domingo, 9 de octubre de 2022

«Populaire», de Régis Ronsard, una amable y preciosista ópera prima.

 

Hay que reconocerle a Ronsard no solo una puesta en escena extraordinaria, sino haber descubierto para el gran público un mundo, el de la dactilografía, que él convierte en un espectáculo formidable…

 

Título original:  Populaire

Año: 2012

Duración: 111 min.

País: Francia

Dirección: Régis Roinsard

Guion: Régis Roinsard, Daniel Presley, Romain Compingt

Música: Emmanuel D'Orlando, Robin Coudert

Fotografía: Guillaume Schiffman

Reparto: Romain Duris, Déborah François, Bérénice Bejo, Shaun Benson, Mélanie Bernier, Nicolas Bedos, Feodor Atkine, Eddy Mitchell, Miou-Miou, Jeanne Cohendy, Frédéric Pierrot, Marius Colucci.

 

         Acaso sea porque heredé la Pluma 22 de Olivetti de mi padre, que lo acompañó en el frente de sus batallas en la Guerra Civil o porque mi entrada en el mundo laboral fue posible por mi destreza dactilográfica en una época, los años 70, en que tal habilidad parecía exclusivamente femenina, pero esta ópera prima de Régis Ronsard la he visto con inusitada complacencia, a pesar de sus defectos y de repetir esquemas trillados por autores de muchísimo más fuste que él, como Hitchcock, de quien se recrea una escena de Vértigo y de otras comedias de Wilder, por la imitación de la Monroe que hace la protagonista en algunas ocasiones. Todo ello, sin embargo, no le quita el encanto que la película atesora, porque no solo juega con el eco que el apellido de la protagonista tiene, Pamphyle, y que intuyo equivalente a nuestro «pánfilo» tradicional para describir la ingenuidad extrema, sino también con una felicísima recreación de los años 50, una producción que «luce» lo suyo y que no suele ser normal en la ópera prima de un director; no hay más que pensar en Cabeza borradora, de David Lynch, por ejemplo.

         La película es una comedia sentimental, vaya por delante, cuyo contexto añade alguna complejidad si consideramos que la joven aspirante a secretaria huye de un padre que quiere «concertar» su boda, al estilo de ciertos países árabes; que su jefe es un ser que no ha acabado de asimilar que su antigua novia eligiera a un marine norteamericano como esposo en vez de a él, y que su ambición social se cifre en «explotar» las dotes dactilográficas de las secretarias que va cambiando muy a menudo. La escena de la selección de secretaria en la oficina del protagonista no insinúa, desde el primer momento, por dónde van a ir los tonos bufos, en buena medida de la comedia que incluye el espíritu competitivo de los torneos para elegir la mecanógrafa más rápida y una suerte de atracción y sacrificio emocional y sexual que nos entretendrá durante buena parte del rodaje.

         Que nadie se llame a engaño. La película, como La familia Bélier, de Éric Lartigau, aunque sin la dimensión dramática de esta, es una película ideada y pensada para los grandes públicos, el equivalente del bestseller en literatura, pero tiene la virtud de descubrir una realidad ignorada en nuestros días: los concursos de mecanografía. La plasmación de los mismos, como si estuviésemos ante el dramático concurso de baile de Danzad, danzad, malditos, de Sydney Pollack,  es uno de los grandes aciertos de la película, que deriva, a través de ello, hacia el mito de Pigmalión, dado que su jefe, subyugado por la enorme velocidad que tiene la protagonista para teclear con dos dedos en la máquina —la mía, por cierto, es con cuatro, pero casi estoy por decir que mi velocidad es mayor, porque, en su momento, llegué casi a las 500 ppm, aunque está claro que el nivel de corrección de los escritos no podría compararse con el de las «profesionales» del teclado, por supuesto…—, decide convertirse en su «entrenador» para conquistar los títulos nacional y mundial de esas competiciones.

         No me extenderé mucho más, porque entro a este Ojo mío simplemente para revelarles a los escasos lectores de él, que Populaire es una de esas comedias francesas que, como Bienvenidos al norte, por ejemplo, de Dany Boon, se ven siempre con agrado, aunque no dejen un poso muy duradero. Pero todos tenemos esos días en los que no estamos para ver La casa de Jack, de Lars von Trier, sino algo «ligero», «chispeante», casi «vodevilesco», con lo que distraernos, sonreír, o reír, y dejarnos meter en una historia en la que los intérpretes nos introducen con una facilidad sorprendente, tanto Romain Duris como Déborah François, sobre quienes cae totalmente el desarrollo de la acción. De Duris había visto anteriormente varias películas y en ninguna de ellas me defraudó; de François solo había visto  El practicante, de Carles Torras, pero tenía poco papel y confieso que mientras veía esta no recordaba haberla visto antes.

         Se ha de reconocer la facilidad que tiene la cinematografía francesa para elaborar este tipo de productos que te llega tan fácilmente; pero que a los mandos de la cinematografía esté el oscarizado Guillaume Schiffman de The Artist, de Michel Hazanavicius,  es toda una garantía de que la perfección formal necesaria para que la cinta resulte atractiva está presente y obrante. ¡Y hay que ver lo que gana, con ello, la película! Al fin y al cabo, la reproducción de los 50 casi casi puede considerarse como parte de una película «histórica», o poco menos, ¿no?

         Que disfruten de ella. Y si quieren sentir las sensaciones reales de la película, habrán de dejar el ordenador a un lado, sacar la vieja máquina de escribir que hay en toda casa y teclear furiosamente para que se «impriman» los caracteres en la hoja en blanco…

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