Una excelente y
divertida comedia con generosas dosis de tragicomedia social arnicheana…
Título original: El buen
patrón
Año: 2021
Duración: 120 min.
País: España
Dirección: Fernando León de
Aranoa
Guion: Fernando León de
Aranoa
Música: Zeltia Montes
Fotografía: Pau Esteve Birba
Reparto: Javier Bardem,
Manolo Solo, Almudena Amor, Óscar de la Fuente, Sonia Almarcha, Fernando
Albizu, Tarik Rmili, Rafa Castejón, Celso Bugallo, Yaël Belicha, Martín Páez,
Daniel Chamorro, María de Nati, Mara Guil, Pilar Matas.
Desde los títulos
de crédito se inicia un juego entre la realidad y su distorsión que la película
va a desarrollar ante nuestros ojos con una sabia dosificación de dos géneros en
principio antagónicos: la comedia de enredo y la tragedia laboral, como si
Aranoa reuniera en esta película dos de sus muy buenas obras: Los lunes al
sol y Familia. He de anticipar que, salvo esas pequeñas dosis de
tragedia social que «justifican» ante su audiencia una obra que, de otro modo,
hubiera sido acusada de «frivolizar» una realidad tan sangrante como el despido
laboral a través de un ERE, algo que en parte sucede a través del guardia de
seguridad que custodia la entrada a la fábrica, uno de los grandes secundarios
de la película y un papel muy agradecido; decía que ya en los títulos de
crédito se inicia esta comedia que a mí me ha parecido inspirada en las magníficas
muestras del género realizadas en Italia, y no pocas veces me sorprendía a mí
mismo superponiendo en pantalla a Ugo Tognazzi sobre un apabullante Javier
Bardem, auténtico camaleón de la interpretación que saca a relucir aquí una vis
cómica extraordinaria que ya le vimos, no obstante, en Boca a boca, de
Manuel Gómez Pereira, su primer Goya a la mejor interpretación masculina; acabo
diciendo, en esta tercera vez que reinicio la frase, que la broma iniciada en
los títulos de crédito nos lleva a descubrir entre los productores de la película
a la empresa Básculas Blanco, lo cual parece rizar el rizo del no va más:
conseguir que la propia empresa a cuyo patrono se va a poner a parir financie
la película… Aclarada la broma —los productores incluso han creado en el
Registro Mercantil dicha empresa, sin actividad económica ninguna—, la película
se abre con una escena de «cacería de inmigrantes» que nos da una clave de lo
que acabará pasando en un momento u otro de la película, y eso es algo poco
sutil narrativamente, desde luego. A esas escenas rodadas, sin embargo, con nervio de buena película de acción, le
sigue una alocución del patrón a sus trabajadores en la que se resume, ya para
el resto de la película, el retrato del personaje, lo cual le resta algo de
credibilidad, por asemejarlo al estereotipo, pero lo faculta para ser el
vehículo brillante de una narración en la que todo el peso cae sobre él, porque
casi en ningún momento la acción abandona al empresario, y cuando lo hace es de
forma muy breve. El retrato del paternalismo empresarial de los «trabajadores-hijos»
y de la «gran familia», modelos harto vigentes en ciertas mentalidades
empresariales, sobre todo en empresas medianas, como la del protagonista, que
se traspasa de padres a hijos, se mezcla con el estallido de mala leche ante
las adversidades que sus «buenas relaciones» no le pueden resolver, como es el
caso del trabajador despedido en un ERE y que se planta ante la puerta de la
empresa para tratar de ser readmitido en su puesto, dada la terrible situación
de desamparo laboral y social en que se queda, por más que, en esa particular empresa,
sus casi doscientos trabajadores no solo no muevan ni un dedo por él, sino que
tampoco aparece la figura del sindicalista defensor del despedido; todo ello da
pie a una lucha quijotesca del menesteroso frente al poderoso que acaba, con el
paso de los días, modificando el sentido de la misma para ambos, el buen patrón
y el despedido.
