a Garrel e incluso a la propia Chiara
Mastroianni, cuya capacidad de seducción está incluso a años luz de la de su
muy oronda y vitalista madre: la juventud no lo es todo en el cine, desde
luego.
Del mismo modo
que la atmósfera de la zapatería parecía un homenaje a la paragüería de Los
paraguas de Cherburgo, no es menos cierto que las muy bellas canciones de
amor de Alex Beaupain siguen muy de cerca el estilo de las baladas amorosas de
Legrand, lo cual nos sitúa en una tradición deliberadamente escogida por
Honoré, a medio camino entre el homenaje y la imitación. Contar con la misma
heroína de aquella joya del cine musical, Catherine Deneuve, es ya, en sí
mismo, una inequívoca declaración de intenciones. Desde esta perspectiva, la película
se ve con el cariño que despierta la intención del cineasta y su homenaje lo
compartimos quienes amamos hasta la devoción aquellos paraguas mágicos.
Aun no siendo
una película redonda, está claro que la historia se sigue con interés, que la
variedad de escenarios, París, Praga, Londres, Canadá…, ayudan a tener
perspectivas distintas de las vidas de las protagonistas y, finalmente, las
interpretaciones del primer tramo de la película ponen muy alto el listón de la
misma y el espectador lamenta ese cambio de actores y actrices para extender
tanto en el tiempo algo que quizás debiera de haberse contado de forma más
condensada. Con todo, el núcleo Forman-Deneuve-Delpech consiguen crear un
curioso trío cuyas relaciones se siguen con el interés que la inclinación
promiscua de la protagonista logra transmitir. En este sentido, la película remonta
al final y, sobre todo, al mismísimo plano que cierra la película como un
broche de oro la cadena narrativa.
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