Un thriller de
serie B con poderosas interpretaciones y la presencia fastuosa del «animal más
bello del mundo»… El claroscuro de los tópicos exhibidos con sabia artesanía.
Título original: Whistle Stop
Año: 1946
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Léonide Moguy
Guion: Philip Yordan.
Novela: Maritta M. Wolff
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Russell Metty
(B&W)
Reparto: George Raft, Ava Gardner, Victor McLaglen, Tom Conway, Florence
Bates, Jorja Curtright, Jane Nigh, Charles Drake, Jimmy Ames, Charles
Wagenheim, Mack Gray, Charles Judels, Carmel Myers, Broderick O'Farrell, Robert
Homans.
Moguy, nacido en la Rusia
soviética y compañero, en su momento, del documentalista Dziga Vertov, no tardó
en emigrar a Usamérica y, posteriormente, a Francia e Italia. Se trata, por lo
tanto de un director muy curtido que, sin embargo, como él mismo confesó, sobre
todo en su época usamericana, no pudo hacer las películas como a él le hubiera
gustado. Señal de parada sería el paradigma de esas limitaciones,
aunque se ha de reconocer que Moguy supo defenderse bastante bien en ese
ambiente lleno de limitaciones e incluso consigue en su película algún acento
personal que no basta, con todo, para convertir la película en un clásico.
Ciertos fallos de guion y la presencia estelar de George Raft, en un papel
alejado de los de gánster que le dieron
la fama, no acaban de conferir a la historia la verosimilitud que requiere, por
ejemplo, que ¡nada menos que Ava Gardner! esté loquita de amor por ese inexpresivo
hombretón que, ¡a sus casi cincuenta años!, aún vive en casa de sus padres, sin
trabajar y atrapado por partidas de póker que en modo alguno lo sacan de
pobretón.
La llegada de
la protagonista al pueblo del que salió para «hacer carrera» en Chicago, de
donde vuelve, desplumada y con un abrigo de visón, para tratar de rehacer su
vida, es una secuencia clásica del cine en que la llegada de la hija pródiga va
a trastocar el presente incierto de quien una vez fue su pareja y ahora, al ver
que ella se acerca a su rival de siempre, el dueño de un antro, El Flamingo
—con su correspondiente neón para el plano desde detrás del coche que aparca en
su puerta—, que le ofrece, al menos, un futuro algo más confortable que el amor
sin provecho de su antiguo amor. De más está decir que la mera presencia física
de la señora Gardner, y el modo como «juega» con ambos rivales, es de lo
mejorcito de la película, ¡y esa bata con la que sale al portal, a contraluz, y
se sienta en el porche junto al bruto enamorado! La presentación del rival de
Raft, el siempre elegante Tom Conway es una escena magnífica, porque de una
mesa de póker donde se concentra la luz que aísla a los jugadores en el hechizo
del tapete y sus amargos sueños, pasamos a la apertura de las cortinas que
inundan de luz el local: una barbería en la que aparece el dueño del Flamingo
para que lo afeiten, marcando, de paso, la distancia del quién manda frente, al
menos, dos de sus empleados, un guardaespaldas y un barman, ¡nada menos que
el ganador del Oscar Victor McLaglen,
actor fordiano por excelencia, y aquí un roba escenas de marca mayor, porque, a
su lado, Raft parece un verdadero aficionado.
Como la
historia está construida con los mimbres de la humillación y la pusilanimidad
del protagonista, que, aunque tuvo agallas para enfrentarse a puñetazos a su
rival —un flash-back de esos en que los departamentos de maquillaje y
vestuario se las ven y se las desean para convertir a un mocetón cincuentenario
en un joven con aire de estudiante de college—,
ahora no quiere enajenarse, por esa vía violenta, la posibilidad de que la
protagonista acabe eligiéndolo a él, en vez de al rico rival, ha de ser su
amigo del alma y compañero de cartas, McLaglen, quien planee un atentado para deshacerse de su
jefe, quien usa el negocio como tapadera para otros más lucrativos. Lo que no
esperan ni uno ni otro de los emboscados
es que Mary, la Gardner, descubra el plan y evite que el protagonista «se
pierda».
La historia de
complica cuando los dos amigos van a hacer las paces con el rival y lo
encuentran muerto en el suelo, cuando ambos iban camino de la iglesia para
asistir a la boda de la hermana de Raft; pero el camino que falta para llegar
al desenlace, lleno de algunos giros de guion bastante aceptables, lo han de
recorrer los espectadores por ellos solos.
Lo que no
quiero dejar de mencionar es que, como buena película de intriga que se precie,
hay algunas secuencias muy notables en una feria, lo que convierte ese espacio
festivo en un escenario privilegiado en el mundo del cine. Algo de foro tiene
la feria y de microcosmos donde se revelan las pasiones humanas, y ahí es
donde, por ejemplo, se produce la agria ruptura del protagonista con la novia
que había sustituido a Mary, lo que dará pie, posteriormente, a una excelente
secuencia en el hospital, pero ya lo irán viendo.
Finalmente,
quede constancia de que, a pesar de esos pequeños «desajustes» de guion, la
película se sigue con notable fluidez e interés, algo de lo que se percató
Tarantino, sin duda, uno de los principales valedores de la cinematografía de
Moguy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario