lunes, 16 de enero de 2023

«Lawrence de Arabia», de David Lean, o la majestuosidad.

 
El espectáculo y el intimismo psicológico en la edad de oro de las superproducciones: la atracción abismal del desierto.

 

Título original: Lawrence of Arabia

Año: 1962

Duración: 222 min.

País: Reino Unido

Dirección: David Lean

Guion: Robert Bolt, Michael Wilson

Música: Maurice Jarre

Fotografía: Freddie Young

Reparto:  Peter O'Toole; Omar Sharif; Alec Guinness; Jack Hawkins;  Anthony Quinn;

Anthony Quayle; Claude Rains;  Arthur Kennedy; José Ferrer;  Donald Wolfit; I.S. Johar;

Gamil Ratib; Michel Ray;  John Dimech; Zia Mohyeddin; Howard Marion-Crawford; Jack Gwillim; Fernando Sancho; Hugh Miller; Jack Hedley.

        

         Está claro, Lawrence de Arabia no es una película que admita ser vista en televisión, salvo que se vea por vez primera ahora y no la haya programado ninguna Filmoteca cercana. Las dimensiones colosales de la superproducción invitan a contemplarla en su formato panorámico original, rodada con cámaras de 65mm, en vez de las habituales de 35mm. No es de extrañar, desde esa perspectiva, la capacidad de la película para convertir la grandeza del desierto del sur de Jordania en un espectáculo en sí mismo. De hecho, y dando por sentado que la trama toma como referente la figura histórica de T.E. Lawrence, la historia se aparta bastante de la historicidad de la figura y nos sumerge en una película en la que adivinamos no pocas señas de identidad del género del western, aunque sean los camellos, aquí, tan elegantes como fotogénicos, las cabalgaduras que permiten, en las escenas de ataque, planos de muchísima fuerza exótica. David Lean es uno de mis directores favoritos, y hay una película suya, El déspota, que puede verse en Filmin, que es una joya poco vista, desde el punto y hora que ningún amigo cinéfilo me había hablado de ella, aunque Breve encuentro suele llevarse los aplausos de los entendidos, y La hija de Ryan la división de opiniones, aunque yo estoy entre los complacidos.

         Todo esto viene a cuento de lo inexplicable que me parece que un autor como David Lean, que fue creciendo en la industria del cine y aprendió el oficio de director en la sala de montaje, llamado a realizar un cine intimista y de carácter psicológico, acabara convertido en el campeón mundial de las superproducciones, pues recordemos que también dirigió otra dos con gran éxito: El puente sobre el rio Kwai y Doctor Zhivago. Dicen las crónicas que al principio no hizo buenas migas con Omar Sharif, pero al final acabó de protagonista de Doctor Zhivago, curiosamente. El papel de Lawrence pasó por varios actores, Marlon Brando entre ellos, hasta que el elegido fue Peter O’Toole, a quien se presenta como nuevo en el ruedo, si bien ya había trabajado en tres películas previamente. Por otro lado, el parecido físico entre el Lawrence real y O’Toole es asombroso, y la mirada del actor recuerda mucho la complejidad psicológica del personaje histórico, algo menos histrión, sin duda, que el cinematográfico, pero no menos extravagante, a tenor de la indumentaria árabe que acepta y asume desde la identificación con las tribus a las que quiere dotar de una conciencia «nacional» desconocida para ellas. Esa apertura hacia otras culturas, despreciando la mentalidad imperialista, es una magnífica escena en el bar de oficiales del Estado Mayor, vestido de árabe, sucio, andrajoso.

         Aunque el conflicto militar con el Imperio Otomano está en la base de los hechos históricos que se narran, la realidad ni de lejos fue tan espectacular como aquí la narra la película, centrada en la exaltación de Lawrence como un héroe que el periodismo se encargó de entronizar en su momento. Recordemos, no obstante, que Lawrence era, sobre todo, un scholar, un intelectual dedicado a labores de investigación arqueológica e histórica, y que su adscripción, en guerra, a la inteligencia militar formaba parte de esas típicas biografías británicas en las que se cruza el mundo apartado de los estudios con el público de la política o de la defensa militar, en este caso.

