Título original: Call Northside
777
Año: 1948
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Henry Hathaway
Guion: Jerome Cady, Jay
Dratler
Música: Alfred Newman
Fotografía: Joseph MacDonald
(B&W)
Reparto: James Stewart; Richard Conte; Lee J. Cobb; Helen Walker; Betty
Garde; Kasia Orzazewski; Joanne De Bergh; John McIntire; E.G. Marshall; Lionel
Stander.
Título original: 711 Ocean Drive
Año: 1950
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Joseph M. Newman
Guion: Richard English, Francis Swann
Música: Sol Kaplan
Fotografía: Franz Planer
(B&W)
Reparto: Edmond O'Brien; Joanne
Dru; Otto Kruger; Barry Kelley; Dorothy Patrick; Don Porter; Howard St. John; Robert
Osterloh; Sammy White.
Dos magníficos
enfoques del cine negro con una fotografía y puesta en escena de altísimas
calidades: el Cuarto poder contra el Tercero y el auge y caída del mafioso
advenedizo.
El azar de los
números en los títulos originales de estas dos películas que pueden ser
incluidas dentro del mismo género, si bien con cierta laxitud clasificatoria,
me lleva a agruparlas, pero, nada más verlas, me percato de que ambas comparten
una factura estética tan notable que impresionan enseguida a cualquier espectador
por la calidad de la fotografía y la depurada composición de los encuadres, así
como por el acierto a la hora de escoger determinados escenarios para la acción
de las mismas, una prerrogativa, siempre, del mejor cine que vemos en pantalla,
sea grande o pequeña. Las dos juegan en diferente categoría, porque mientras
Hathaway es hoy un autor muy valorado, Newman sigue militando en esa categoría del
cine de serie B muchas de cuyas películas tienen tanta o más categoría que las
se la serie A; estas últimas llenas de «estrellas»; las primeras, de sólidos y
siempre convincentes actores y actrices. Ese punto de contacto estético tiene
nombre y apellido, claro. En el caso de la película de Hathaway, JosephMacDonald, quien ha sido el director de fotografía de, para mí,
la mejor película, estéticamente, de Ford, Pasión de los fuertes y la
más estilizada de Samuel Fuller, La casa de Bamboo. En el caso de Newman,
Franz Planer, a quien acredita la excelencia haberlo sido, director de fotografía
de El abrazo de la muerte, de Robert Siodmak y, sobre todo, de la muy
exquisita Carta de una desconocida, de Max Ophüls. Estos avales ya
deberían de lanzar hacia la pantalla a cualquier aficionado, pero ambas películas
dan bastante más de lo que uno se imagina, más allá del elenco de intérpretes y
técnico.
Hay no pocos
actores capaces de echarse sobre los hombros todita una película y sacarla
adelante con absoluta competencia y credibilidad, pero no hay duda de que en
esa tarea sobresale por muchos méritos propios el protagonista de Vértigo
y de La ventana indiscreta, ambas de Hitchcock, James Stewart, cuya
presencia fotogénica, sobre todo cuando es tan mimado en la iluminación y en
los encuadres como en esta más que estilizada película, nos acercan a la
culminación del arte cinematográfico. El director de un periódico, otro papel
espectacular de Lee J. Cobb, cree que hay algo que rascar en una noticia sobre
un antiguo crimen de la mafia por el que ha sido condenado un hombre con
pruebas poco claras. La madre, que limpia oficinas, ha reunido cinco mil dólares
y los ofrece como recompensa para quien aporte pistas que lleven a probar la
inocencia de su hijo. El periodista, Jim McGuire, inicia con absoluto
escepticismo el caso, pero a medida que va indagando, con los obstáculos de rigor,
va menguando la esperanza de poder ayudar al condenado, justo cuando más crece
su convicción de que es inocente. La lucha de la prensa libre contra un fallo
judicial, y la historia se corresponde con un caso real, es un hermoso ejemplo
de la minuciosidad con que el auténtico periodismo de investigación es capaz de
luchar contra evidencias que han servido para enviar a un hombre a la cárcel
con una sentencia de 99 años. El periplo investigador del periodista lo va a
llevar a bucear en ambientes degradados de Chicago, en cuyas calles y
escenarios, sobre todo nocturnos, consigue Hathaway planos memorables. Estoy
pensando ahora en cuando llega al edificio donde vive la testigo cuya
identificación sirvió para condenar al acusado. De noche, muy poca luz, pero la
camisa blanca parece estar iluminada por un neón. Vayámonos a la imagen más socorrida y espectacular
de la película, el panóptico de la prisión circular de Illinois, unas tomas que
impresionan incluso a quienes están hartos de ver escenarios nunca vistos: el
pasillo y las celdas dispuestas en círculo, con la garita en el centro,
cubriendo visualmente el escenario con muy poco esfuerzo, son extraordinarias.
