Una fábula crítica y emotiva sobre el cine y su poder transformador: lo metacinematográfico desde el realismo socialista…
Título original: Amator
Año: 1979
Duración: 112 min.
País: Polonia
Dirección: Krzysztof
Kieślowski
Guion: Krzysztof Kieślowski
Música: Krzysztof Knittel
Fotografía: Jacek Petrycki
Reparto: Jerzy Stuhr,
Malgorzata Zabkowska, Ewa Pokas, Stefan Czyzewski, Jerzy Nowak, Krzysztof
Zanussi.
¡Fantástica
fábula sobre el poder del cine a cargo de un director que ha puesto siempre su cámara
al servicio de la reflexión sobre el ser humano condicionado por su sucesión de
presentes…! Se trata del segundo largometraje de Kieslowski, después de La
cicatriz, en la que también se narra la crisis personal y familiar, amén de
social, de una persona que entra en conflicto con lo establecido, un régimen
comunista que, después de 30 años, daba ya señales de debilidad estructural. En
El aficionado Kiewsloski cambia el enfoque que precipita la crisis: en
vez de la industria que degrada un paraje natural y deteriora las relaciones
humanas, asistimos al nacimiento de una pasión por el cine, por la captura de
imágenes con la cámara, primero una súper 8 familiar y, más tarde una de 16mm, más
próxima a la incipiente profesionalización en que se embarca el protagonista, y
que, como en la primera película, tendrá trágicas consecuencias, porque acabará
afectando dramáticamente a la vida del nuevo cineasta: captar la realidad a
través de la cámara influye poderosamente en la propia realidad, tanto en la
ajena que es captada como en la propia de quien capta aquella. Dejar de vivir
la propia vida para contar la vida de los otros o aun la propia vida distancia
al narrador del núcleo duro de la realidad, lo separa radicalmente de la
realidad que comparte con los demás: ese es el proceso que nos narra Kieslowski
a través del despertar a la magia de las imágenes de un funcionario polaco
encargado del negociado de suministros, quien compra una cámara, no sin
sacrificios, para filmar a la hija que va a tener, y esas primeras secuencias
del parto inminente son, por sí mismas, un relato del contexto tan rico en
detalles que le va a permitir al Director centrarse en la abducción que sufre
el protagonista, Filip Mosz, encarnado por un actor tan destacado como Jerzy Stuhr, capaz de expresar la ingenuidad,
la inocencia, la pasión, el desconcierto y la ambición como los mejores
profesionales de Hollywood, lo cual redunda en la satisfacción con que el
espectador sigue una película aparentemente sencilla, pero cargada de una trascendencia
especulativa de primer orden tanto sobre el Séptimo Arte como sobre las
relaciones humanas. Recordemos, en todo caso, que el protagonista es huérfano,
y que la pasión por ser padre es uno de los puntales de su vida, una de sus
máximas aspiraciones. Lo que ocurre, en cuanto la cámara comienza a absorber la
vida laboral del personaje, a quien se le encarga que grabe los actos de la conmemoración
del 25 aniversario de la empresa, tiene una dimensión verdaderamente dramática,
porque comienza a percatarse, sobre todo después de que lo seleccionen para
competir en un concurso de realizadores aficionados, que todo lo relacionado
con el cine constituye una pasión contra la que no puede luchar su anterior
pasión por la familia: el enfrentamiento con su mujer, que tarda nada en
percatarse de cómo esa «maldita cámara» y los sueños, las ambiciones y las
vanidades que hay en su uso van a acabar abduciendo a su marido y separándolo
de ella y de su hija.
La película se
estructura, así pues, mediante esa doble narración que no se ofrece de modo paralelo,
sino, como no puede ser de otro modo, entrelazadas estrechamente, dado lo que se
condicionan mutuamente. Por un lado, asistimos al fracaso matrimonial del cineasta,
absorbido por la pasión del cine y, por el otro, al crecimiento artística de
quien cae en gracia por la pureza ingenua de su acercamiento a la realidad
cotidiana, lo que le vale incluso la visita de un director consagrado como el
mismísimo Zanussi, que interviene como él mismo en la película. El acceso a la
televisión, donde pasan algunas de sus películas, así como las facilidades que
la empresa le da para construir un estudio de revelado y de montaje son una
muestra del realismo social que, sin embargo, servirá para desmontar las
mentiras del socialismo gobernante, como el corto que le encargan sobre las
fachadas posteriores de los edificios que, relativamente lustrosos por fuera,
se caen a pedazos por dentro, como si se tratase de los famosos edificios Potemkin.
Junto a esos dos
hilos narrativos no se ha de menospreciar el de la vida del protagonista en la
empresa y la relación con el director de la misma, porque a través de ella
vemos actuar los mecanismos de la censura y cómo la objetividad de las
imágenes, capaces de suscitar asociaciones «no controladas», han de ser «sometidas»
a la subjetividad de quienes mandan. Con todo, también advertimos una quiebra
entre la «apertura» del mundo de la cultura en aquellos años y la cerrazón
moralista antediluviana de los dirigentes.
Lo realmente
maravilloso de El aficionado es la descripción del nacimiento de la pasión
artística en un ambiente de modestísima clase trabajadora y cómo la realidad de
la Polonia de aquellos años contrasta con esa pasión absorbente. Tengamos
presente que el protagonista comienza a interesarse por el cine, su literatura,
sus imágenes, su historia, así que el uso de la cámara potencia lo que él intuye
como una nueva vida a la que sabe que ha de abrirse para colmar sus ambiciones
de realización personal: se abre a un mundo desconocido e inexplorado, pero
subyugante. Lo que pierde no es poco, y lo que gana es un camino cuyo futuro
permanece ignoto. En ese sentido, el final es toda una declaración de
principios respecto del Arte de Kieslowsky, quizás porque la película tiene una
inequívoca raíz autobiográfica, dados los comienzos en el cine del autor. Eso
mismo es lo que le confiere a la película una verdad irrefragable. Me alegra
haber descubierto esta película que se suma a la extraordinaria No matarás
que ya critiqué no hace mucho en este Ojo. No son pocas las películas que reflexionan
sobre el propio cine, pero en esta de Kieslowski, no hay ni asomo de
teorizaciones abstrusas, sino vida a raudales con un realismo detallista que
emociona, que conmueve, como lo sentirán quienes decidan verla y comprobar que
para los grandes temas ha de escribirse con palabras muy sencillas…
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