Que estamos
también ante una comedia de enredo se advierte en cuanto el patrón comienza a
interesarse, a causa de los problemas que ello supone para el normal
desenvolvimiento de la producción, por los problemas de su Jefe de Producción,
que resultan ser astado-matrimoniales. La eficacia, en esos momentos, de los
excelentes diálogos que tienen al «aire» que necesita la esposa del empleado como
protagonista nos mete de hoz y coz en una espiral de acciones, recuerdos de
vieja y falsa amistad, y desnudamiento de la verdadera personalidad del
protagonista que nos va a llevar a ver lo que podríamos denominar el «revés de
la trama», esa urdimbre aparentemente anárquica de los hilos del tapiz que obedecen,
sin embargo, al tributo a los más viejos instintos de supervivencia que no se
detiene ante nada ni ante nadie. Y por ahí ya advierte el espectador que hay
dos maneras de resolver los problemas que están en las mentes de todos y que,
acaso ingenuamente, en prolepsis indebida, el narrador nos anticipa demasiado
claramente. No es importante, con todo, porque, sepamos o no a ciencia cierta qué
hechos acabarán acaeciendo, lo fundamental de la película es la «composición»
del personaje que ha hecho Javier Bardem, otro más que añadir a la nutrida
galería de ellos que le han dado la fama que tiene y que por ellos merece.
¡Quién no recuerda interpretaciones tan dispares y magistrales como la de
Reinado Arenas en Antes que anochezca, de Julián Schnabel y la de Ramon
Sampedro en Mar adentro, de Alejandro Amenábar! A través del arquetipo
de la campechanía, la espontaneidad y la estudiada falta de afectación, aparece
ante nuestros ojos un empresario cuyas «maneras» y objetivos irán
transformándose en función del desarrollo de los acontecimientos que afectan a
su empresa, pendiente de una visita de una Comisión, se supone que de la UE,
porque a la empresa le han concedido un galardón autonómico a la «excelencia
empresarial». En un divertido, y también dramático, ejercicio de desnudamiento —la
escena del lavado de manos en la pica de los obreros es de lo más significativo—,
la película retoma el clásico de Stevenson y nos ofrece el míster Hyde de Julio
Blanco, el apologeta del equilibrio, aunque para mantener este, a veces…, y ahí
lo dejo, porque, visualmente, es uno de los grandes hallazgos de la película,
una suerte de auténtico epifonema de la película.
No solo la
actuación de Bardem, ¡ojo!, justifica ir a ver la película, que nos hará reír con
sus generosas dosis de comedia costumbrista y no nos soliviantará en exceso con
las inevitables demagogias que incluyen algún private joke autorreferencial,
como cuando el empresario dice que hay que estar atentos para cazar las subvenciones
de las administraciones, porque, si no, «se las llevan los del cine»…; sino que
todo el reparto está muy puesto en su papel y contribuye poderosamente al fin último
de dotar de coherencia narrativa el relato. El acierto de aspectos aparentemente
marginales, como el desequilibrio —¡inadmisible para el buen patrón!— de la
báscula que preside la entrada al recinto de la fábrica adquieren una
relevancia casi definitiva para entender bien la sólida estructura con que, ya
desde los títulos de crédito, se ha construido esta inteligente película cuyos
livianos pecados demagógicos no nos privan, insisto, de un disfrute que incluso
permite llegar a la carcajada.
Supongo que las
ácidas comedias españolas de los años 50, Ferreri, Berlanga, Nieves Conde, etc.
podrían aducirse como referentes para El buen patrón, pero a mí me ha
parecido que seguía más el modelo italiano, como en el caso de El patrón y el obrero, de Steno, aunque, dada la naturaleza del
negocio, las básculas y el necesario equilibrio de las mismas, sin las gotas de
aparente disparate que pueden advertirse, por ejemplo, en esa tragicomedia terrible
que es Brutti, sporchi e cattivi, de Ettore Scola, que he visto con sumo
interés por recomendación de ese gran crítico de cine y realizador que es
Javier Arazola.
El broche final
de la terrible aventura social en que acaba convirtiéndose la película tiene un
sí sé qué de documento que, a pesar del emisor, podría ser entendido como una
crítica radical de la corrección política en que anda perdida la
pseudoizquierda reaccionaria española. Doctores tiene la santa madre iglesia
para que nos iluminen…
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