El maltrato
machista, la prostitución y el secuestro de menores puestos en su contexto: una
película densamente política o cada caso es cada caso…
Título original: Alice
Año: 2019
Duración: 103 min.
País: Francia
Dirección: Josephine
Mackerras
Guion: Josephine Mackerras
Música: Alexander Levy
Fotografía: Mickael Delahaie
Reparto: Emilie Piponnier, David Coburn, Etienne Guillou-Kervern, Chloé
Boreham, Martin Swabey, Juliette Tresanini, Christophe Favre, Rébecca Finet,
Philippe de Monts.
Como sucede con tantísimo cine europeo,
tampoco esta película ha llegado a las pantallas y solo puede verse a través de
internet o las plataformas de cine, como Filmin. Ello explica, sin duda, la
ausencia de críticas habituales y las pocas que ha recibido, todas negativas,
salvo una, en FilmAffinity. La seleccioné para acompañarme durante el
entrenamiento en la cinta rodante y he de confesar que me ha parecido una película
valiente, convincente y, sobre todo, necesaria, en este debate absurdamente
moralista, que nos traído el insufrible primer gobierno de coalición de nuestra
democracia, sobre el feminismo tan erróneamente entendido, al decir de las
propias mujeres que lo viven desde posiciones, a menudo, antagónicas.
El debut
cinematográfico de la directora australiana Josephine Mackerras no puede ser,
desde luego, más oportuno, al menos en España, donde este tipo de debates
okupan (sic) el presente con una voluntad de polarización agresiva de la que
nada bueno puede esperarse, porque la complejidad de ciertos asuntos no admite
la simplicidad del agitprop como única respuesta. Mackerras ha optado,
para su primera película, por un tema que va más allá de la polémica y se adentra,
con paso firme, decidido, y acaso un pelín idealizador, todo hay que decirlo,
en el mundo de las escorts de lujo, en el que la protagonista aterriza
siguiendo la huella de un marido infiel que la ha dejado sin un euro y con una
amenaza de desahucio sobre la casa donde vive con su hijo, comprada a partir del
dinero heredado de su padre. Una vez confirmado, de un modo dramático que excede
cualquier medida, y no es difícil imaginarse en el lugar de la protagonista que
ha de vivir semejante pesadilla devastadora, la traición y el expolio total
llevado a cabo por el marido, un literato fracasado, la protagonista acaba
descubriendo las altas remuneraciones de la prostitución de lujo. De repente,
en parte alentada por una escort con la que entra en contacto, lo ve
como la única solución a la que puede recurrir para salir del terrible callejón
sin salida en que la ha dejado el marido e ir pagando, poco a poco, os recibos
del préstamos para impedir la ejecución del desahucio.
El principal
obstáculo para el desempeño de su labor, que no tiene ni días ni horas fijos,
es la custodia de su hijo y las labores propias que exige una criatura pequeña:
atenderlo, llevarlo a la escuela, pasar tiempo con él, etc. Ha de decirse que
la madre de la protagonista se quita a la hija de encima cuando esta le propone
irse con su hijo a la casa familiar, como única solución frente a la tragedia
emocional y económica -¡sobre todo la segunda!- en que la ha dejado su marido.
La madre insinúa, además, que si su marido se ha gastado un dineral en escorts
algo tendría su hija que ver, que a lo mejor buscaba el marido fuera lo que no
tenía dentro… Es decir, el súmum de la mentalidad tradicional sumisa. Una
secuencia nos revela que los amigos tampoco están por la labor de ser
molestados a horas extemporáneas, por ejemplo. Con ese panorama, está claro que
el primum vivere se impone a cualquier otra consideración. A partir de
asumir el reto, se inicia, entonces, una descripción pormenorizada de un
trabajo que no por ser una versión de lujo de la prostitución popular deja de
tener sus riesgos, ni su lado desagradable ni, por supuesto, el temor a
encontrarse con algún psicópata. Conocemos el «sector», además, a través de la
iniciación de quien no tiene ninguna experiencia al respecto y la va ganando a
medida que va teniendo sus clientes. La amistad con la escort veterana
que le descubrió las ventajas del oficio se consolida como un asidero vital
imprescindible para la mujer, aunque…
En esas que se
presenta el marido, compungido, lloroso y muy, muy, muy pero que muy
arrepentido… A pesar del tema escabroso de la película, no deja de ser un rasgo
de humor que ella se aproveche de él como canguro para quedarse con su hijo
mientras ha de atender a sus clientes. Lo previsible, sin embargo, acaba
sucediendo: él descubre a qué se dedica y, desde ese momento, vuelve, mediante
la amenaza de quedarse con la patria potestad del hijo a adquirir, de nuevo,
poder sobre ella. Y todos sabemos lo que es, para una madre, ser privada de un
hijo al que adora. La película discurre entonces por unos caminos de reflexión
social sobre los comportamientos de hombres y mujeres que, llevados ante un
tribunal, tienen un peso muy desigual. No ocurre así para los espectadores,
quienes no dejamos de pensar, en cada momento de la nueva evolución de los
acontecimientos, en el calvario por el que ha pasado la mujer desde que se vio
en la calle, como coloquialmente se dice, «sin oficio ni beneficio», aunque
ella trabaje en una oficina que no le reportan los ingresos que necesita para
paralizar la expropiación de su casa.
El regreso del
marido añade, pues, una dimensión social a la película que ya antes estaba
presente, sobre todo en las conversaciones de las dos escorts, a quienes
une su desafío a la moral tradicional, sobre todo de sus propias familias, que
las anatematizan y excluyen de su círculo. Está claro que, a pesar del realismo
básico desde el que se construye la película, esta no siempre acierta a conseguir
la verosimilitud necesaria, porque hay un sesgo de idealización, yo diría que
inconsciente, que se decanta por la protagonista, y en ello el desenlace,
aunque emocionalmente impecable, tiene no poco que ver.
Insisto, dado
el agitprop pseudofeminista que nos gobierna, esta película es
una apuesta arriesgada por la incorrección política, pero una apuesta segura
por el partido que toma la directora respecto de un caso concreto, puesto que
coincide con la de, al menos, este espectador: cada caso es cada caso, y,
poéticamente, incluso el desenlace «al margen de la ley» lo vemos como algo absolutamente
aceptable y defendible.
El debate está servido.
Las
interpretaciones, además, le confieren una intensidad realista a la historia
que sobrecoge, enfurece y enciende el ánimo de los espectadores, agradecidos
por que la realidad no se ajuste a la cuadrícula de algunas paraideologías
dominantes.
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