La vida patológica y maldita de la escritora Shirley Jackson, con una Elisabeth Moss descomunal.
Título original: Shirley
Año: 2020
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Josephine Decker
Guion: Sarah Gubbins. Novela:
Susan Scarf Merrell
Música: Tamar-Kali Brown
Fotografía: Sturla Brandth
Grøvlen
Reparto: Elisabeth Moss,
Odessa Young, Logan Lerman, Michael Stuhlbarg, Victoria Pedretti, Robert Wuhl,
Paul O'Brien, Orlagh Cassidy, Bisserat Tseggai, Allen McCullough, Tony Manna,
Edward O'Blenis Jr.
Sin haber leído
nada de la autora, excepto el cuento breve que le dio retorcida fama de autora
transgresora, La lotería, cuya publicación en The New Yorker en
1948 provocó la cancelación de no pocas suscripciones, sí he visto una meritoria adaptación de su
novela La
maldición de Hill House, realizada por Robert Wise, y me he percatado de
que la crítica de la película destacaba los elementos esenciales de la escritura
de la autora, de acuerdo con varias opiniones que he ido consultando aquí y
allá en la red. Lo sustancial en su particular concepción del horror es que
este nace a partir de los personajes y de situaciones aparentemente anodinas,
que pueden «leerse» como una muestra de normalidad que en nada desentona de lo
comúnmente aceptado. Creí advertir en La lotería un eco nítido del
relato de Kafka En la colonia penitenciaria, pero hermeneutas habrá que nos
hayan revelado con fundamento las influencias de una autora a la que en esta
película se la presenta de un modo que no coincide del todo con las más
elementales biografías de urgencia que pueden leerse de ella a través de Google.
Quizás el hecho
de que la película adapte una novela biográfica sobre la escritora justifique
la visión que de ella se da en la película, pero la ausencia en la vida del matrimonio
formado por Shirley Jackson y su marido, el profesor y crítico Stanley Edgar
Hyman, de los cuatro hijos de la pareja, con lo que la maternidad supuso para
la autora, quien incluso llegó a escribir una obra de inspiración autobiográfica
titulada La vida entre salvajes, no le resta interés a la historia, pero sí la
sitúa en un ámbito de ficción en el que se proyecta una imagen hasta cierto
punto mitificada, incluso en la depravación, de la escritora, quien no
necesitaba, ciertamente, que se cargaran mucho las tintas sobre su inestable y
compleja personalidad que la llevó a una
temprana muerte, a los 48 años.
La historia nos
presenta la llegada a la casa de la escritora de una joven pareja, él
doctorando y ella estudiante, invitados por el marido de Shirley con una
ambigüedad que no tarda en resolverse, porque ella se convierte en la «criada»
de la casa, mientras él lo aligera de ciertas clases aburridas en la
Universidad, mientras se dedica a sus infidelidades varias, con el
consentimiento de su esposa y explotada escritora, dado que Hyman se encarga de
facilitarle la vida a su mujer para que esta pueda dedicarse a escribir, por
cuya obra ingresaba más dinero que él por su dedicación universitaria. Al modo
de Lunas de hiel, de Polansky, pero sin la explicitud morbosa de
esta, la situación claustrofóbica de Shirley, quien está escribiendo sobre una estudiante
que ha desaparecido de la universidad, labor en la que acaba ayudándola la
invitada, quien está embarazada. El hecho de que su protagonista estuviera
también embarazada permite una identificación entre la huésped y la
protagonista de su novela que facilita el acercamiento intenso de ambas
mujeres, aunque cuando la joven descubre que muy probablemente la estudiante
desaparecida hubiera seguido algún curso con su marido y fuera una de sus
amantes, Shirley ni se inmuta y asegura que ella sabe perfectamente con quién
se acuesta su marido.
El cruce de
personalidades entre la huésped y la protagonista llega al extremo de confundir
ambos destinos, lo que añade a la historia una dosis de ambigüedad
notabilísima, y que la directora resuelve con harta eficacia, porque el acercamiento
erótico entre ambas mujeres, Shirley y Rose da lugar a un desenlace que ha de reinterpretarse
a la luz del sentido de la novela que se trae entre manos y que le desvela a su
marido: «¿Qué pasa con todas las muchachas que desaparecen? Que se vuelven
locas…» Solo desde esa línea del diálogo puede entenderse el verdadero desenlace
de la novela.
En la medida en
que Elisabeth Moss es la productora de la película, entendemos el
hiperprotagonismo de la actriz, sobre cuya interpretación de la atribulada vida
de la escritora recae, junto a Odessa Young,
el peso de la película. Y ambas la salvan de modo sobresaliente, porque la intimista
realización casi en penumbra de la historia -la escritora padecía agorafobia y prácticamente
no salía de casa- consigue crear eso que tantas películas se esfuerzan en vano
por crear: una atmósfera. El papel del marido, un comparsa cómico que sabe controlar
a la escritora con mano izquierda, es un contrapeso necesario para ella,
hundida en la marginación que supuso, desde su nacimiento, ser una hija no
deseada y, después, una mujer que no encajaba en modo alguno en los
estereotipos de la mujer estándar de su tiempo, ni por la belleza ni por la
inteligencia: la escritura fue su refugio, su única vida y su razón de ser,
hasta que la combinación fatal de alcohol, barbitúricos y las anfetaminas para
combatir la obesidad le provocaron un paro cardíaco mientras dormía. En la película
hay poca información real y contrastada sobre la vida de la escritora, acaso
porque no fue ese el objetivo de la novela de Susan Scarf, pero solo con esa
información puede entenderse que la escritora le diga a su huésped que espera
que le nazca un hijo, porque la vida trata muy mal a las mujeres. A ella, sin
duda que sí, pero el retrato «deprimente» que se nos da de su «locura» tiene un
sesgo tremendista que casa muy bien con la necesidad de impresionar a la
audiencia, y, aunque sea coherente con los presupuestos literarios de la
novela, creo que un personaje literario de su envergadura merecía un esfuerzo
complementario de contextualización.
Con todo, la
película, como un proceso que mezcla vida y literatura, tiene entidad propia y
nos ofrece un relato de terror quizás mucho más explícito que el de la propia
obra de la autora. ¡Y hay que ver lo mucho y bien que ha trabajado Moss el
personaje! Es curioso advertir cómo va creciendo esta actriz hacia la perfección,
y el buen ojo que tiene para elegir su trayectoria. Del grupo que componía el
excelente reparto de Mad Men, nadie como ella se ha colocado en mejor situación
para consagrarse como una de las grandes actrices de nuestro siglo. Acabo de
verla en una de sus primeras interpretaciones, en Inocencia interrumpida,
de James Mangold y en este Ojo critique hace un tiempo The one I love,
de Charlie McDowell, y doy fe de que no para de crecer artísticamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario