El espectáculo
y el intimismo psicológico en la edad de oro de las superproducciones: la
atracción abismal del desierto.
Título original: Lawrence of
Arabia
Año: 1962
Duración: 222 min.
País: Reino Unido
Dirección: David Lean
Guion: Robert Bolt, Michael Wilson
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Freddie Young
Reparto: Peter O'Toole; Omar
Sharif; Alec Guinness; Jack Hawkins; Anthony
Quinn;
Anthony Quayle; Claude Rains; Arthur
Kennedy; José Ferrer; Donald Wolfit; I.S.
Johar;
Gamil Ratib; Michel Ray; John
Dimech; Zia Mohyeddin; Howard Marion-Crawford; Jack Gwillim; Fernando Sancho; Hugh
Miller; Jack Hedley.
Está claro, Lawrence de
Arabia no es una película que admita ser vista en televisión, salvo que se
vea por vez primera ahora y no la haya programado ninguna Filmoteca cercana.
Las dimensiones colosales de la superproducción invitan a contemplarla en su
formato panorámico original, rodada con cámaras de 65mm, en vez de las habituales
de 35mm. No es de extrañar, desde esa perspectiva, la capacidad de la película
para convertir la grandeza del desierto del sur de Jordania en un espectáculo
en sí mismo. De hecho, y dando por sentado que la trama toma como referente la
figura histórica de T.E. Lawrence, la historia se aparta bastante de la
historicidad de la figura y nos sumerge en una película en la que adivinamos no
pocas señas de identidad del género del western, aunque sean los camellos,
aquí, tan elegantes como fotogénicos, las cabalgaduras que permiten, en las
escenas de ataque, planos de muchísima fuerza exótica. David Lean es uno de mis
directores favoritos, y hay una película suya, El déspota, que puede
verse en Filmin, que es una joya poco vista, desde el punto y hora que ningún
amigo cinéfilo me había hablado de ella, aunque Breve encuentro suele
llevarse los aplausos de los entendidos, y La hija de Ryan la división
de opiniones, aunque yo estoy entre los complacidos.
Todo esto viene a cuento de lo
inexplicable que me parece que un autor
como David Lean, que fue creciendo en la industria del cine y aprendió el
oficio de director en la sala de montaje, llamado a realizar un cine intimista
y de carácter psicológico, acabara convertido en el campeón mundial de las
superproducciones, pues recordemos que también dirigió otra dos con gran éxito:
El puente sobre el rio Kwai y Doctor Zhivago. Dicen las crónicas
que al principio no hizo buenas migas con Omar Sharif, pero al final acabó de
protagonista de Doctor Zhivago, curiosamente. El papel de Lawrence pasó
por varios actores, Marlon Brando entre ellos, hasta que el elegido fue Peter
O’Toole, a quien se presenta como nuevo en el ruedo, si bien ya había trabajado
en tres películas previamente. Por otro lado, el parecido físico entre el
Lawrence real y O’Toole es asombroso, y la mirada del actor recuerda mucho la
complejidad psicológica del personaje histórico, algo menos histrión, sin duda,
que el cinematográfico, pero no menos extravagante, a tenor de la indumentaria
árabe que acepta y asume desde la identificación con las tribus a las que
quiere dotar de una conciencia «nacional» desconocida para ellas. Esa apertura hacia otras culturas, despreciando la mentalidad imperialista, es una magnífica escena en el bar de oficiales del Estado Mayor, vestido de árabe, sucio, andrajoso.
Aunque el conflicto militar con el Imperio
Otomano está en la base de los hechos históricos que se narran, la realidad ni
de lejos fue tan espectacular como aquí la narra la película, centrada en la
exaltación de Lawrence como un héroe que el periodismo se encargó de entronizar en
su momento. Recordemos, no obstante, que Lawrence era, sobre todo, un scholar,
un intelectual dedicado a labores de investigación arqueológica e histórica, y
que su adscripción, en guerra, a la inteligencia militar formaba parte de esas
típicas biografías británicas en las que se cruza el mundo apartado de los
estudios con el público de la política o de la defensa militar, en este caso.