En el proceso de investigación juega un papel muy importante el test del
detector de mentiras o la máquina de la verdad que le practican al reo, Richard
Conte, sobrio y eficaz en un papel de descendiente de inmigrantes polacos.
Anecdóticamente, la persona que le practica la prueba es el creador del polígrafo,
Leonarde Keeler, lo que contribuye a darle una credibilidad mayor al caso. El
resto ya se lo pueden imaginar, pero de ninguna manera el goce estético que
suponen planos y planos depuradísimos y con un blanco y negro muy contrastado con
una nitidez y calidad que, al menos en la pantalla pequeña impresiona mucho.
La película de
Newman, aunque más modesta, también tiene un actor capaz de hacer, en su liga
B, lo mismo que Stewart en la A, y ahí está esa joyita poco vista que es D.O.A.
(«Con las horas contadas»), de Rudolph Maté, que no me dejará mentir, o esta misma
de Newman, en la que un técnico de la compañía de teléfonos es seducido por el
corredor de apuestas habitual, que se encarga de invertir las pequeñas apuestas
en las carreras de caballos para sus clientes habituales, a visitar el garito
desde donde se controlan todas esas apuestas y se recaudan no pocos miles de
dólares, una pequeña mafia que opera en un territorio muy concreto. El dueño
del negocio le expone al técnico si sabe de alguna solución técnica para
mejorar la comunicación entre los hipódromos y el garito, de modo que la información
fluya casi al instante, lo que aumentaría notablemente las expectativas del
negocio. A partir de la respuesta afirmativa del técnico, observaremos una
ascensión social vertiginosa de quien no tarda en darse cuenta de que es él el
verdadero artífice de las ganancias, lo que culmina cuando el dueño es
asesinado y él no duda en ponerse al frente del negocio. De forma paralela, un
poderoso mafioso de la costa este cree que ha de «enseñar» al advenedizo quién
es quien manda, y entonces la película da un giro importante, porque el protagonista
se enamora de la mujer del ayudante del mafioso y, a partir de ahí, quien
llevaba su negocio de forma independiente, lo vende, y con él a sus «corredores»
al nuevo jefe, a un precio que le permite plantearse la huida a Sudamérica con
la mujer deseada. Cuando su antigua amante y secretaria le descubre que está
siendo engañado, decide cargarse al marido de su nueva amante, lo que vuelca la
atención de la policía sobre su rastro. La presencia en pantalla de Joanne Dru,
actriz que ha rodado con Hawks, Ford, Maté o Rossen, sube tanto de nivel la
pretendida serie B que su sola presencia como mujer fatal engrandece la película.
El desenlace, por otro lado, tiene unas imágenes que sorprenderán a propios y
extraños, porque se ha escogido como puesta en escena para el mismo nada menos
que la Presa Boulder, actualmente Hoover, una increíble obra de ingeniería
faraónica que alberga generadores eléctricos con una potencia de 2074 megavatios
y garantiza el agua de boca y riego para una ciudad como Los Ángeles y un estado
como California. Con los visitantes turísticos al monumento, rematado en art déco
en la parte externa, se mezclan los protagonistas en su loca huida de las
fuerzas de la ley. Asistimos, a partir de entonces, a un recorrido por el
interior de la presa que nos suscita tanta admiración como suspense es capaz de
generar la huida sin futuro del delincuente arribista. A su manera, recuerda el
final de El tercer hombre, de Carol Reed, estrenada un año antes de esta
película y que, a buen seguro, debió ver Newman, dada esta semejanza que
señalo.
Aunque la película
está enmarcada en una visión moral de las autoridades, quienes indican en qué
se convierten las pequeñas apuestas que, sin aparente trascendencia, hacen los
ciudadanos, la dirección impecable de Newman ha conseguido una atmósfera de cine
auténticamente negro de la mejor calidad, como lo podrán comprobar quienes la
vean y disfruten con ella.
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