Título original: Cry
Vengeance
Año: 1954
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mark Stevens
Guion: Warren Douglas, George Bricker
Música: Paul Dunlap
Fotografía: William A. Sickner (B&W)
Reparto: Mark Stevens, Martha Hyer, Skip Homeier, Joan Vohs, Douglas
Kennedy, Cheryl Callaway, Mort Mills, Warren Douglas, Lewis Martin, Don
Haggerty, John Doucette, Dorothy Kennedy.
Título original: Time Table
Año: 1956
Duración: 79 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mark Stevens
Guion: Aben Kandel.
Historia: Robert Angus
Música: Walter Scharf
Fotografía: Charles Van
Enger (B&W)
Reparto: Mark Stevens, King Calder, Felicia Farr, Marianne Stewart,
Wesley Addy, Alan Reed, Rodolfo Hoyos Jr., Jack Klugman, John Marley.
Dos sólidos thrillers
de un reputado y versátil actor, Mark Stevens: Una aproximación al crimen
perfecto y una novedosa incursión en el «thriller exótico», en Alaska, en esta
ocasión.
Si hace poco
subí a este Ojo la crítica de Calle sin nombre, de William
Keighley, protagonizada por Mark Stevens, hoy, por esos azares de la selección en
la cinta de correr, traigo aquí dos películas dirigidas por quien, a buen
seguro, aprendió mucho de las películas que protagonizó como actor para dirigir
estos dos thrillers en los que también actúa como protagonista, un
desdoblamiento de funciones que salva con muy buena nota. Yo las vi en orden inverso de su fecha de
estreno, pero están tan cerca la una de
la otra que no hay grandes cambios estéticos o argumentales que justifiquen un
orden cronológico para su visionado. La «factura» de ambas se ajusta a los
cánones más reputados del género, si bien la primera de ellas, Cry Vengeance,
tiene la particularidad de desplazar casi toda la acción a Alaska. Ketchikan,
con sus tótems amerindios como máximo exponente de ese exotismo del que
hablaba, es el destino de un exconvicto cuya mujer e hijo murieron en un
atentado con bomba y cuyo supuesto responsable, un mafioso de San Francisco, se
ha escondido en ese rincón lejano en compañía de su hija. Sí, por supuesto, la
presencia de la hija en esa trama de una venganza, el único objetivo vital del
protagonista, quien sufrió severas quemaduras en una parte del rostro en aquel
atentado, es determinante en el desarrollo de la acción. La obra arranca con
mucho nervio y unas magníficas tomas en la ciudad de San Francisco, y en
particular un par de secuencias que lo enfrentan con un sicario elegantísimo —¡y
volvemos, con ello a Calle sin nombre, de Keighley y a La casa de bambú, de Fuller!—
que se siente humillado por el expolicía cuando, en el club, le zurra la badana
ante la presencia de su jefe. Ver actuar a Skip Homeier me ha deparado la
extraña anacronía de ver actuar a Jim Jarmusch, dado el parecido entre ambos.
La figura del sicario elegante con anchas gafas negras de concha, además,
añadía al personaje un toque exótico tan potente como la ciudad de Alaska donde
se desarrolla la mayor parte de la película y donde se desenlaza. No ignoro que
tanto la producción como el reparto, a excepción de Marta Hyer, quien había
tenido una destacada actuación en Sabrina, de Wilder, ese mismo año,
convierten esta película en una más de las de serie B, si bien la calidad de la
misma va a obligar a los críticos a realizar una clasificación de algo así como
las Aes de la be o cómo descubrir excelentes películas que merecen una segunda
oportunidad popular; algo que debería caer del lado de los programadores televisivos,
pero andamos siempre muy cortos de imaginación para sacar rentabilidad del
inmenso acervo de películas que tenemos a nuestra disposición. YouTube, a ese
respecto, es una mina llena de auténtico oro cinematográfico.
Es evidente que
una fiebre vengativa como la del personaje, que no vive, tras tres años de
condena, por saldar cuentas con quien él cree que es el responsable de la
muerte de su mujer y su hijo, quien, además, tiene el rostro tan desfigurado
que impone cierto respeto a quienes tratan con él, no da para que el
protagonista nos muestre un abanico amplio de matices interpretativos, pero, aun
así, en esas condiciones argumentales, Stevens tiene momentos de auténtico
magisterio interpretativo, como en la
tenebrosa escena en que la hija del mafioso sale a jugar sola y él se le acerca
para entregarle una bala que la niña le ha de dar al padre, a quien va
destinada. La aparición de la propietaria del bar de ambiente local de la
ciudad, que se relaciona con ambos hombres, el mafioso y el recién llegado, a
quien en modo alguno rechaza por la cicatriz de la cara, suma complejidad a la
historia y unas secuencias estupendas en un bote y en las riberas de la ría
donde se ubica Ketchican, una ciudad pesquera que el hidroavión en el que llega
el personaje recorre en vuelo casi rasante, para darnos una idea de la extensión
de una pequeña comunidad «típica», de esas «donde nada habitualmente ocurre».
