viernes, 1 de octubre de 2021

«Asesinato en Beverly Hills», de Blake Edwards o una sátira amable del cine.


 Divertidísima película maldita de Blake Edwards que conviene revisitar: El cine por de dentro, y un Bruce Willis con el encanto de Luz de Luna.

 

Título original: Sunset

Año: 1988

Duración: 107 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Blake Edwards

Guion: Blake Edwards

Música: Henry Mancini

Fotografía:Anthony B. Richmond

Reparto: Bruce Willis, James Garner, Malcolm McDowell, Mariel Hemingway, Kathleen Quinlan, Jennifer Edwards, Patricia Hodge, Richard Bradford, M. Emmet Walsh, Joe Dallesandro, Andreas Katsulas, Dermot Mulroney, Vernon Wells, Peter Jason, Glenn Shadix, Grant Heslov.

 

         No la vi en su momento, porque incluso en la carrera de un director, cuando es larga, hay baches en los que parece haberle abandonado su “don”, su “duende” particular, pero hace unos días me atreví con este Asesinato en Beverly Hills y he de reconocer que me llevé una gratísima sorpresa, porque no esperaba que me pudiera reír tanto con este estrafalario thriller lleno de guiños metacinematográficos y en el que dos figuras legendarias, cada uno en lo suyo, Tom Mix, el “primer” vaquero célebre de la Historia del Cine, luego vendrían Gene Autry, Roy Rogers, Kit Karson y muchos otros, y Wyatt Earp, el lengendario defensor de la ley que participó en la «balacera» célebre de O.K Corral, unen sus esfuerzos para convertirse en dos «colegas» que investigan un misterioso asesinato que incrimina, todo parece indicarlo, al hijo del productor de la película que rueda Tom Mix, teniendo como «asesor» especial —no solo los contratan en la política—  al inmortal Wyatt Earp, leyenda viva del Far West. El toque algo esperpéntico, a fuer de glamuroso, que Edwards insufla en la historia nos permite adentrarnos en un planteamiento satírico y jocoso que mezcla a partes iguales la ironía de los diálogos, magníficos, con una crítica mordaz de los usos y abusos del mundillo cinematográfico que vive extramuros la realidad para la que aderezan sus productos.

         Las películas de cine sobre cine, como la inmortal, aunque algo coja, de Truffaut, La noche americana, suelen ser motivo de lucimiento para los directores, porque, al menos, tratan un material del que tienen un conocimiento directo. ¿Cuál es el atractivo de esta comedia de Edward? Pues la elección de dos figuras legendarias, una casi desconocida para los espectadores poco amigos del cine mudo, Tom Mix, todo un fenómeno social en su época, y un legendario Wyatt Earp que murió antes de que el cine iniciara una recreación de su vida y de la leyenda de O.K.Corral que ha llegado hasta nuestros días y que ha tenido narradores tan cualificadísimos como John Ford. En la medida en que hablamos de cine, hemos de hablar, forzosamente, de licencias poéticas, anacronías y otros caprichos que desfiguran totalmente la realidad, pero eso ha de caer en el balance de los críticos de nota a pie de página, no de los espectadores que aspiran a pasar un buen rato, objetivo que la película cumple con creces. Como guiño inevitable ha de considerarse que quien encarna a Wyatt Earp, James Garner, lo hubiera hecho más de 20 años antes en La hora de las pistolas, de John Sturges, lo cual nos permite hablar de lo que el título en inglés acentúa y el español no recoge: la crepuscularidad de un western que se sale de su marco espacial para ser rodado en Los Ángeles, algo así como ocurre con los vaqueros de John Ford que cabalgan por las calles de Nueva York en su película muda Bucking Broadway.

         Un productor en apuros, con chanchullos amparados por la policía corrupta y amigo de un gánster —un casi irreconocible Joe D’Alessandro, quien tuvo no retuvo…— amante de su hija, contrata a Wyatt Earp para que se convierta en asesor de Tom Mix para la nueva película que están rodando sobre la vida de tal leyenda viva, la cual hubiera sido, en 1929, la primera de la larga serie de ella que vino después. Así pues, la ficción ocupa un espacio ganado a la verosimilitud. Sucede que en 1929, cuando se celebra la primera gala de los Oscar y el productor, un excómico que, para ganar la complicidad nostálgica de los asistentes, realiza uno de sus otrora famosos números cómicos, y ha de decirse que es de lo mejorcito de la actuación de Malcolm McDowell en la película, en la que encarna al gran malvado de la trama;  en mayo de 1929, decía, cuando tiene lugar esa celebración, Wyatt Earp hacía cuatro meses que había pasado a mejor vida… ¡una minucia de nada, si el guion es eficaz y cumple su cometido! Ese guion exige también que la pareja investigadora sume la veteranía de uno con la juventud del otro, pero, también en 1929, Tom Mix cumplió 49 años, muy lejos de los insultantes veintipocos del apuesto Willis en la película. Ya habrán advertido los espectadores sagaces que la película pasa de ser una sátira del viejo cine a convertirse en una buddy movie, esto es, en la típica pareja de amigos cordialmente discrepantes que han de resolver un caso usualmente de asesinato, como así sucede. ¿Cuál es la novedad? Pues que, saliendo del set de rodaje, ambas leyendas se comportan en la película con los mismos registros del western que están rodando, pero desde una perspectiva autocritica y desmitificadora que consigue momentos y diálogos excelentes, y que no le chafaré a los espectadores a los que consiga convencer para deleitarse con esta comedia que, a mi juicio, vale bastante más de lo que la crítica ha dicho de ella y la floja taquilla de su estreno da a entender (de los 16 millones que costó, solo recaudó 4 y medio).

Con todo, lo que está claro es que Edwards nos invita a participar de un anacronismo estilizado que le permite una puesta en escena muy diversa, y en la que el juego que da la pareja del novato y el experimentado da mucho más de sí de lo que, a mi juicio, vieron en su momento los críticos y el público. Una de las frases recurrentes de la historia es la que usa Wyatt Earp, y que sirve tanto para su propia historia como para la presente película: It’s all true, give or take a lie or two. Añádase, para los sagaces espectadores, que la película se avanza a L.A. Confidential, de Curtis Hanson, en un significativo aspecto de la trama que no les pasará desapercibido. No la he visto desde los ojos de la cinefilia, sino desde la misma actitud que mantengo siempre ante cada alzamiento del telón: la confianza en que la historia que me van a contar me seduzca. Y confieso que eso mismo me ha pasado. Me he divertido un rato largo y me ha dejado tan excelente sabor de boca que vengo corriendo a mi Ojo para comunicar la buena nueva a quienes hayan desdeñado verla o simplemente no sepan de su existencia.

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