viernes, 27 de mayo de 2022

«¡Vaya par de marinos!», de Hal Walker y «Juntos ante el peligro», de Norman Taurog, al servicio de Martin & Lewis…

 

Título original: Sailor Beware

Año: 1952

Duración: 108 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Hal Walker

Guion: James Allardice, Martin Rackin

Música: Leigh Harline, Joseph J. Lilley

Fotografía: Daniel L. Fapp (B&W)

Reparto: Dean Martin, Jerry Lewis, Corinne Calvet, Marion Marshall, Robert Strauss, Don Wilson, Leif Erickson, Vince Edwards.

 








Título original:  Pardners

Año: 1956

Duración: 90 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Norman Taurog

Guion: Sidney Sheldon, Jerry Davis, Mervin J. Houser

Música: Frank De Vol

Fotografía: Daniel L. Fapp

Reparto: Jerry Lewis, Dean Martin, Lori Nelson, Jeff Morrow, Jackie Loughery, John Baragrey, Agnes Moorehead, Lon Chaney Jr., Lee Van Cleef, Jack Elam.

 

        

Quizás solo para devotos de Jerry Lewis y Dean Martin, pero ambas películas son una gozada, sobre todo ¡Vaya par de marinos!: una fórmula brillante y eficaz que duró 17 películas…

 

La casualidad ha querido que el numero 1000 de las reseñas de este Ojo lo ocupen dos películas del dúo cómico Martin & Lewis, quizás no tan renombrado como El Gordo y el Flaco, Abbott y Costello, Crosby y Hope, Belushi y Aykroyd o Lemmon y Matthau, por poner solo algunos ejemplos de dúos cómicos que han triunfado en el cine, pero con un indudable gancho popular y cuya desaparición alumbró la carrera individual de Jerry Lewis, un genio de la comedia que, sin embargo, fue elevado a la categoría que ocupa en la historia del cine por los críticos franceses de Cahiers du Cinéma, algo parecido a lo que ha sucedido con otro cómico, Woody Allen, que ha triunfado más en Europa que en Usamérica. Yo me confieso devoto de Lewis, a quien he seguido y admirado toda mi vida de aficionado al cine, un cómico que, literalmente, me ha hecho rodar desde la butaca al pasillo en no pocas ocasiones,  quizás por su peculiar humor, aparentemente simple y directo, pero muy elaborado, en realidad. Dos joyas, para resumir su trayectoria: El botones y El profesor chiflado. A partir de ahí, ya saben sus adictos de quién y de qué estamos hablando.

         Para mí está claro que el dúo Martin & Lewis fue una incomparable escuela de aprendizaje para Jerry Lewis y que a lo largo de esas 17 películas que rodaron juntos, el cómico supo asimilar un enorme caudal de recursos cómicos que luego explotaría «por libre» en sus fantásticas comedias, a las que llevaría, sin embargo, no poco del «personaje» patoso, desvalido y necesitado de afecto que creó junto a Dean Martin, el cantante cuyo timbre vocálico aterciopelado sigue siendo tan grato de oír hoy como siempre. En estas dos películas, como en el resto de su «joint venture», no hay duda de que la comicidad gestual, corporal, de Lewis se impone frente al ingenio con que obró después, en solitario, para la construcción de los gags, en los que la verbalidad adquirió una importancia mayor. Lewis es un payaso que domina como nadie la expresividad corporal, y si a ello unimos unas dotes privilegiadas para la contorsión y el baile, el resultado es muy parecido al de un mimo, ¡quizás por ello su debut como director en El botones fue un homenaje a las películas cómicas del cine mudo, algo que los productores fueron incapaces de entender, aunque, ¡y quizás por ello mismo!, El botones sea hoy una de las cimas de la historia del cine cómico. De algún modo, Lewis reconoció esa dimensión corporal de su humor cuando aceptó colaborar en una película extraordinaria de la que, sin embargo, no se suele hablar: Funny Bones, («Los comediantes») de Peter Chelsom, pero mejor me centro en estas dos muestras magníficas del exitoso humor del dúo.

         ¡Vaya par de marinos! es una réplica, pero en la Armada, del primer largo de Martin y Lewis con absoluto protagonismo, ¡Vaya par de soldados!, también de Hal Walker, en el Ejército de Tierra. No recuerdo haber visto la primera, pero dudo que tenga la calidad de esta, porque aquí el guion se ha esmerado en la creación de un personaje que justifica las excentricidades habituales de Lewis: se trata de un hipocondríaco que, además, es alérgico a los productos de belleza de las mujeres, especialmente las barras de labios. El inicio de la película es francamente excepcional, y marca una pauta que, con muy pequeños altibajos, se mantendrá hasta el final de la película. Aunque hay un corto de Laurel y Hardy con el mismo título, las historias son muy diferentes. Aliado, Lewis, en la cola de inscripción con un galán, Martin, que se enrola para huir de sus amantes, iremos viendo que no necesariamente se cumplen los presagios que inevitablemente se forjan los espectadores: Lewis será el receptor de todos los contratiempos, golpes incluidos. Bien puede decirse, en realidad, que casi ocurre lo contrario, porque su accidentada participación en un concurso radiofónico en el que ha de besar, ¡él, besar!, a una participante para ganar el concurso que la llevará unos días de vacaciones a Honolulú, incluye unas escenas trepidantes que recuerdan, parcialmente, las películas mudas de  Buster Keaton. El viaje a Honolulú, adonde se dirige el submarino en que Lewis protagoniza golpes memorables, da pie, ¡y cómo no!, al número folclórico inevitable, entre otras cosas, en el que participa Lewis para huir de quienes quieren evitar que bese a la cantante de un club para hacerles ganar a sus compañeros de promoción una suculenta apuesta contra su sargento. Sin ser propiamente películas musicales, la fórmula del dúo incluía, forzosamente,  algunas canciones que, casi siempre, eran saboteadas por la presencia de Lewis, con la consiguiente comicidad, un recurso  que explotaron en clubes, hoteles y casinos durante no pocos años con magníficos resultados, de ahí su paso al cine, donde lograron una gran popularidad, hasta que las desavenencias y la necesidad de tener el control de sus propias películas por parte de Lewis condujo a la desaparición del dúo de las carteleras. Que la vida militar haya dado pie a tantas películas y de todos los géneros en Usamérica se debe a que allí la institución en modo alguno es ajena a la dimensión popular y democrática de todo el país, y en ¡Vaya par de marinos!  se aprecia muy singularmente. Son bastantes las escenas de excelente humor que hay en la película, pero estoy seguro de que los devotos de la pareja convendrán conmigo en que la del preludio del combate de boxeo es desternillante.

