lunes, 20 de septiembre de 2021

«El despertar de una nación», de Gregory La Cava o la audacia del cine político-evangélico en 1933

 

Un Trump de Podemos en la Casa Blanca: entre el mesianismo socialista y el autoritarismo fascista. 

Título original: Gabriel Over the White House

Año: 1933

Duración: 86 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Gregory La Cava

Guion: T.F. Tweed, Carey Wilson, Bertram Bloch

Música: William Axt

Fotografía: Bert Glennon (B&W)

Reparto: Walter Huston, Karen Morley, Franchot Tone, Arthur Byron, Dickie Moore, C. Henry Gordon, David Landau, Akim Tamiroff.

 

         Indagar en el cine antiguo tiene sus recompensas. Esta película que roza la política-ficción, de La Cava es una de ellas. Hemos de prestar atención a la fecha de realización, 1933, cuatro años después del crack del 29 y con la ruina en que sumergió a la sociedad usamericana, tan genialmente John Ford en Las uvas de la ira, algo más tarde, en 1940. El planteamiento de la película, y el propio título, nos la sitúan cerca del cine de Capra: Gabriel Over the White House, es decir, el arcángel Gabriel que le trae al Presidente, tras superar el estado de coma en que le deja un grave accidente de coche, la revelación de para que ha de servir su presidencia. Antes de ese accidente, el Presidente era otro peón más del partido que lo aupó al Poder para poder controlarlo y que las cosas siguieran su curso, es decir, sujetas al mangoneo de los círculos de poder que todo lo gobiernan a través de los negocios y los intereses propios de los gobernantes y del partido del que se sirven. Llega un presidente soltero, pero familiar, como se demuestra por el amor a su sobrino, con quien tiene una estupenda escena ante el General en jefe del Ejército. Coincidiendo con su elección, una poderosa marcha de desempleados planea llegara Washington para plantear al Presidente sus exigencias: trabajo, trabajo y trabajo…, y ayudas sociales para sobrevivir hasta poder vivir de ellos. El organizador de la marcha es asesinado por pistoleros al servicio de oscuros intereses que ni siquiera excluyen a la mafia, muy interesada en seguir explotando los negocios ilegales que atraen a tantos «clientes» desesperados: el alcohol y el juego. Poco antes, el despreocupado y frívolo Presidente, por su empeño en conducir uno de los coches presidenciales, provoca un accidente en el que él resulta herido gravemente y entra en coma. Del coma emerge, sin embargo, un Presidente radicalmente transformado, gracias a una presencia misteriosa que en la película se identifica con el arcángel Gabriel. Sale de la Casa Blanca yen soledad, sin protección, se acerca a la multitud que ha llegado a Washington y escucha con atención sus demandas, y en ese acto declara solemnemente su compromiso para satisfacerlas en el plazo más breve posible.

         Entonces comienza la vertiente propiamente política de la película, porque su propio gobierno y su partido se oponen al plan económico con el que quiere conseguir, siguiendo un modelo keynesiano que no tardaría en ser aplicado por sus sucesores reales, no de ficción, una suerte de «revolución» al servicio de las masas damnificadas por el desastre del 29. Enseguida aparece la figura, tan conocida hoy por todos en todo el mundo, del impeachment con que lo amenazan para sacárselo de encima. El Presidente, sabedor de las prerrogativas de su cargo, exige al Congreso que se disuelva para que él gobierne con poderes personales excepcionales, lo que lo convierte poco menos que un dictador, aunque el personaje reivindica entonces esa «dictadura» al servicio de los más desfavorecidos. El Congreso accede a la autosuspensión, porque la amenaza del Presidente es decretar el Estado de excepción, lo que le garantiza los poderes que reclama ante la emergencia humanitaria que suponen las masas hambrientas en todo el país. Su secretaria privada, que era su amante antes del coma, y su jefe de gabinete, un eficaz Franchot Tone, del mismo modo que Walter Huston, en el papel de Presidente, no necesita que se pondere su capacidad artística, acaban enamorándose a espaldas del Presidente, aunque cuando este regresa del coma, cualquiera de sus anteriores costumbres ha dejado paso a un espíritu mesiánico y trabajador que solo busca la eficacia de unas medidas que garanticen la supervivencia del pueblo: la creación de una Banca que garantice los subsidios a los agricultores, el aumento de los impuestos a los más favorecidos, la creación de obra pública, un servicio estatal de salud… O sea, que el Presidente plantea poco menos que una socialización de los medios de producción, siquiera sea de manera temporal, para hacer frente al choque de la depauperación general que siguió a la crisis del 29. Dentro de sus medidas está también la lucha contra la mafia, que extorsiona a los pequeños empresarios, y centraliza su lucha en la figura del capo más poderoso de su tiempo a quien le declara la guerra. Las escenas de la lucha contra la mafia y del juicio contra sus responsables bien podrían ser tenidas por un exceso de ingenuidad argumental, por más que la realización, sobre todo la escenificación del juicio militar a los acusados, se nos ofrezca con una curiosa estética expresionista. Lo mismo ocurre con un desarrollo narrativo que, a mi juicio, se aventura por terrenos que caen más del lado de lo francamente inverosímil que de lo que la situación permite. En todo caso, confirma esa tendencia siempre presente en la sociedad usamericana de la doctrina Monroe, y que, a su manera, defendió Trump en la última presidencia que hemos sufrido en la realidad, con un repliegue parecido al que pretende el Presidente de esta película cuando reúne en una conferencia internacional a todos los países deudores de Usamérica tras la Primera Guerra Mundial y les exige el pago de la deuda para poder cumplir los socializadores propósitos de su presidencia. Como se advierte, la película no deja de tener su actualidad o, al menos, participar, siquiera sea tangencialmente, en algunos de los debates vivos en la sociedad de hoy. Aunque a guisa de provocación, no creo que hablar de un Presidente usamericano podemita en esta película sea un exceso. En todo caso, las tensiones políticas propias de la situación sí que son, por el impeachment fallido contra Trump, pan nuestro de cada día.

         Aunque una película todo lo admite, como cualquier otro género artístico, hemos de señalar que la tendencia ideológica y humanística del director no solo se reflejó en esta, sino en otras obras suyas en las que siempre manifestó una compasión legítima por los perdedores.

         Perdóneseme el destripamiento, pero hay películas que, más allá de la trama, se ven como se lee una obra de erudición, porque nos ayudan a entender ciertos momentos históricos. Disfrútenla.

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