Título original: Sapphire
Año: 1959
Duración: 92 min.
País: Reino Unido
Dirección: Basil Dearden
Guion: Janet Green. Diálogos: Lukas Heller
Música: Philip Green
Fotografía: Harry Waxman
Reparto: Nigel Patrick, Michael Craig, Yvonne Mitchell, Paul Massie,
Bernard Miles, Olga Lindo, Earl Cameron, Gordon Heath, Jocelyn Britton, Harry
Baird, Orlando Martins, Rupert Davies, Yvonne Buckingham.
Título: Front Page Story
Año: 1954
Duración: 99 min.
País: Reino Unido
Dirección: Gordon Parry
Guion: Jack Howell, Jay Lewis. Novela: Robert Gaines
Música: Jackie Brown
Fotografía: Gilbert Taylor
(B&W)
Reparto: Jack Hawkins, Elizabeth Allan, Eva Bartok, Derek Farr, Michael
Goodliffe, Martin Miller, Walter Fitzgerald, Patricia Marmont, Joseph Tomelty,
Jenny Jones, Stephen Vercoe, Helen Haye, Michael Howard, John Stuart.
Título original: Midnight Episode
Año: 1950
Duración: 78 min.
País: Reino Unido
Dirección: Gordon Parry
Guion: Rita Barisse, Paul V. Carroll, David Evans, William Templeton,
Reeve Tyler. Novela: Georges Simenon
Música: Mischa Spoliansky
Fotografía: Hone Glendinning
(B&W)
Reparto: Stanley Holloway, Leslie Dwyer, Reginald Tate, Meredith
Edwards, Wilfrid Hyde-White, Joy Shelton, Raymond Young, Leslie Perrins,
Sebastian Cabot, Campbell Copelin, Natasha Parry.
El conflicto
racial en un policiaco muy estimable de Basil Dearden y las miserias y
grandezas del periodismo, más una estimable adaptación de Simenon, a cargo de
Gordon Parry.
¡Qué distinto
es el cine policiaco inglés del usamericano! A pesar de su eterna rivalidad vecinal, se
acerca más al francés que al transoceánico, porque hay en el desarrollo de sus
tramas un realismo apegado al normal desenvolvimiento de la vida que nos
resulta enormemente cercano, al margen, claro está, de que los niveles de
violencia de los policiacos ingleses son siempre mucho menores que los de los
usamericanos.
Basil Dearden es un autor volcado en el
cine con trasfondo social, ya sea la persecución de la homosexualidad, ya la
delincuencia juvenil en barrios degradados, ya los serios problemas de
conciencia sobre decisiones trascendentales que implican una prueba de fuego
para los propios principios, ya los problemas derivados del racismo congénito
de una sociedad como la inglesa, a pesar de su Imperio. En esta ocasión se
mezcla el racismo con un asesinato, porque la joven asesinada, aparentemente
blanca, es hija de un matrimonio mixto en el que el hijo nació negro y la hija
blanca, un dato con el que ella jugaba en ambas direcciones, dado que
frecuentaba ambientes y locales propiamente de negros, pero se enamora de un
joven blanco cuya familia ignora que ella no es blanca, algo que llega a su
conocimiento muy poco antes de que asesinen a la joven y la depositen en un
parque de la ciudad, lejos de donde realmente fue asesinada. Antes de apuntar
algunos aspectos notables del proceso de investigación, quiero destacar dos
detalles técnicos que convierten la película en un codiciado objeto de deseo:
el color y la fotografía cálida de un Londres usualmente nublado y en parte
neblinoso que consigue una textura casi aterciopelada. Son numerosísimos los
encuadres del coche de policía que recorre los escenarios donde se mueven los
sospechosos, y siempre la puesta en escena de los escenarios reales de la
ciudad otorga un plus estético a la película muy notable. Hay interiores,
cierto, pero buena parte de ellos pertenecen a los barrios suburbiales o de
clase trabajadora, como donde vive el principal sospechoso: el joven con quien
se iba a casar y que había recibido una beca para ir a estudiar fuera. Que la
joven estuviera embarazada de tres meses aparece como un posible motivo que
hubiera podido tener el joven para no perder la oportunidad de desarrollarse
profesionalmente, pero no parece que lo hubiera sabido antes de que se
produjese la muerte violenta de ella. La película tiene la mas clásica de las
estructuras posibles: una investigación policial que sondea en los círculos
sociales en que se movía la joven para descubrir al asesino. Poco a poco, el
superintendente de Scotland Yard va reuniendo pruebas que en modo alguno tienen
un carácter concluyente, pero a lo largo de su inquisición va descubriendo que
el racismo por activa o por pasiva opera en ambos sentidos. Abrirse paso en ese
mundo de prejuicios no es fácil, por eso la investigación parece moverse en
círculos que se agotan en sí mismos, sin posibilidad de un sato cualitativo que
conduzca hasta el asesino o los asesinos. Como es tradicional en la escuela
británica, las actuaciones son determinantes para el buen éxito de la historia.
