Una deslumbrante visión estética del feudalismo chino, una película discípula del Kurosawa de Ran o Kagemusha.
Título original: Nie yin
niang (The Assassin)
Año: 2015
Duración: 105 min.
País: Taiwán
Dirección: Hou Hsiao-Hsien
Guion: Hou Hsiao-Hsien, Chu Tien-Wen, A. Cheng
Música: Lim Giong
Fotografía: Mark Lee
Reparto: Shu Qi, Chang Chen,
Satoshi Tsumabuki, Ethan Juan, Nikki Hsieh, Ni Dahong, Michael Chang, Jiang
Wen, Zhou Yun, Mei Yong, Zhen Yu Lei, Fang-yi Sheu, Jacques Picoux.
No acabo de
entender la acusación de formalismo esteticista a ciertas películas como esta
maravilla de Hou Hsiao-Hsien, que derrocha belleza por todos y cada uno de sus
fotogramas y deslumbra a quienes buscan en las imágenes encadenadas una narrativa
que va más allá de los valores de la mera acción o de la sucesión de
acontecimientos, relevantes o no. Estamos tan mal acostumbrados a los ritmos
vertiginosos de la acción externa, que cualquier otro tipo de acción nos
desorienta y nos desconcierta. Podríamos alegar las diferentes concepciones del
tiempo en Oriente y Occidente y la radical disparidad de criterios a la hora de
evaluar cuanto sucede. La asesina se mueve en el contexto de las guerras
entre señores feudales cuyas alianzas o desencuentros son observadas por la Corte
con las necesarias precauciones. Se le ha reprochado a esta película que en esa
historia de enfrentamientos nunca quede claro quién se opone a quién, de modo
que dicha confusión altera la clara percepción de lo que esta sucediendo, por
más que ello sea de muy menor importancia para el desarrollo de la historia.
Desde el brillante
prólogo de la película en blanco y negro sabemos que lo importante nos va a
llegar a través de las espectaculares imágenes que ya sea en interiores ya sea en
exteriores van a acompasarse con el ritmo lentísimo del serenísimo modo de vida
de los protagonistas. Un prólogo, en el que la asesina cumple su cometido con
una precisión matemática, que se cierra con lo que puede entenderse como una
declaración de intenciones: la cámara fija en unos árboles agitados
violentamente por el viento va desenfocándose hasta enfocar un árbol que
permanece absolutamente quieto frente a la agitación del segundo plano. Estamos
en presencia de una metáfora del autocontrol de la asesina, quien cumple su
cometido ajena a la «agitación» política en la que sus actos tienen sentido. El
control de los sentimientos, que no siempre le será dado ejercer, condiciona el
desarrollo de los acontecimientos, contra la voluntad de la monja guerrera que
la ha educado en su oficio, sobre todo cuando ha de volver a la corte de donde
fue enviada a formarse y a la que ahora vuelve convertida en una asesina
justiciera. La recepción de la hija en un ambiente de extraordinario lujo en el
que la joven, no acostumbrada a esas experiencias sensuales, se sumerge forma
parte de la descripción de unos modos de vida tradicionales que contrastarán
severamente con otros de raíz popular.
Si a alguien le
gustan los elegantes movimientos de cámara descriptivos de Max Ophüls y la
exquisitez cromática de los planos de Visconti, o bien guarda en su memoria el refinamiento
de las películas históricas de Kurosawa o la impresionante Los sueños,
de él mismo, se moverá por La asesina como por su propia casa, porque Hou
Hsiao-Hsien es heredero de todas esas formas elegantes de plantarse ante la
realidad. Los cuadros pictóricos que elabora el director taiwanés constituyen auténticas
obras de arte que dejan al espectador suspendido ante tanta belleza, tanto ante
la natural de los paisajes, indescriptiblemente bellos, como ante la recreación
de las formas de vida palaciegas con planos estáticos, sí, pero cuidados hasta
el más mínimo detalle.
Vale decir que
la película recrea un género narrativo tradicional, el wuxia, al que
pertenece la índole de la protagonista, y del que formarían parte combates que desafían
la gravedad como en La casa de las dagas voladoras, de Zhang Yimou, por ejemplo,
si bien la película de Hou Hsiao-Hsien desdeña claramente la acción exterior —son
mínimas las apariciones violentas de la asesina— en favor de una tensión
psicológica que se asocia con esos espacios interiores y exteriores que a mí
particularmente me han recordado, por su minuciosa y detallista composición, el Satyricon de Fellini, una de las
cumbres del esteticismo cinematográfico que hace de la belleza un argumento
narrativo de primer orden.
Será tópico
aludir al «alma oriental» a la hora de entender la índole ritual de sus actos,
desde el aseo personal hasta la comida, pasando por la música o las
distracciones más elementales, pero hemos de aceptar que el ritmo de vida
oriental no está aquejado por el cáncer de la prisa occidental, y, desde esta
perspectiva, hemos de realizar un esfuerzo para integrarnos en un fluido temporal
que nada tiene que ver con nuestros hábitos enloquecidos. Los exteriores sobre
los que se construye la película son de una belleza propiamente ataráxica,
porque nadie que los atraviese puede evitar ser herido por esa magnificencia estética
que se nos mete muy adentro y nos aquieta y alivia: la contemplación de esos
espacios constituye una auténtica terapia, como siempre sucede con el arte
cuando este es capaz de expresar inquietudes profundas del ser humano.
Aún me hago
cruces de la escena sublime en la que la esposa del gobernador, protegida por
la asesina, descubre que está embarazada junto a una columna, mientras los
genios del mal pretenden arrebatarla en una danza de sombras retorcidas que
impresionan al más ducho y experimentado de los espectadores. ¡Cuánta belleza
insólita en una sola secuencia inmortal!
Ya he escrito
algunos párrafos, pero todos me parecen ociosos e insignificantes ante un solo
plano, cualquiera, de esta película que invita al silencio, al recogimiento y casi
casi al éxtasis. Olvídense, sus futuros espectadores, de tramas, personajes y
motivos rastreros: elévense al cielo de la belleza, habiten en él y desciendan,
cuando se acabe la película, purificados, a sus quehaceres de cada día. Seguro
que se sienten mejores y más felices. Sí, lo extraordinario, el arte más depurado,
nos hace la vida más feliz, y a nosotros mejores. Así como lo leen.
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