Más allá del cine de propaganda, una “de guerra” con el sello inconfundible de Wilder, apuntes de comedia incluidos.
Título original: Five Graves
to Cairo
Año: 1943
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Billy Wilder
Guion: Charles Brackett, Billy Wilder. Teatro: Lajos Biro
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: John F. Seitz
(B&W)
Reparto: Franchot Tone, Erich von Stroheim, Anne Baxter, Akim Tamiroff,
Peter van Eyck, Fortunio Bonanova, Konstantin Shayne, Fred Nurney, Miles Mander.
Del mismo modo que la revisión
de La tentación vive arriba me obligó a sonrojarme levemente por lo que,
retrospectivamente, me hizo sonreír la primera vez que la vi, Cinco tumbas
al Cairo, que me resistía a verla por intuir, ahora veo que erróneamente,
una simple película de propaganda bélica, me ha deparado una excelente sorpresa,
aunque la película, por supuesto, se encuadre entre aquellas que pretendían, y
lo conseguían, levantar la moral de la población mientras sus soldados defendían
la bandera de la libertad en la vieja Europa. Se trata de la tercera película
de Wilder en su nueva patria y, hecha la salvedad patriótica, es una nueva
demostración de su enorme talento cinematográfico.
La historia
arranca de un modo espectacular: un tanque avanza sin dirección por las dunas
del Sahara y en su interior recobra el conocimiento un tripulante que logra
salir por la torreta para, en un brusco descenso del tanque por una duna, salir
despedido de él… Intenta correr tras él, pero cae agotado por el esfuerzo. Poco
después llega al mar y, al borde del camino que recorre la costa, halla un
hotel en ruinas, bombardeado hace muy poco por la aviación alemana. Una
caravana de vehículos llega justo cuando el soldado ha sido arrastrado tras el
mostrador de recepción por el dueño, mientras, junto a la única trabajadora del
centro, reciben al teniente alemán al mando de la expedición que ha e proveer
el alojamiento ¡nada menos que para el mariscal Rommel! Ahora tomen nota del
reparto: el soldado inglés herido: Franchot Tone, quizás hoy nada recordado,
pero, en sus días de gloria, una auténtica celebridad; el dueño del hotel: Akim
Tamiroff, un secundario glorioso; la doncella resentida contra los ingleses y
los alemanes: un hermano murió abandonado en Dunkerke y el otro está en un campo
de concentración, una jovencísima Anne Baxter , y, finalmente, encarnando al
general Rommel, un contenido Erich von Stroheim, auténtica «institución» del Séptimo
Arte, con quien Wilder trabajaría 7 años después en El crepúsculo de los
dioses, su particular homenaje al cine mudo, en el que destacó Stroheim.
La película, a
pesar de pertenecer al género bélico, tiene una dosis de intriga y de espionaje
que la hace ir más allá de las típicas
películas bélicas, dada, sobre todo, la escasa acción mortífera que hay en ella,
la cual es sustituida por la intriga psicológica que protagonizan Baxter, el
teniente alemán que finge ayudarla a liberar a su hermano y el militar inglés
que se hace pasar por el camarero cojo del hotel que, para mayor sorpresa,
trabaja como espía de los alemanes. La ruina del hotel es un escenario decadente
que se alía con la presencia del mayor enemigo de los aliados, quien juega un
papel relativamente importante en la película, del mismo modo que el general
itialiano que lo acompaña, el actor Fortunio Bonanova, en realidad el balear
Josep Lluís Moll, barítono, quien había parecido en Ciudadano Kane como profesor de música
de la mujer de Kane. En la película, Bonanova no deja de cantar trozos de ópera
italiana con excelente voz, «pero nunca de Wagner», lo que provoca que los
demás protesten para que lo hagan callar, en un juego cómico que alivia la tensión
dramática del soldado que busca cómo apoderarse de los secretos de Rommel para
llevarlos a las fuerzas aliadas en El Cairo. Muy curiosa, la personalidad de Moll,
un secundario que hizo fortuna recorriendo Usamérica con un espectáculo de zarzuela
española. En Wikipedia recogen la atención que le dedicó Cabrera Infante en su
libro Cine o sardina, dedicado al Séptimo Arte.
La película
tiene momentos estelares y la cámara se mueve por el interior del hotel en
ruinas como en un escenario gótico, atendiendo, sobre todo a las intrigas que
se van gestando en su interior y de las que el protagonista intentará salir con
bien. Hay una intensa pelea que se perpetra fuera de campo mientras la cámara
enfoca en primer plano el haz de luz de la linterna de uno de los contendientes
que ha caído al suelo en el forcejeo que precede a la muerte de uno de ellos,
lo cual no deja de ser extraño en una película bélica, desde luego.
Sorprende así
mismo, que la película se rodase íntegramente en Usamérica, a pesar de que la
puesta en escena convence inmediatamente a los espectadores de hallarnos en el
norte de África, pero esa es una de las reconocidas magias del cine. Está
claro, por otro lado, que Stroheim ni de lejos da el papel de Rommel, más
estilizado en la vida real, pero la soberbia prusiana con que se desenvuelve el
austríaco frente a la cámara da totalmente el pego de la encarnación del
mariscal alemán Hay en la película, en el trabajo de los alemanes que tuvieron
que huir del nazismo, una suerte de regodeo especial en el sarcasmo con que se
nos presentan los militarotes alemanes, como si estuvieran predestinados a
sufrir los reveses que padecieron. Imagino que Wilder y Stroheim estudiaron a
conciencia la «composición» de esa figura histórica, tratada con no poca distancia
para impedir en todo momento que nadie pudiera ni siquiera simpatizar con el
apodado «zorro del desierto», y mostrar que hasta un escribiente inglés
convertido en soldado era capaz de «engañar» al zorro...
Insisto, esta
película de Wilder merece una revisión que la sitúe en mejor lugar del que
ocupa actualmente: el semiolvido. Por supuesto que no puede competir con El crepúsculo
de los dioses o Con faldas y a lo loco, ¡y menos aún con El gran
carnaval!, pero Wilder estuvo ciertamente inspirado en la realización de
una historia que no cae en el panfleto
ni en el melodrama y que conserva los elementos sustanciales del suspense y la
fe en los ideales democráticos.
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