El viacrucis
del internamiento psiquiátrico en pacientes sobrediagnosticados.
Título original: Girl, Interrupted
Año: 1999
Duración: 122 min.
País: Estados Unidos
Dirección: James Mangold
Guion: James Mangold, Lisa Loomer, Anna Hamilton Phelan. Autobiografía: Susanna Kaysen
Música: Mychael Danna
Fotografía: Jack N. Green
Reparto: Winona Ryder,
Angelina Jolie, Clea Duvall, Brittany Murphy, Elisabeth Moss, Jared Leto,
Jeffrey Tambor, Vanessa Redgrave, Whoopi Goldberg, Joanna Kerns, Angela Jillian
Armenante, Bruce Altman, Kurtwood Smith, Kadee Strickland. Bettis.
Debí verla en Mumford, de Lawence Kasdan,
curiosamente una muy buena película sobre un psicoanalista que practica el intrusismo
profesional con magníficos resultados que concitan la animadversión de todos
los auténticos titulados que advierten cómo se les escapan los clientes hacia
el “mágico” doctor, pero no la recuerdo en absoluto. Me refiero a Elisabeth
Moss en una de sus primeras apariciones en pantalla, aunque ha actuado desde muy
niña. Ahora, ya famosa, no solo me parece admirable en Shirley, de Josephine
Decker, recientemente criticada en este Ojo, sino una actriz dispuesta
incluso a salir desfigurada en pantalla para interpretar a una de las residentes
en un psiquiátrico «de lujo», lo que prueba que sabe distinguir perfectamente entre
un buen papel y su propia presencia en pantalla, más allá de salir como a
muchas actrices suele gustarle aparecer: favorecidas.
Inocencia interrumpida es una película a
la mayor gloria de su productora, Winona Ryder, y está basada en un hecho real.
Sucede, sin embargo, que, a pesar de estar contada la historia desde el punto
de vista de una joven que un buen día decide suicidarse ingiriendo un tubo de somníferos
con una botella de vodka, una de las internas en el sanatorio, Angelina Jolie,
rematadamente perversa y despiadada, le roba el protagonismo a la Ryder y nos
ofrece una actuación que le valió el Oscar a la mejor actriz de reparto. Pudiera
alguien pensar que hay algo de sobreactuación en su interpretación, pero a
medida que avanza la película, el personaje adquiere una mayor densidad que justifica
su protagonismo.
La protagonista es internada contra su
voluntad, aunque con su consentimiento, en una clínica en la que su «caso»
pronto se revela de una entidad bastante menor que las de quienes la rodean,
como el personaje de Elisabeth Moss, una chica que se roció de gasolina y se
prendió fuego a sí misma, a resultas de lo cual tiene la cara totalmente
deformada por las quemaduras. La protagonista, que atraviesa una depresión que
le ha llevado de forma inconsciente al intento de suicidio, es internada por
los padres tras recibir asesoramiento médico, pero sin tener un diagnóstico
claro de cuál pudiera ser la patología que sufre. A medida que vamos conociendo
la difícil relación con sus padres, y cómo no encaja en modo alguno en el
estilo de vida de estos, la joven se siente aislada e incomprendida, porque,
acabado el College, no dice tener otro objetivo en la vida que «escribir»,
lo cual le parece de todo a sus padres menos una salida profesional. Es decir,
que un conflicto existencial propio de la juventud se resuelve impulsivamente a
través de una huida radical del medio donde no encaja, y ello acaba llevándola
a un sanatorio privado con un régimen de vida que nada tiene que ver con la
masificación de la sanidad pública.
La joven autora del libro en que cuenta
su experiencia, reacciona al contacto con otros casos clínicos y va
descubriendo en su trato con ellas y en su terapia con la doctora, una fugaz
aparición, pero siempre espectacular, de Vanessa Redgrave, lo que le une a ellas
y lo mucho que le separa de ellas, todo ello en un viaje que cuenta con el
apoyo de actrices no solo como Elisabeth Moss, sino como la compañera de habitación
de la protagonista, la estupendísima Clea DuVall, que tenía un papel
maravilloso en la serie Carnivàle. De la historia se deduce claramente
la idea de la sobrediagnosis que sufre la protagonista y que confunde el desequilibrio
mental con una crisis existencial aguda que no requeriría un internamiento,
sino una terapia adecuada, lo cual no significa que sea fácil de encontrar;
pero que hay un abismo entre el «trastorno» existencial de la protagonista y
los cuadros patológicos severos de las otras internas salta a la vista y acaba
convenciéndola a ella de que la vía de la solidaridad con las otras internas no
es la «solución» a sus propios problemas, sino la necesidad de llevar una vida
independiente que le permita desarrollar, con esfuerzo, su propio proyecto de
vida, encaje o no en la familia o el círculo social al que pertenece. Lo que
también nos revela la película es lo fácilmente que una persona con un
trastorno no severo puede acabar involucrándose en una dinámica conflictiva que
la lleve a considerar que «lo suyo» es pertenecer a ese mundo de diversas
patologías que, en mayor o menor medida, impiden la vida «normal» en sociedad.
En ese sentido, la presencia inquietante del personaje de Angelina Jolie,
incontrolable, perverso y, al mismo tiempo, seductor, atrae inexorablemente a
la protagonista para acercarla a su mundo y evitar su salida del sanatorio.
La presencia de Whoopi Goldberg en un
registro distinto de por los que ella se hizo famosa internacionalmente acaba
de redondear una historia que, con base real, conecta muy bien con estos
tiempos hiperpsicologizados en los que parece una «necesidad» individual ser
diagnosticado de algo para poder entender aquella que siempre ha sido parte
esencial de la naturaleza humana: el desconcierto, el abismo, el peligro, el
desequilibrio, la rareza, la excentricidad, el drama e incluso la tragedia.
Vivimos tiempos en los que se persigue la seguridad de las tumbas pero en vida:
nadie puede estar expuesto a peligros que lo «trastornen» psicológicamente y,
por ende, lo marquen; aunque, paradójicamente, el modo escogida para luchar
contra ella es justamente el peor: diagnosticar a todo el mundo y exigir, después,
la comprensión social para todos los trastornos habidos y por haber; «normalizar»
la afección psicológica de modo que no halla fronteras entre la antigua «normalidad»
y la vieja «locura». Recordemos, por otro lado, que la acción se sitúa en los años finales de la década de los 60, cuando el sueño de la contracultura y la revolución de las flores y el amor libre, sumada al uso masivo de las drogas, sumió en el desconcierto a no pocos jóvenes. Y en esas estamos…
La película-documento se ve con agrado
e interés, y destacan unas interpretaciones que elevan sustancialmente el nivel
de la misma. No quiero olvidar la presencia de Jared Leto, en un papel breve, pero efectivo, a la altura de su gran versatilidad interpretativa. Diría que me parece mucho más actual ahora que cuando se estrenó. Jame Mangold, al margen de las películas comerciales sobre los X-Men, ha dirigido dos películas de mçerito: Walk the Line, con Joaquin Phoenix, una estupenda biografía de Johnny Cash en la que se echó de menos la voz de este, porque Phoenix llevó el verismo de su actuación hasta el punto de suplir al inmenso cantante de voz tan particular; y Cop Land, con acaso el mejor papel que se le ha visto nunca en la pantalla a Sylvester Stallone.
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