La personalidad de Lawrence,
finalmente, es lo que pretende reflejar la película, y ahí el director acierta
de lleno, porque del choque de culturas entre occidente y oriente Lawrence va a
salir transformado y no poco desengañado, aunque su obstinación por perseguir
sus sueños de caudillo árabe lo empuja hacia un idealismo que acabará chocando
frontalmente con la realpolitik. Las escenas del «triunfo» en Damasco,
cuando son incapaces de hacerse cargo de la administración de la ciudad, porque
la mentalidad tribal choca con el mundo «moderno», son ilustrativas de la
endeblez de sus aspiraciones. Con todo, está claro que el conocimiento del
desierto y la supervivencia en él, se aviene a la perfección con el torturado
carácter soberbio de Lawrence: parecen haber nacido el uno para el otro. De ahí
que, más allá de la fama periodística que tuvo en su día, sigamos con
extraordinario interés su evolución o deformación psicológica. Hay en el personaje
un cruce de místico y guerrero a cuyos abismos solo nos acercamos, y el
episodio de su detención por las tropas turcas es ilustrativo de ello, muy de
pasada, porque casi se ha de descifrar la pasión sexual que despierta en el
jefe turco: un solo plano de los labios del oficial que salivan basta para entender
que hubo, como sucedió en la realidad, un doble castigo, el de los azotes y el
de la violación.
La amistad con el hijo de una de las
tribus sobre las que quiere edificar la nación árabe, tiene mucho del género
del western, y más aún cuando se nos narra su aventura de la toma de Áqaba tras
atravesar el desierto de Wad Rumi, un paisaje espectacular que lo tiene todo
para seducir a cualquier espectador con la grandiosidad del árido paisaje. Las
tomas superpanorámicas, además, que nos muestran a hombres y camellos como
puntos indistinguibles en la lejanía, contribuyen a esa sensación de
majestuosidad. Si ahí, metafóricamente, los personajes son engullidos por el
medio, en el desarrollo de la película asistiremos al trágico momento en que
uno de los dos jóvenes sirvientes de Lawrence
es engullido por un pozo de arena en una duna, que no, propiamente, arenas movedizas.
Experiencias que van forjando la personalidad de Lawrence, al que trastorna,
definitivamente, el hecho de convertirse en «verdugo» para no arruinar la
expedición a Áqaba, por ejemplo.
La película, curiosamente, es una película
sin mujeres, algo de lo que nuestros tiempos nos hacen darnos cuenta con mayor naturalidad de la que en su día casi nos pareció normal porque se trataba de una película bélica, aunque la presencia de a quien se le llamó “el hombre más bello
del mundo” algo debió de compensar en la taquilla, dado su éxito. Solo aparecen,
como bultos, en la despedida de las tribus que marchan hacia Áqaba y como
víctimas del ejército turco, lo que lleva a los árabes, al avistar al ejército
turco en retirada, a decidir si se vengan o si siguen hacia Áqaba. La ferocidad
vengativa, la electricidad del impulso asesino que se dibuja en esa escena en el
rostro de Lawrence valen por toda la película, en efecto. La carnicería es
despiadada; como lo será el asalto al tren de tropas turco, pero ahí se aprecia
en Lawrence que disfruta como los caudillos antiguos que daban libertad a sus
tropas, como recompensa, para saquear la ciudad.
Es muy probable que el esfuerzo de
producción de la película deslumbre tanto que opaque sus valores
cinematográficos, pero estos son tantos y se repiten con tanta frecuencia en la
realización que es muy difícil no percatarse de la sensibilidad estética, sobre
todo, con que está rodada, ese mimo por el encuadre, por la luz, por la virtud
del decorado y por el pasmo ante la belleza de los exteriores. Si a ello le
sumamos una banda sonora celebérrima de un fuera de serie como Maurice Jarre,
doble Oscar, por esta y por la de Doctor Zhivago, el placer del
espectador llega, a menudo, al arrobo.
Buena parte de la película se rodó en España,
en Sevilla y en Almería, lo que añade otra dimensión a su visionado, por el
partido excelente que los localizadores de exteriores —¡una de las más hermosas
profesiones de la industria del cine!— han sabido sacar de esos espacios que todos
los espectadores españoles conocen o de los que han oído hablar.
A muchos años de distancia del último visionado,
está claro que la película aún tiene una capacidad de impacto visual absoluta, extraordinaria,
y que el trío protagonista, O’Toole, Sharif y Anthony Quinn, lo bordan, sin hacer
de menos a un plantel de secundarios muy notable.
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