El latido del tiempo y la soledad cuando la noche los atrapa en un taxi…
Título original: Night on Earth
Año: 1991
Duración: 128 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jim Jarmusch
Guion: Jim Jarmusch
Música: Tom Waits
Fotografía: Frederick Elmes
Reparto: Winona Ryder,
Giancarlo Esposito, Gena Rowlands, Armin Mueller-Stahl, Rosie Pérez, Roberto
Benigni, Béatrice Dalle, Matti Pellonpää, Isaach de Bankole, Paolo Bonacelli,
Kari Väänänen, Tomi Salmela, Sakari Kuosmanen, Lisanne Falk, Richard Boes,
Stéphane Boucher, Emile Abossolo M'bo, Pascal Nzonzi, Jaakko Talaskivi.
Una idea
sencilla, una fotografía deslumbrante y un guion perfectamente estructurado dan
como resultado una película de obligado visionado, aunque en su momento me
venciera la pereza y no intuyera que en una historia tan sencilla pudiera caber
tanto arte y tanta maravilla, pero es lo que tiene la avalancha de estrenos: siempre
se te escapan joyas a las que, ¡afortunadamente también!, siempre puedes
volver. Ese es hoy el caso de Noche en la Tierra, de Jim Jarmusch, un
autor del que, sin embargo, no suelo perderme casi nada, aunque unas me gusten
más que otras, por supuesto. Me emociona tomar la decisión de visitar los
prejuicios del pasado y reconocerme totalmente equivocado, porque ayer tuve la
oportunidad de quedarme estupefacto ante una película que bien podía
confundirse con la moda italiana de las películas de mediometrajes, tan
frecuentes en los años 60, y hasta 70, del siglo pasado, pero la unidad estilística,
formal, de Noche sobre la Tierra, la dota de una suerte de hilo
conductor tempoespacial que acaba dando sentido al encadenamiento de
situaciones que parten siempre de la misma situación: un viaje en taxi en
noches tan distintas como las de Los Ángeles, Nueva York, París, Roma o
Helsinki.
Lo que la película
recoge es una maravillosa travesía espacial nocturna por esos lugares en los que se excluye lo
turístico en aras de lo cotidiano, excepto que, como en el caso de Roma, salgan
al paso del taxi, monumentos omnipresentes como el Coliseo. Las tomas casi
estáticas de los enclaves ciudadanos, con iluminaciones muy cuidadas y una
fotografía llena de calidez y de misterio, tienen una función protagonista
inequívoca. La selección de exteriores ha sido, sin lugar a duda, una de las
grandes tareas artísticas de la película, porque esos espacios, fotografiados
de esa exquisita manera, son, a mi entender, el alma de la película sobre la
que se adhieren unas historias de personajes que, frente a ella, casi podría
decirse que «palidecen». No es una indagación en la profesión del taxista, o de
los pasajeros, sino un intento perfeccionista de captar un latido existencial
en un momento concreto de lugares precisos.
Las diferentes
historias que reclaman nuestra atención son muy diversas, desde la desigual
figura de la taxista de una espléndida Gena Rowlands, una Winona Ryder que no
acaba de dar el papel de joven apasionada de la mecánica a la que en modo
alguno tienta la oferta de la agente a la que lleva en su coche, pasando por un
Giancarlo Esposito jovencísimo, mucho antes de triunfar en Breaking Bad,
de Vince Gilligan, quien forma una pareja extraordinaria con Armin
Mueller-Stahl, un inmigrante que no se aclara con el taxi automático y a quien
el pasajero acaba llevando a su propio destino para enseñarle cómo ha de
hacerlo, destaca una travesía excepcional por el París nocturno con una
pasajera ciega impagablemente interpretada por Béatrice Dalle, sin olvidar el
disparate continuo de un taxista romano interpretado por el siempre excesivo
Roberto Benigni quien sube a su coche a un cura a quien le narra un recuento de
sus relaciones eróticas vegeto-bestiales-adúlteras que…, bueno, ya lo verán,
porque en esa travesía sí que Benigni lo domina todo, y acabando en la helada
ciudad de Helsinki con tres pasajeros borrachos con quienes acaba intercambiando
el taxista confidencias muy íntimas sobre su frustrada paternidad.
Cada una de
esas travesías nos permite conocer pasajeros muy diversos, pero, sobre todo,
taxistas que van desde la insulsez de la Ryder, hasta la comicidad extrema de
Benigni, en una composición que, a su manera, prefigura la del taxista de Mujeres
al borde de un ataque de nervios, de Almodóvar, pasando por la tensa
presencia del conductor de Costa de marfil en la noche de París, hasta el
sufrimiento casi metafísico del taxista de Helsinki, una parte que parece que
va a continuar la comicidad de la anterior, pero que, tras el gag inicial, el
taxi llega hasta donde esperan tres amigos borrachos y dormidos, sosteniéndose
unos a otros en pie, por lo que el taxista toca la bocina y despierta a dos de
ellos, quienes, al enderezarse, dejan caer al que sostenían en el centro, que
la ha cogido de campeonato. Es el único momento puntualmente cómico, porque en
el resto del metraje de esa parte el drama se enseñoreará del habitáculo, muy
al modo como los nórdicos saben vivir las tragedias, y todo ello en una ciudad
cubierta de nieve y de frío, en la atmósfera y en las almas de los alcohólicos
trasnochadores.
Lo que está claro es que cada ciudad
tiene una personalidad perfectamente captada por Jarmusch con un mimo que hace
de esta película una suerte de modelo para fotografiar una ciudad de modo que
se capte su esencia. Aficionado como soy al turismo fotográfico de la arquitectura,
del urbanismo y de los comercios de las ciudades, reconozco que Noche sobre
la Tierra es un festival de emociones fotográficas que, más allá de cada
una de las historias, de los taxistas y sus pasajeros, se bastaría para
complacer a cualquier aficionado al cine. Frederick Elmes es un consumado artista
que ha trabajado sobre todo con directores del llamado cine independiente
usamericano, y ahí está su participación en películas como Cabeza borradora
y, sobre todo, Blue Velvet, o la más comercial, Tormenta de
nieve, de Ang Lee, es decir, un crédito magnífico, algo que agradecerá
cualquier espectador, porque la iluminación de algunas tomas roza la perfección.
Tuvo cierto éxito, al menos entre los
muy aficionados, en su momento, pero puedo garantizar, a los que sean meramente
aficionados, sin mayor énfasis, que pasarán un rato estupendo con una película
ingeniosa, divertida y bellísima.
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