Intensa
descripción del ensayo del fin del mundo civilizado o la salvación y la derrota
a través del ajedrez.
Título original: Schachnovelleaka
Año: 2021
Duración: 112 min.
País: Alemania
Dirección: Philipp Stölzl
Guion: Eldar Grigorian.
Novela: Stefan Zweig
Música: Ingo Frenzel
Fotografía: Thomas W.
Kiennast
Reparto: Oliver Masucci,
Rolf Lassgård, Albrecht Schuch, Birgit Minichmayr, Luisa-Céline Gaffron, Samuel
Finzi, Andreas Lust, Lukas Miko, Johannes Zeiler, Maresi Riegner, Clemens
Berndorff, Julian Rohrmoser.
Mucho me temo
que los espectadores nos vamos a dividir entre quienes han leído Novela de
ajedrez, la novela de Stefan Zweig en la que se basa la película, y
quienes no. Los primeros no dejarán de comparar permanentemente la novela con la
película; los segundos, entre quienes me cuento, vemos la película como una
historia contada como al guionista le ha dado la gana y de forma independiente
de lo que sería una mera adaptación a imágenes del texto escrito por Zweig. La
libertad creativa le sienta bien a la película, por lo que he llegado a saber
de la novela. Lo que sí comparten ambas, película y novela es el espíritu densamente
sombrío que presidió el final de la vida de Zweig, quien se suicidó tras convencerse
de que, finalmente, Hitler se adueñaría del mundo y acabaría con la civilización
occidental tal y como él la había conocido y en el seno de la cual había
desarrollado su notabilísima labor de divulgador y creador.
Un notario
entregado al placer de la vida hedonista en la Viena anterior al Anchluss,
le quita hierro a los avisos de que los nazis no tardarán en apoderarse de
Austria, y solo momentos antes de ser detenido en su notaría tiene tiempo para
destruir todas las claves de las cuentas en el extranjero donde mantienen a
salvo de los avatares históricos sus fortunas muchos de los poderosos plutócratas
austríacos. Detenido, finalmente, es «encarcelado» en un hotel, el Metropol,
que sirve de base logística a la nueva administración nazi. Allí será sometido
a una tortura de aislamiento, con ocasionales malos tratos que a punto están de
acabar con su vida, para que revele esas claves que les permitan a los nazis
hacerse con ese sustancioso botín. La historia va a alternar el viaje en barco
del detenido, con destino a Usamérica, en el que transcurre el núcleo narrativo
de la novela de Zweig y su estancia en el hotel, del que sale seriamente
trastornado, aunque con la pasión del ajedrez que le ha permitido, hasta que le
descubren el libro escondido bajo el lavabo, sobrevivir a la tortura del
aislamiento, del silencio, de la soledad, del vacío… La película se centra
mucho en el desmoronamiento mental de un hombre sometido durante un año
implacable a ese asedio a su fortaleza psicológica. Antes de ser detenido,
instruyó a su mujer para que cogiera un barco para Usamérica esa misma noche,
sin demora, aunque a él no le diera tiempo a llegar para reunirse con ella. El
juego anacrónico desarrollado por el guionista les permite, a los esposos, reunirse en
cubierta y emprender juntos el viaje, como si no hubiera Pasado el año de detención
que sufre el notario Bartok. Poco a poco iremos descubriendo que la quiebra
mental del protagonista, de cuya vida solo ha subsistido su vasto conocimiento
del ajedrez, tras haber memorizado todas las partidas del libro que lo acompaña
en su cautiverio, le hace confundir espacios, tiempos y también personas. Así, se
borra la frontera, a menudo, entre el camarote del barco y la habitación del
hotel, y en ambos, sin embargo, choca el comportamiento del pasajero en uno y
del detenido en la otra, para admiración de los compañeros de viaje, en el
primer caso, y del despiadado interrogador nazi en el segundo.
La película
construye su crítica del nazismo como una descripción del terrorismo que se
complace en minar los fundamentos de la humanidad de una persona, arrebatándole
la razón y la pasión. Con todo, el robo del libro, en un momento dado, aunque
se lleve un desengaño al abrirlo en su habitación, le permitirá al prisionero
blindarse contra el horror y construirse una personalidad que, en el barco, se
pondrá a prueba contra otra personalidad «tullida», la de Mirko Czentovič , porque el campeón del mundo que nos describe su agente no deja de ser un ignorante total
con una sola habilidad: el juego del ajedrez, en el que sobresale como sobresalió
Mozart con seis años en la música: como un don absoluto.
Ya intuirán los
queridos intelectores de estas críticas que estamos ante una película «de
actores», y aun me atrevería a decir que «de actor», porque Oliver Masucci
carga sobre él casi todo el peso de la película, y sus transformaciones físicas
son tan espectaculares como la representación de las diferentes manifestaciones
de su personalidad, antes del diluvio nazi, durante su tortura, y en libertad.
Es paradójico que sea él el encargado de tan difícil papel tras haber encarnado
a Hitler en Ha vuelto, de David Wnendt, una suerte de Borat, de
Larry Charles. Agradecido debe de estar el actor alemán, porque lleva a cabo
una interpretación antológica, gracias a una puesta en escena impecable y a una
capacidad casi física de la cámara para captar sus reacciones fisiológicas y
emocionales. Con todo, son la creación de una atmósfera opresiva y degradante
en la habitación y la dimensión onírica en la parte del viaje en barco los dos
recursos que nos permiten hablar de una continuidad de planteamiento que dotan
de un poderoso sentido unitario a la historia: nunca sabemos a ciencia cierta dónde
empieza la realidad y dónde acaba la distorsión de una mente sometida a la
tortura. Para eso hemos de llegar al final de la película, por supuesto. Y esa
travesía, aunque no es agradable contemplar la humillación impía de una persona
a través de la tortura refinada, sutil y sádica, le dejará maravillado al
espectador, porque incluso en el retrato del mal puede, quien lo recrea, insertar
una dimensión estética que, sin irrealizar los hechos, permite contemplarlos
como una obra de arte.
La película se
anuncia como una superproducción, o poco menos, y se ha de reconocer que la
reconstrucción de la lujosa vida vienesa de aquellos terribles años está muy
conseguida; del mismo modo que la degradación de los espacios que significa la
irrupción en ellos de los nazis a quienes tanto odiaba una de las grandes
figuras de la cultura europea del siglo XX.
Quizá no haya
hecho demasiado hincapié en la vivencia singular por parte de Bartok de un
juego por el que, en el pórtico de la película, manifiesta su desinterés y aun
casi desprecio, porque en la historia tiene un valor instrumental: es el renglón
torcido de dios que le permite salir del laberinto de la locura. No hay, como en
Gambito de dama, de Scott Frank y Allan Scott, una idealización manifiesta
del juego y un estereotipo de la genialidad de algunos jugadores, sino una
lucha entre egos dañados y heridos de muy diferente manera, pero eso es algo
que irá descubriendo el espectador de la película poco a poco. ¡Y ojo a esa
atmósfera onírica del buque, tan impecable y convincente! Son innumerables los
planos del personaje y el mar que se quedan en la memoria de la retina; del
mismo modo que no se borran de ella los primeros planos del rostro del notario
torturado.
Es muy probable
que para los amantes del cine «de acción» sea esta una película plomiza,
aburrida y más lenta que una carrera de babosas, pero para quienes la verdadera
«acción» se manifiesta en la psicología y las emociones de las personas, esta
película la van a vivir como si se hubieran subido al Dragón Khan…
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