sábado, 20 de agosto de 2022

«Cinco tumbas al Cairo», de Billy Wilder, una bélica en tiempos de guerra.

Más allá del cine de propaganda, una “de guerra” con el sello inconfundible de Wilder, apuntes de comedia incluidos.

Título original: Five Graves to Cairo

Año: 1943

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Billy Wilder

Guion: Charles Brackett, Billy Wilder. Teatro: Lajos Biro

Música: Miklós Rózsa

Fotografía: John F. Seitz (B&W)

Reparto: Franchot Tone, Erich von Stroheim, Anne Baxter, Akim Tamiroff, Peter van Eyck, Fortunio Bonanova, Konstantin Shayne, Fred Nurney, Miles Mander.

 

         Del mismo modo que la revisión de La tentación vive arriba me obligó a  sonrojarme levemente por lo que, retrospectivamente, me hizo sonreír la primera vez que la vi, Cinco tumbas al Cairo, que me resistía a verla por intuir, ahora veo que erróneamente, una simple película de propaganda bélica, me ha deparado una excelente sorpresa, aunque la película, por supuesto, se encuadre entre aquellas que pretendían, y lo conseguían, levantar la moral de la población mientras sus soldados defendían la bandera de la libertad en la vieja Europa. Se trata de la tercera película de Wilder en su nueva patria y, hecha la salvedad patriótica, es una nueva demostración de su enorme talento cinematográfico.

         La historia arranca de un modo espectacular: un tanque avanza sin dirección por las dunas del Sahara y en su interior recobra el conocimiento un tripulante que logra salir por la torreta para, en un brusco descenso del tanque por una duna, salir despedido de él… Intenta correr tras él, pero cae agotado por el esfuerzo. Poco después llega al mar y, al borde del camino que recorre la costa, halla un hotel en ruinas, bombardeado hace muy poco por la aviación alemana. Una caravana de vehículos llega justo cuando el soldado ha sido arrastrado tras el mostrador de recepción por el dueño, mientras, junto a la única trabajadora del centro, reciben al teniente alemán al mando de la expedición que ha e proveer el alojamiento ¡nada menos que para el mariscal Rommel! Ahora tomen nota del reparto: el soldado inglés herido: Franchot Tone, quizás hoy nada recordado, pero, en sus días de gloria, una auténtica celebridad; el dueño del hotel: Akim Tamiroff, un secundario glorioso; la doncella resentida contra los ingleses y los alemanes: un hermano murió abandonado en Dunkerke y el otro está en un campo de concentración, una jovencísima Anne Baxter , y, finalmente, encarnando al general Rommel, un contenido Erich von Stroheim, auténtica «institución» del Séptimo Arte, con quien Wilder trabajaría 7 años después en El crepúsculo de los dioses, su particular homenaje al cine mudo, en el que destacó Stroheim.

         La película, a pesar de pertenecer al género bélico, tiene una dosis de intriga y de espionaje que  la hace ir más allá de las típicas películas bélicas, dada, sobre todo, la escasa acción mortífera que hay en ella, la cual es sustituida por la intriga psicológica que protagonizan Baxter, el teniente alemán que finge ayudarla a liberar a su hermano y el militar inglés que se hace pasar por el camarero cojo del hotel que, para mayor sorpresa, trabaja como espía de los alemanes. La ruina del hotel es un escenario decadente que se alía con la presencia del mayor enemigo de los aliados, quien juega un papel relativamente importante en la película, del mismo modo que el general itialiano que lo acompaña, el actor Fortunio Bonanova, en realidad el balear Josep Lluís Moll, barítono, quien había parecido en  Ciudadano Kane como profesor de música de la mujer de Kane. En la película, Bonanova no deja de cantar trozos de ópera italiana con excelente voz, «pero nunca de Wagner», lo que provoca que los demás protesten para que lo hagan callar, en un juego cómico que alivia la tensión dramática del soldado que busca cómo apoderarse de los secretos de Rommel para llevarlos a las fuerzas aliadas en El Cairo. Muy curiosa, la personalidad de Moll, un secundario que hizo fortuna recorriendo Usamérica con un espectáculo de zarzuela española. En Wikipedia recogen la atención que le dedicó Cabrera Infante en su libro Cine o sardina, dedicado al Séptimo Arte.

         La película tiene momentos estelares y la cámara se mueve por el interior del hotel en ruinas como en un escenario gótico, atendiendo, sobre todo a las intrigas que se van gestando en su interior y de las que el protagonista intentará salir con bien. Hay una intensa pelea que se perpetra fuera de campo mientras la cámara enfoca en primer plano el haz de luz de la linterna de uno de los contendientes que ha caído al suelo en el forcejeo que precede a la muerte de uno de ellos, lo cual no deja de ser extraño en una película bélica, desde luego.

         Sorprende así mismo, que la película se rodase íntegramente en Usamérica, a pesar de que la puesta en escena convence inmediatamente a los espectadores de hallarnos en el norte de África, pero esa es una de las reconocidas magias del cine. Está claro, por otro lado, que Stroheim ni de lejos da el papel de Rommel, más estilizado en la vida real, pero la soberbia prusiana con que se desenvuelve el austríaco frente a la cámara da totalmente el pego de la encarnación del mariscal alemán Hay en la película, en el trabajo de los alemanes que tuvieron que huir del nazismo, una suerte de regodeo especial en el sarcasmo con que se nos presentan los militarotes alemanes, como si estuvieran predestinados a sufrir los reveses que padecieron. Imagino que Wilder y Stroheim estudiaron a conciencia la «composición» de esa figura histórica, tratada con no poca distancia para impedir en todo momento que nadie pudiera ni siquiera simpatizar con el apodado «zorro del desierto», y mostrar que hasta un escribiente inglés convertido en soldado era capaz de «engañar» al zorro...

         Insisto, esta película de Wilder merece una revisión que la sitúe en mejor lugar del que ocupa actualmente: el semiolvido. Por supuesto que no puede competir con El crepúsculo de los dioses o Con faldas y a lo loco, ¡y menos aún con El gran carnaval!, pero Wilder estuvo ciertamente inspirado en la realización de una historia que no cae  en el panfleto ni en el melodrama y que conserva los elementos sustanciales del suspense y la fe en los ideales democráticos.

 

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