El plan del mafioso donde el exconvicto buscó información para encontrar al
responsable de la muerte de su familia añade un factor más de complejidad
argumental y propiciará un desenlace narrado con excelente tensión y un
brillante desenlace en lo alto de una presa cercana al pueblo. Puede alegarse
que la historia no desarrolla con convicción algunos extremos de la misma que
bien lo merecían, como la relación entre la propietaria del bar y el
exconvicto, pero ya se sabe que las producciones B exigen una economía
narrativa indispensable para atender al corazón de la historia, sin desvíos ni
atajos. Y la película, en ese sentido, cumple escrupulosamente con lo que
promete. Por demás está decir que la cámara se mueve con arreglo a los
estándares del género ¡y con nota!, como el picado de la escalera por donde
sube el secuaz del mafioso en Alaska cuando se entera que el prisionero ha sido
puesto en libertad y busca a su jefe. Ejemplos hay sobrados, como las tomas de
ambos en la barca, ella al timón y él despertándose de una siesta de una hora…;
o la escena con la niña en los bajos de la casa, cuando le «regala» la bala
para el padre…
Puede parecer,
insisto, una narración excesivamente lacónica, y un sobrepeso limitador la
obsesión vengativa del personaje, pero todo lo supera esa economía de medios de
la que, sobre todo en las escenas callejeras, Stevens logra sacar tan excelente
partido. Y para los amantes de los lugares exóticos, está claro que Ketchican
es un destino a tener en cuenta…
Time Table,
por su parte, es la historia de un subgénero del thriller, «el atraco
perfecto». Con él arranca la película, ejecutado con precisión de cirujano y
una limpieza que sume a los investigadores, tanto a la policía como al agente
de la compañía de seguros a quien se le encarga la investigación paralela sin
pistas de ningún tipo. Se comienza, pues, de cero, para ir adentrándonos en lo
mejor que el cine policiaco sabe darnos: los pasos desde las sombras hasta la
luz para iluminar la autoría de cualquier delito. La sorpresa salta para el
espectador cuando, a mitad de narración, el expolicía y ahora agente de
investigación de la compañía de seguros se reúne con una de los perpetradores
del robo al tren, del que salieron con una ambulancia para evacuar un caso de
enfermedad muy contagiosa, de quien está apasionadamente colgado. En cuanto somos
conocedores del doble juego del agente, todo parece cobrar sentido y la
película deriva hacia la prueba inicial que se recalca en uno de los planos en
comisaría cuando el ahora ya delincuente y perseguidor al mismo tiempo es
encuadrado al lado de un cuadro colgado en la pared en el que se lee: «No
existe el crimen perfecto». Ahí está el reto y a ello se dedicará lo que queda
de metraje: advertir cómo el protagonista, de nuevo el propio Mark Stevens,
quien cree estar muy seguro de la inefabilidad de su plan, va cayendo, a medida
que transcurre la acción, en esa red de contratiempos inesperados, capaces de
arruinar el más perfecto de los planes. Junto a él, un secundario de lujo como
Wesley Addy, uno de los actores preferidos de Robert Aldrich, con quien rodó
hasta cinco películas. Al espectador le da igual que la motivación del paso al
lado oscuro del mundo criminal sea la sempiterna razón de siempre: el corto
salario que nunca va a dejar disfrutar a quienes lo reciben y viven insatisfechos
con él de los lujos de la vida a los que se consideran acreedores. Parte importante,
en este caso, es el enamoramiento del protagonista, quien maltrata a su esposa
de un modo que solo sorprende a esta hasta saber que ello obedece a que se ha
enamorado de otra. Si en la anterior Alaska figuraba como ese toque exótico que
anima cualquier historia, en esta, la huida al otro lado de la frontera mejicana
opera en el mismo sentido, y ello incluye no solo unas escenas de mérito en uno
de los muchos bares de la zona, sino también una canción en español, así como
algunas palabras en nuestro idioma. Desde que comienzan los contratiempos para
el protagonista este vive con una creciente angustia, porque, sin colaborar en nada
con el investigador-jefe asiste al círculo que se va cerrando en torno a él y
del que comienza a dudar bien pronto si podrá zafarse. Siguiendo el patrón de
la anterior película, también en esta el desenlace se resuelve con una huida y
un tiroteo, aunque conviene verla para enterarse de quiénes acaban cayendo.
A mitad de
visionado, caí en la cuenta de que ya había visto la película, pero la acabé de
ver de nuevo para refrescarla y poder hacer esta crítica a la que he sumado
otra, de muy buena factura, y quizá más interesante que esta,
aun a pesar de su espectacular comienzo.
Son muchos los
actores que se sienten tentados por la labor de dirección, pero pocos los que,
con humildes presupuestos, son capaces de entregarnos películas de género tan
logradas como estas dos de Mark Stevens. Supongo que a muchos espectadores les
sorprenderá el excelente nivel de ambas producciones, y se alegrará de añadir
dos thrillers convincentes a su particular historia del género.
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