Un thriller de serie B con un reparto de lujo.
Título original: Crime of Passion
Año: 1957
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Gerd Oswald
Guion: Jo Eisinger
Música¨Paul Dunlap
Fotografía: Joseph LaShelle
(B&W)
Reparto: Barbara Stanwyck; Sterling Hayden; Raymond Burr; Fay Wray; Virginia
Grey; Stuart Whitman; Jay Adler; Royal Dano; Robert Griffin; Dennis Cross; Malcolm
Atterbury.
De Gerd Oswald ya he criticado
dos películas bastante notables, Un beso antes de morir y La caza del
asesino. La presente, cronológicamente se sitúa entre ambas, lo que nos
habla de un director experimentado en el género y con un buen dominio de
personajes, situaciones y puesta en escena. La historia, lo reconozco, flojea
lo suyo, y la pareja Stanwyck-Hayden no es precisamente un festival de química
orgánica, pero se ha de reconocer que solo gracias a sus actuaciones y a la del
eterno secundario de mucho lujo del cine usamericano, Raymond Burr, la película
logra verse con suficiente interés como para seguir el destino de los
personajes, sus ingenuidades y sus frustraciones, hasta que se desata la
tragedia que pone final a una historia de ambición irrefrenable.
Una periodista
que ha ayudado a la policía a capturar a la asesina de su marido, invitándola a
ponerse en contacto con ella después de desplegar en su columna todos los
tópicos actuales del «yo sí te creo, hermana», en un encadenado de tomas que
nos hablan de la pasión con que las mujeres leen esa columna que apela a la sororidad como un
mecanismo de defensa, acaba enamorándose del policía gigantón al que encarna
Hayden. Cuando la mujer ha decidido dejar el diario donde no la valoran lo que
ella cree que merece y está dispuesta a irse a probar fortuna en Nueva York,
recibe la llamada de Bill, el policía, para que se dé «una vuelta» por Los
Ángeles, de donde ya no sale, porque se convierte en la esposa del policía,
abandonando su carrera y sus ambiciones.
A partir de la
adopción a regañadientes de su papel de esposa, la película se adentra en una visión
social de la mediocridad de las vidas grises de los funcionarios policiales y
sus esposas, amantes de los cotilleos, las banalidades y lo que, de forma
hiriente, se denominan «sus labores». La partida de cartas de los hombres por un kado, y, por el otro, las mujeres aparte, como dos mundos divididos radicalmente, encerradas en sus pequeñeces, van volviendo
loca a la periodista, quien no tarda en darse cuenta de que se ha encerrado en
un círculo social vicioso e insatisfactorio que amenaza seriamente con romper
su matrimonio. Patético es el intento de adentrarse en el cerrado mundo
masculino y participar de él, dada su «alergia» al círculo de las esposas.
A partir de ese
momento de crisis, entra en acción la mente calculadora de la protagonista,
quien va a intentar seducir al jefe de su marido para conseguirle a este una
promoción en la que ni el propio marido, amante de la «vida sencilla y sin
complicaciones», está interesado. Es notable el modo como se suele presentar al
marido, casi siempre mal vestido, desgarbado y sin preocupación ninguna por las apariencias,
aunque en todo momento enamorado de su esposa.
La insatisfacción
es un cáncer despiadado, y contra el que no hay remedio. La periodista que lo
ha dejado todo por amor no está dispuesta, sin embargo, a que su marido no haga
lo posible y lo imposible para mejorar su posición social y darle a ella la
satisfacción que merece. Están enamorados, sí; pero son más incompatibles de lo
que se piensan.
Desde ese
momento, el personaje de la Stanwyck crece en maldad y se va apoderando de ella
el demonio de los planes perversos, porque, dado que su marido no moverá ni un
solo dedo por sí misma, ella está dispuesta a mover todo el cuerpo… Se trata de
una personalidad que la Stanwyck ya ha representado en la pantalla, y ahí está Perversidad,
de Billy Wilder, una de las joyas del cine negro, a años luz de la presente,
aunque, como se dice popularmente, «quien tuvo…», y Barbara Stanwyck lo retuvo
todo hasta que dejó de actuar. La transmutación de su personaje, a la que
asistimos en esta película modesta, sirve para confirmar que, estando ella en
la trama, no hay película que se quede, como esta lo parece que sea, en serie
B; ella hace crecer cualquier guion, por flojo que sea.
Recordemos que
la trama es, además de simple y transparente, un modelo del ahogo que puede
producir el espacio, la rutina y la ausencia de horizontes para un mínimo de
ambición social. Gracias a esa deriva opresiva, también el personaje de Hayden
se crece y parece, solo entonces, alcanzar lo que ella anda buscando, pero,
¡ay!, cuando ya nada parece tener remedio…
Todos los
códigos fílmicos del cine negro, que daba sus últimas bocanadas, antes de que
llegaran nuevas hornadas de directores que, como Polansky en Chinatown,
lo revitalizaran, pero en color, se dan cita en esta película, hermosa e ver. Recordemos que, para «facturar» genéricamente
el film, quien está al mando de la fotografía es Joseph LaShelle, el oscarizado
cinematografista de Laura, y factótum
también de ¿Ángel o diablo?, ambas de Otto Preminger.
Insisto, se
trata de una buena película con serios reparos, pero la atmósfera, la fotografía
y la progresión dramática de los personajes crean una tensión a la que solo
pondrá punto final el desenlace. Es muy notable la interpretación de Raymond
Burr, porque su presencia fotogénica incluso le «roba» protagonismo a la
Stanwyck en no pocas secuencias.
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