El debut de
Hayley Mills en una historia criminal de impecable factura clásica.
Título original: Tiger Bay
Año: 1959
Duración: 105 min.
País: Reino Unido
Dirección: J. Lee Thompson
Guion: John Hawkesworth, Shelley Smith. Historia: Noël Calef
Música: Laurie Johnson
Fotografía: Eric Cross
(B&W)
Reparto: John Mills, Horst Buchholz, Hayley Mills, Yvonne Mitchell, Megs
Jenkins, Anthony Dawson, George Selway, Shari, George Pastell, Marne Maitland,
Paul Stassino.
Siete años
después de que Charles Crichton sorprendiera al mundo con una historia en
apariencia minúscula, pero poderosa en sus implicaciones temáticas, Haunted,
con un Dirk Bogarde magnificente, J. Lee Thompson, indiscutible autor de El
cabo del miedo, pero anodino de
tantas y tantas películas al servicio de Charles Bronson y otros proyectos alimenticios,
pero nada artísticos, rodó esta película que guarda un evidente parentesco con
la de Crichton. Allí, un marinero mata al amante de su mujer; en esta, el
marinero, que ha estado mandado dinero a su enamorada mayor que él, quien se ha
hartado de su ausencia y se ha buscado una cómoda relación con un hombre
casado, mata a la mujer tras una violenta discusión y forcejeo por la posesión
del arma que ella guardaba en un cajón de la cómoda. Antes de esa escena
capital para el devenir de la historia, el prólogo nos muestra a un afable
marinero que, después de desembarcar en Cardiff, va en busca de su amante, a la que no
encuentra en la dirección habitual, adonde él le enviaba el dinero. Por el
camino se nos presenta a una niña, Hayley Mills, de fuerte temperamento, que no duda
en enfrentarse a sus compañeros de juego que no la dejan participar en sus luchas
de policías y ladrones porque no tiene una pistola con la que jugar. El
marinero pregunta por una dirección que es la de la propia casa de la niña, por
lo que esta lo acompaña. Enviada por su madre a entregar una prenda y cobrar el
trabajo, la niña, después de alguna travesura con muy malas pulgas, acaba
viendo, a través de la rejilla del correo en la puerta de la vecina «polaca»,
la violenta discusión a la que los disparos sobre la mujer ponen fin. El juego
de planos que usa el director para narrarnos desde dos puntos de vista la
escena es muy notable, pero la huida del asesino, que deja la pistola en un
escondite que localiza la niña, quien enseguida se hace con ella para poder
jugar «con todas las de la ley», es decir, alardeando de poseer una pistola «de
verdad», son de una creatividad del mejor cine negro. No en balde, el
cinematografista de esta película es el mismo de Haunted, Eric Cross,
con un brillante historial en el cine británico desde finales de los 30.
La primera persecución
que se inicia es la de la niña cargo del marinero, quien la encuentra en la
iglesia, en una boda en cuyo coro canta la niña y en donde intercambia la bala
que le quedaba al revólver con un compañero de juegos, quien mira con asombro
la pistola que exhibe ante él. La persecución en el interior de la iglesia, que
la niña conoce a la perfección, no evita que sea atrapada por el marinero,
quien logra extraer de ella la información necesaria para saber que la policía
aún no lo busca. Cuando esta entra en acción, el inspector, John Mills, padre
de Hayley, con quien va a mantener una relación muy curiosa, aunque de muy
diversa índole que la de la niña con quien no tarda en convertirse en un
fugitivo, a poco que la investigación avanza lo suficiente como para
identificarlo, va a asistir, con los nervios perdidos, a un hermoso muestrario
de mentiras por parte de la niña que consiguen lo que pretenden: obstaculizar
la investigación, lo que se irá acentuando a medida que avance la acción y el
marinero y la niña, que vive con su tía, entablen una relación emotiva que no
necesariamente cae dentro del famoso síndrome de Estocolmo, porque la niña
aspira a poner tierra de por medio para vivir la aventura de la vida, espoleada
por una imaginación casi febril y la convicción de poder salir adelante gracias
a ella. El recital interpretativo de Hayley Mills, desbordante aun en sus
sobreactuaciones, contrasta con la sequedad áspera del inspector, su padre en la
vida real, que le da la réplica. Esa actuación, premiada en Berlín, le abrió
las puertas de la fama y le deparó un contrato con Disney que la llevaría a la
cúspide de la popularidad con un clásico, Pollyana, y con la feliz
historia del autor de Emilio y los detectives, Erich Kästner, adaptada
con el título de Tú a Boston y yo a California.
Por lo escrito,
es evidente que a muchos espectadores que desconocen las películas de Crichton
y Thompson, la trama les recordará vagamente una película más cercana: Un
mundo perfecto, de Clint Eastwood, una road movie cuyas evidentes semejanzas
con estas dos no le quitan un ápice de interés; pero yo los invito a descubrir
estas dos joyas del cine británico que tienen todas las hechuras cinematográficas
de los grandes clásicos, y, especialmente de La bahía del tigre, interpretaciones
llenas de emotividad e incluso un cierto lirismo que trata de compensar la
angustia permanente de la huida del protagonista, con quien simpatiza no solo
la niña, sino también los espectadores, una ambigüedad moral que se resuelve
perfectamente en el fantástico desenlace de la película en alta mar, en el límite
de la jurisdicción de las autoridades británicas. Mi sorpresa particular ha
sido el comedimiento y la expresividad de un actor, Horst Buchholz, que resulta
totalmente insípido en la magnífica película de Wilder, Un, dos, tres;
pero, en esta, da un recital convincente de unas dotes que le permitieron
triunfar en el cine usamericano y en el europeo, aunque su larga carrera ha
contemplado obras de muy diversa calidad. En esta, imagino que el alto nivel de
todos los intérpretes contribuyó a sacar lo mejor de él, no solo en la
vertiente dramática, sino también en la cómica, muy breve, con la que «distrae»
a la niña hasta conseguir embarcarse en un buque que lo lleve fuera del país.
Después de
haber visto varias películas muy actuales, he de reconocer que descubrir un
clásico como este le reconforta a uno como espectador, y le anima a seguir
buceando en fondos cinematográficos, como el del cine policiaco inglés, donde
se pescan verdaderas obras de arte.
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