miércoles, 9 de marzo de 2022

«La osa Mayor y las estrellas», de John Ford, un capítulo de la Historia de Irlanda.


 Una adaptación con escasos medios de un capítulo épico de la lucha por la independencia irlandesa visto desde el lado de las perdedoras… 

Título original: The Plough and the Stars

Año: 1936

Duración: 72 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Ford

Guion: Dudley Nichols. Obra: Sean O'Casey

Música: Roy Webb

Fotografía: Joseph H. August (B&W)

Reparto: Barbara Stanwyck, Preston Foster, Barry Fitzgerald, Denis O'Dea, Eileen Crowe, Una O'Connor, Arthur Shields, F.J. McCormick, Moroni Olsen, Bonita Granville, Brandon Hurst, Erin O'Brien-Moore, J.M. Kerrigan, Neil Fitzgerald, Robert Homans.

 

         Si John Ford pasa por ser uno de los creadores del nacionalismo usamericano, no es menos cierto que sus simpatías por el nacionalismo irlandés y las muchas películas que dedicó a la tierra de sus ancestros lo acreditan como uno de los principales defensores de la épica lucha de liberación contra el agresivo y violento dominio inglés de la isla verde, que databa desde el siglo XVI. La película fue rodada en estudio en Usamérica, lo cual empobrece necesariamente la evocación del Dublín que acabo de visitar y en cuyo antiguo edificio de Correos de la actual calle O’Connell aún perviven los impactos de los disparos de los ingleses para recuperar el edificio tomado por los rebeldes. Hecha esa salvedad de una producción que nos describe un Dublín de interiores con muy escasos exteriores, la historia se centra en la obligada separación de un feliz matrimonio en el que la esposa quiere apartar a su marido del delirio de la rebelión armada contra los británicos y él se avergüenza, por su parte,  de que su esposa le pida semejante renuncia, dado el sacrificio supremo que todo irlandés ha de hacer por su patria.

         Planteada en esos términos, la película acaba siendo, propiamente, un alegato antibelicista, porque sobre el compromiso político del marido se alza, imponente, la figura de la esposa a quien se le prometió una vida compartida, un destino común que el compromiso del esposo rompe en mil pedazos. En un papel diferente de su registro habitual, Barbara Stanwyck encarna esa suerte de viudez en vida que supone ser preterida por los delirios políticos y bélicos de un marido a quien ama con una intensidad no correspondida, porque el dios de la política es superior al dios del amor, y la «necesidad» suprema de convertir Irlanda en una nación libre del invasor británico no admite competencia alguna, ni la del apasionado amor de la esposa. A lo largo de la historia narrada, no son pocas las escenas en las que los emisarios de la Resistencia literalmente «arrancan» al marido de los brazos de la mujer.

         No solo es una película política, por supuesto, porque las escenas de pub en las que aparece Barry Fitzgerald, uno de los actores fetiche de Ford,  tienen una impronta de comedia costumbrista que nos permiten captar en su plena esencia el irlandesismo del país y del propio director. Recordemos que la sociedad irlandesa estaba muy dividida entre los defensores de su vínculo privilegiado con el Reino Unido y los defensores de la independencia. Recordemos también, porque así se hace en la película, que el alzamiento republicano descrito en ella se produce en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial, en la que no menos de 20.000 irlandeses se habían alistado en las fuerzas armadas británicas. Ítem más, después de la Gran Guerra, y ante la persistencia de esa división en el seno de la sociedad irlandesa, se produjo una guerra civil irlandesa cuyas secuelas, a pesar de su independencia de facto, aún siguen vivas.

         A mi Conjunta y a mí nos ha interesado especialmente la película porque en nuestra reciente visita a Dublín visitamos la cárcel de Kilmainham y allí nos fue explicada buena parte de los acontecimientos que acabamos de ver en la película de Ford, el fusilamiento en la silla de ruedas de James Connolly incluido. Aunque bien puede considerarse una revuelta romántica, y no muy bien vista por los propios irlandeses en el contexto histórico de la Primera Guerra Mundial, y en este caso por la protagonista, que acaba la película convencida de que todo ese derramamiento de sangre entusiasta no ha servido para nada, salvo para añadir dolor a las mujeres a las que han destrozado su vida, está fuera de toda duda que la represión inglesa contra sus dirigentes acentuó muy poderosamente la convicción de muchos irlandeses de que habían de luchar contra el invasor para conseguir una república irlandesa independiente, lo que, de hecho, acabaron consiguiendo, no sin que mediara una guerra civil de triste recuerdo, y de la que Ford extrajo una película que ha de considerarse no solo una obra maestra, sino uno de las mejores películas de la historia del cine: El delator (The Informer).

         La mezcla de cine costumbrista, cine histórico y melodrama solo le puede salir bien a John Ford, de eso estoy plenamente convencido, porque en sus películas, pertenezcan al género que pertenezcan, tanto el sentido del humor como las relaciones amorosas no solo tienen cabida, sino que interactúan con los otros elementos de la trama de un modo innovador y magnífico. Dije al principio que se trataba de una producción modesta rodada en estudio, y aunque eso le quita espectacularidad histórica a la película, acentúa la perspectiva íntima de los hechos, y ahí el virtuosismo de Joseph H. Lewis, quien se lució en la película expresionista que es, «a todas semiluces», El delator, se apodera de la película para llegar de forma muy expresiva a los espectadores, porque la fotografía de la película destaca sobremanera el patetismo de algunos personajes, especialmente el de la esposa preterida. La producción de la película nos habla de una colaboración de Ford con una de las instituciones  dublinesas, el Abbey Theater, cuyos actores forman parte del elenco. Así mismo, la obra teatral que sirve de base a la película es de Sean O’Casey, el autor irlandés no demasiado bien visto por los propios irlandeses, cuyos defectos subió a las tablas del teatro,  y de quien Ford filmó durante tres semanas, hasta que enfermó y cedió la silla de director a Jack Cardiff, con pulso algo vacilante, su biografía: Un soñador rebelde.

         La osa mayor y las estrellas [en Irlanda e Inglaterra a la Osa Mayor la llaman «el arado», The plough, que figura en el título original] nos adentra, así pues, en el mundo irlandés de Ford, una aventura cinematográfica que lo define tanto o más que los propios westerns que le han dado fama imperecedera. El amor de Ford por la tierra de sus antepasados es un ejercicio de devoción singular, pero no exento del sentido crítico que le permite, usualmente a través del humor, contemplar de forma ecuánime a sus compatriotas sentimentales. Me callo, como es comprensible, el espectacular final de la película, porque ahí Ford sí que derrocha ingenio cinematográfico y una intensidad social e histórica que elevan la película al lugar que le corresponde en su extensa filmografía. Quedan invitados…

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