martes, 29 de marzo de 2022

«Sueño de amor», de Charles Vidor y George Cukor, los límites del «biopic».

El fenómeno de los fans nació con Liszt: el primer concertista «solista» megaestrella que levantó pasiones en los auditorios.

 

Título original: Song Without End

Año: 1960

Duración: 141 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Charles Vidor, George Cukor

Guion: Oscar Millard

Música: Morris Stoloff, Harry Sukman

Fotografía: James Wong Howe

Reparto: Dirk Bogarde, Capucine, Geneviève Page, Patricia Morison, Ivan Desny, Martita Hunt, Lyndon Brook, Alexander Davion.

 

         Desde la traducción del título ya advertimos que una vida tan interesante como la de Franz Liszt va a ser jibarizada de tal manera que todo se centre, o casi, en el complicado itinerario amoroso del artista, aunque apuntando, de pasado, algunos de los conflictos íntimos que lo afligieron durante toda su vida, desde la tensa relación con su padre hasta sus dudas y angustias de tipo religioso, que, al menos en la película, nos invita a evocar la figura de un grande de nuestras letras patrias, Lope de Vega, aunque mientras este llegó a ser ordenado sacerdote, Liszt solo tomó las «órdenes menores». Si sumamos que la película la inició Charles Vidor, quien murió con el rodaje en curso, y fue sustituido por George Cukor, no tardamos en apreciar una disparidad de propósitos e incluso estilos que acaban confundiendo a los espectadores: al principio todo resulta francamente acartonado y con no poca dificultad emerge la verdadera vida conflictiva del músico en esos primeros compases de la película. Cukor ordenó reescribir el guion para hacer suya la película, pero hubo de ajustarse a un proyecto de producción que limitaba mucho su capacidad de innovación. Estamos ante una superproducción con una inversión en vestuario y puesta en escena que deja maravillados a los espectadores, una función a la que ni puede ni debe renunciar el cine, desde luego. Otra cosa es que, junto a la bellísima música que es punto neurálgico de la película, todo quede en esa bella apariencia, y aunque hay algo de ello, no es menos cierto que las interpretaciones del trío protagonista: Dirk Bogarde, Capucine y Geneviève Page elevan la trama muy por encima de esos condicionamientos del proyecto; sobre todo la apasionada interpretación de Bogarde, quien representa a la perfección el endiosamiento de un artista que fue consciente de ser lo que ahora representa una superestrella pop. Ken Russell, en su Lisztsomania, trató de acercarse a ese fenómeno específico, pero lo hizo muy pasado de vueltas, cayendo en la caricatura e incluso la parodia bufa. La presente película, apegada, en principio, a un estricto realismo, nos ofrece una visión del artista, del virtuoso y del compositor, al alcance de los gustos estéticos del común de los mortales y deja entrever, aunque de forma muy fragmentaria, la riqueza de una larga vida en la que atravesó tantas fases distintas que bien podría haber dado cada una para una película.

         Liszt fue un virtuoso que no solo creó escuela, sino que pasó por ser, en su tiempo y muchos otros después del suyo, «el» virtuoso por excelencia, aunque en nuestros días no podamos ni imaginar cómo serían aquellas interpretaciones. La película contiene obras suyas tan representativas como el Liebesträume o la alegre Campanella, que nos permiten hacernos a la idea de su virtuosismo, aunque Liszt ejecutó partituras de otros compositores e incluso compuso no pocas variaciones sobre temas ajenos. Lo sorprendente, vista la película sin un conocimiento de la vida del autor, es el fenómeno de la megaestrella que fue y cómo levantaba unas pasiones que incluían multitudinarias manifestaciones de entusiasmo por su arte inigualable. La mujer de sus hijos, que luego fuera preterida por su enamoramiento de una princesa ucraniana, le dice a su rival, con la que coincide en casa de su madre, que no se las prometa muy felices, porque Liszt solo está casado con el teclado y con la ebriedad de su celebridad.

         A lo largo de la película, larga como buen biopic que se precie, se advierte la lucha incesante de Liszt entre su dedicación al virtuosismo y su necesidad de componer obra que «quede» y que esté a la altura de la de los genios a quienes él interpreta en su instrumento; así mismo, es muy notable el respeto a su condición en un mundo de aristócratas entre quienes ha de moverse, porque, al fin y al cabo, entre ellos y para ellos desarrolla buena parte de su carrera, como cuando es nombrado músico de cámara en Weimar, donde compone, ejecuta y dirige a lo largo de muchos años, y donde se oirán las primeras obras de Wagner, con quien se acabará casando su hija Cosima, aunque fue un matrimonio que distanció a ambos músicos.

         La película ganó un Oscar a la mejor banda sonora, como casi no podía ser de otra manera, pero igualmente lo podría haber ganado al mejor vestuario o a la dirección artística. Para el espectador aficionado a la música, pero también a la sociología, es interesante ver cómo viajaba Liszt en un carruaje con el que recorría enormes distancias para llevar su arte de uno a otro lado del continente, usualmente acompañado por su apoderado, quien tuvo la picardía necesaria para «picarlo» con la rivalidad de un joven pianista que «le hacía sombra», razón por la que volvió a la carretera para actuar, como digo, en toda Europa. Se dice que Liszt podía recorrer unos seis o siete mil kilómetros anuales, y siempre, hasta que se fueron construyendo los ferrocarriles, en ese carruaje que aparecer reiteradamente en la película, llevándolo de aquí para allá, especialmente tras los pasos de su último amor, la princesa  Carolyne zu Sayn-Wittgenstein, interpretada a las mil maravillas por la hermosa Capucine, con quien no pudo casarse por la Iglesia, como era deseo de ambos, porque el zar maniobró ante el Vaticano para impedirlo. Ello no obstó para que Liszt sumara otras amantes a su apasionada vida, alumnas suyas incluso, pero la princesa bien puede considerarse no solo el gran último amor de su vida, sino una eficaz y prolífica colaboradora, a quien se atribuye, en realidad, la biografía de Chopin que se publicó bajo el nombre de Liszt.

         Insisto, la película tiene, a veces, ese aire acartonado de las lujosas producciones que se empeñan en hacerse notar por el derroche de medios, pero Dirk Bogarde sabe interiorizar buena parte de los conflictos agónicos del intérprete y compositor y ello hace que los espectadores sigan con atención su peripecia vital y artística.

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