         Pardners, slang para «partners», que nosotros traduciríamos por «colegas» y en Méjico por «cuates», lo han transformado los tituladores españoles en una suerte de parodia de Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann, estrenada cuatro años antes. Con un arranque genial, en el que dos amigos caen abatidos en un tiroteo contra los bandidos que asuelan los ranchos del territorio, poco después de que la mujer de uno de ellos decida volver a Nueva York, pasamos del salvaje Far West al civilizado Near East donde la mujer ha logrado forjar una fortuna y criar un hijo, Lewis, que, a pesar de la madre, es un enamorado del recuerdo de su padre y de todo lo relacionado con aquel Far West legendario. Cuando una prima se presenta en la casa, pidiendo ayuda económica a la madre para comprar un semental para su rancho, se inicia una aventura en la que el enamorado cowboy se gastará su pequeña fortuna personal en ayudar a su prima, quien está enamorada del hijo del que fuera pardner de su padre y que, al principio, porque le estropea un rodeo en el que participa para lograr el dinero para comprar el semental, no quiere saber nada de él. Estamos, pues, ante una idealización que va a chocar contra el duro muro de la realidad apenas llegue la pareja a su destino, en el que, ¡estaba escrito!, ambos han de enfrentarse a los mismos peligros que se enfrentaron sus padres, aunque de un modo ciertamente diferente, porque, en el transcurso de esos enfrentamientos, el novato incluso acabará siendo nombrado sheriff, lo que da pie a escenas cómicas de Saloon muy logradas.

La película fue dirigida por Norman Taurog, un habitual de las películas del dúo, antes de dedicarse a filmar las de Elvis Presley, del mismo modo que en sus inicios en el cine mudo dirigió la serie de Larry Semon, a quien en España se bautizó como «Jaimito», del mismo modo que a Buster Keaton se le conoció como «Pamplinas». Dado el olvido general que parece haber caído sobre Larry Semon, quizá un mes de estos me dedique a revisar su obra para acercarlo a los públicos actuales, los cuales no andan lejos, imagino, por puro aburrimiento de los efectos especiales, de volver al slapstick con el que tuve, de joven, tantísimas tardes de diversión. Norman Taurog es un artesano excepcional, con un recorrido dilatadísimo en el que podemos encontrar auténticas maravillas. Esta misma, más allá de las necesidades de someterse al lucimiento de la pareja, tiene una realización esmeradísima, con una puesta en escena magnífica, tanto en la parte de Nueva York como en el trayecto hasta el rancho y, por supuesto, en el pueblo donde vive la prima, defendiendo su rancho contra los especuladores y bandidos que quieren apoderarse de sus terrenos. Los números musicales, como el que da título a la película, representado por el dúo con una gracia especial, tienen, en esta película auténtica proyección de musical, esto es, no son la «cuota» de Martin, sino que están perfectamente incardinados en el desarrollo de la trama.

Queda claro que, con  la mentalidad mitificadora del protagonista, Lewis, la película sigue la senda de los tópicos propios del oeste, vistos desde la perspectiva cómica, lo cual es algo así como un acuerdo tácito con los espectadores: habéis vistos cientos de westerns en vuestra vida, ¿no?; bien, pues a todos ellos os va a recordar, desde el humor, esta película. Se trata, del mismo modo que se ponía en solfa el género bélico en ¡Vaya par de marinos!, de acumular situaciones mil veces vista para provocar la risa e incluso, los más devotos, la carcajada. Mi Conjunta, por ejemplo, no soporta las payasadas de Lewis; yo, por mi parte, no soporto las de Louis de Funès, y así, cada cual, simpatiza con unos u otros cómicos sin que haya un rígido canon del humor que nos impela a reírnos con unos y no con otros. A algunos espectadores les deja frío Buster Keaton y otros no le acaban nunca de ver la gracia a Harold Lloyd, ¡y no digamos de esa otra pareja supuestamente cómica, que ni me atreví a enumerar entre las destacadas, Hill y Spencer! Con todo, y más allá de la aversión a unos u otros cómicos, está la construcción y ejecución de los gags, y ahí sí que puede opinarse más allá del «gusto» subjetivo. Pues bien, Pardners está llenita de gags elaborados milimétricamente, al viejo estilo del padre del cine cómico, Charles Chaplin, y eso es, por sí solo, garantía de que los espectadores pueden pasar una divertida tarde con estas dos películas en magnifica sesión doble.

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