         La personalidad de Lawrence, finalmente, es lo que pretende reflejar la película, y ahí el director acierta de lleno, porque del choque de culturas entre occidente y oriente Lawrence va a salir transformado y no poco desengañado, aunque su obstinación por perseguir sus sueños de caudillo árabe lo empuja hacia un idealismo que acabará chocando frontalmente con la realpolitik. Las escenas del «triunfo» en Damasco, cuando son incapaces de hacerse cargo de la administración de la ciudad, porque la mentalidad tribal choca con el mundo «moderno», son ilustrativas de la endeblez de sus aspiraciones. Con todo, está claro que el conocimiento del desierto y la supervivencia en él, se aviene a la perfección con el torturado carácter soberbio de Lawrence: parecen haber nacido el uno para el otro. De ahí que, más allá de la fama periodística que tuvo en su día, sigamos con extraordinario interés su evolución o deformación psicológica. Hay en el personaje un cruce de místico y guerrero a cuyos abismos solo nos acercamos, y el episodio de su detención por las tropas turcas es ilustrativo de ello, muy de pasada, porque casi se ha de descifrar la pasión sexual que despierta en el jefe turco: un solo plano de los labios del oficial que salivan basta para entender que hubo, como sucedió en la realidad, un doble castigo, el de los azotes y el de la violación.

         La amistad con el hijo de una de las tribus sobre las que quiere edificar la nación árabe, tiene mucho del género del western, y más aún cuando se nos narra su aventura de la toma de Áqaba tras atravesar el desierto de Wad Rumi, un paisaje espectacular que lo tiene todo para seducir a cualquier espectador con la grandiosidad del árido paisaje. Las tomas superpanorámicas, además, que nos muestran a hombres y camellos como puntos indistinguibles en la lejanía, contribuyen a esa sensación de majestuosidad. Si ahí, metafóricamente, los personajes son engullidos por el medio, en el desarrollo de la película asistiremos al trágico momento en que uno de los dos jóvenes  sirvientes de Lawrence es engullido por un pozo de arena en una duna, que no, propiamente, arenas movedizas. Experiencias que van forjando la personalidad de Lawrence, al que trastorna, definitivamente, el hecho de convertirse en «verdugo» para no arruinar la expedición a Áqaba, por ejemplo.

         La película, curiosamente, es una película sin mujeres, algo de lo que nuestros tiempos nos hacen darnos cuenta con mayor naturalidad de la que en su día casi nos pareció normal porque se trataba de una película bélica, aunque la presencia de a quien se le llamó “el hombre más bello del mundo” algo debió de compensar en la taquilla, dado su éxito. Solo aparecen, como bultos, en la despedida de las tribus que marchan hacia Áqaba y como víctimas del ejército turco, lo que lleva a los árabes, al avistar al ejército turco en retirada, a decidir si se vengan o si siguen hacia Áqaba. La ferocidad vengativa, la electricidad del impulso asesino que se dibuja en esa escena en el rostro de Lawrence valen por toda la película, en efecto. La carnicería es despiadada; como lo será el asalto al tren de tropas turco, pero ahí se aprecia en Lawrence que disfruta como los caudillos antiguos que daban libertad a sus tropas, como recompensa, para saquear la ciudad.

         Es muy probable que el esfuerzo de producción de la película deslumbre tanto que opaque sus valores cinematográficos, pero estos son tantos y se repiten con tanta frecuencia en la realización que es muy difícil no percatarse de la sensibilidad estética, sobre todo, con que está rodada, ese mimo por el encuadre, por la luz, por la virtud del decorado y por el pasmo ante la belleza de los exteriores. Si a ello le sumamos una banda sonora celebérrima de un fuera de serie como Maurice Jarre, doble Oscar, por esta y por la de Doctor Zhivago, el placer del espectador llega, a menudo, al arrobo.

         Buena parte de la película se rodó en España, en Sevilla y en Almería, lo que añade otra dimensión a su visionado, por el partido excelente que los localizadores de exteriores —¡una de las más hermosas profesiones de la industria del cine!—  han sabido sacar de esos espacios que todos los espectadores españoles conocen o de los que han oído hablar.

         A muchos años de distancia del último visionado, está claro que la película aún tiene una capacidad de impacto visual absoluta, extraordinaria, y que el trío protagonista, O’Toole, Sharif y Anthony Quinn, lo bordan, sin hacer de menos a un plantel de secundarios muy notable.

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