No hay personaje que no contribuya a despistarnos ni tampoco que se libre de
nuestras sospechas. Esa amplitud de posibilidades solo podía resolverse de un
modo insospechado, pero conectado con el tema esencial de la película, el
recelo de los hombres blancos hacia los negros y viceversa, aunque en el seno
de cada grupo no son menores los enfrentamientos que en el interior de cada
grupo, como advertimos enseguida cuando unos se cubren a otros, todos frente a
la policía, que encarnaría algo así como la única instancia de verdad objetiva
a la que pueden agarrarse los espectadores para saber a qué han de atenerse. Nigel
Patrick, el investigador jefe tiene mucho que ver con el éxito de la película,
que fue galardonada con el BAFTA —a los que equivalen nuestros Goya—a la mejor
película en 1960. Añádase que, junto con William Wyler, for Ben-Hur, Basil
Dearden ganó el premio de New York Film Critics Circle Awards, y tendremos una
excelente perspectiva para valorar la importancia de una película que, como
otras de tan excelente director, quizás no han tenido el eco que sin duda
merecen. En mi Ojo hay diversas críticas de sus películas que pueden contribuir
al conocimiento de un director, a mi modo de ver decisivo en el cine británico
de la década de los 50.
Gordon Parry, el otro director que hoy doy
a conocer, imagino, a no pocos aficionados, tuvo una carrera corta, pero
intensa y singular. Me he tropezado con dos películas suyas que, por distintas
razones, merecen la atención, a mi modesto entender, de los espectadores. No
hace mucho, criticaba en mi Ojo la película El cuarto poder, de
Richard Brooks, una suerte de apología del periodismo como uno de los pilares
de la democracia. Front Page Story guarda cierta relación con la
película de Brooks, porque también en esta el editor de un diario tiene
totalmente abandonada a su esposa, quien ni siquiera tiene la oportunidad de
comunicarle a su marido, en el despacho de este, que ha decidido abandonarlo y
emprender un viaje sola a París. La responsabilidad del editor en todo lo
concerniente a las noticias que han de ofrecer a sus lectores una imagen de lo
que realmente está sucediendo en el país, tratando de combinar las exclusivas
con el interés humano, pero sin caer en el sensacionalismo se manifestará a
través, básicamente, de tres historias: una joven enferma que deja sus hijos sin otro amparo que
la caridad oficial; un científico que comparte secretos atómicos con la URSS en
plena guerra fría y una joven acusada del asesinato de su esposo enfermo y a
quien un jurado ha de declarar culpable o inocente. Las historias tienen gancho
suficiente como para, además, mostrar el modo como las viven los periodistas, y
ahí hay una denigración del amarillismo y una justificación de la labor periodística
que rayan, ambas, a gran altura. El periodismo por dentro y la intensidad con
que se ejerce dicha profesión, que tanto absorbe la vida de quienes a ella se
dedican es, en estos tiempos de descrédito de la profesión, una loa que, emocionando
como emociona, no sé si es un gran epitafio brillante del mismo o una invitación
a su mejor práctica como nexo de unión entre sus lectores y la realidad.
Midnight Episode tiene, de entrada,
una virtud poderosa: se basa en un relato de Georges Simenon, lo cual no solo
incita a la visión de la misma, sino que promete una trama bien construida en
la que encontraremos, a buen seguro, más de una sorpresa. En este caso se trata
de la interpretación maravillosa de Stanley Holloway, un clásico de las comedias
de la Ealing, como Passport to Pimlico, de Henry Cornelius o The Lavender Hill Mob, del estupendísimo
Charles Crichton. La historia mezcla la comedia y la película policiaca, porque
arranca con el descubrimiento que hace un marginado, que se gana la vida
declamando piezas clásicas en la cola de los asistentes a un teatro, de un
cadáver en un coche. Se acerca al bar de enfrente a pedir ayuda, pero, cuando vuelve
con el portero uniformado, el coche arranca y se pierde por el final de la calle.
En el suelo ha quedado, sin embargo, una cartera llena de dinero que el
protagonista recoge, esconde y de la que extrae algunos billetes para
devolverlos a la policía, en el bien entendido de que si no aparece el legítimo
propietario, esos billetes volverían a su propiedad. A partir de ese momento,
los caminos de la investigación se bifurcan, por un lado, el indigente, por el
otro la policía. No son excluyentes, pero viajan de forma paralela a lo largo
de la película, sembrando de dudas el terreno para que los espectadores, como
pasa, no sepan realmente a qué atenerse. Se trata de una película sin excesivas
pretensiones, pero muy bien llevada a través dela andanzas de ese «intelectual
venido a menos» cuyas maneras de gran señor contrastan poderosamente con su
indigencia. Ello permite no pocos momentos de excelente humor y unas ideas y
venidas en la trama que desconciertan al más intuitivo de los espectadores. A
título anecdótico cabe reseñar que una de los protagonistas es Natasha Parry,
quien se casaría con el reconocidísimo director de escena teatral Peter Brooks.
Siguiendo con la recuperación de
directores olvidados y cinematografías, como la inglesa, que exigen un
detallado escrutinio, esta entrega nos depara tres películas que estoy
convencido que sorprenderán a los buenos aficionados al mejor cine. ¡Anímense!
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