viernes, 24 de febrero de 2023

«777 Call Northside», de Henry Hathaway y «711 Ocean Drive», de Joseph M. Newman o la mejor fotografía del cine negro.

 

Título original:  Call Northside 777

Año: 1948

Duración: 106 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Henry Hathaway

Guion: Jerome Cady, Jay Dratler

Música: Alfred Newman

Fotografía: Joseph MacDonald (B&W)

Reparto: James Stewart; Richard Conte; Lee J. Cobb; Helen Walker; Betty Garde; Kasia Orzazewski; Joanne De Bergh; John McIntire; E.G. Marshall; Lionel Stander.

 







Título original: 711 Ocean Drive

Año: 1950

Duración: 102 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Joseph M. Newman

Guion: Richard English, Francis Swann

Música: Sol Kaplan

Fotografía: Franz Planer (B&W)

Reparto:  Edmond O'Brien; Joanne Dru; Otto Kruger; Barry Kelley; Dorothy Patrick; Don Porter; Howard St. John; Robert Osterloh; Sammy White.

 

Dos magníficos enfoques del cine negro con una fotografía y puesta en escena de altísimas calidades: el Cuarto poder contra el Tercero y el auge y caída del mafioso advenedizo.

 

 

         El azar de los números en los títulos originales de estas dos películas que pueden ser incluidas dentro del mismo género, si bien con cierta laxitud clasificatoria, me lleva a agruparlas, pero, nada más verlas, me percato de que ambas comparten una factura estética tan notable que impresionan enseguida a cualquier espectador por la calidad de la fotografía y la depurada composición de los encuadres, así como por el acierto a la hora de escoger determinados escenarios para la acción de las mismas, una prerrogativa, siempre, del mejor cine que vemos en pantalla, sea grande o pequeña. Las dos juegan en diferente categoría, porque mientras Hathaway es hoy un autor muy valorado, Newman sigue militando en esa categoría del cine de serie B muchas de cuyas películas tienen tanta o más categoría que las se la serie A; estas últimas llenas de «estrellas»; las primeras, de sólidos y siempre convincentes actores y actrices. Ese punto de contacto estético tiene nombre y apellido, claro. En el caso de la película de Hathaway,  JosephMacDonald, quien ha sido el director de fotografía de, para mí, la mejor película, estéticamente, de Ford, Pasión de los fuertes y la más estilizada de Samuel Fuller, La casa de Bamboo. En el caso de Newman, Franz Planer, a quien acredita la excelencia haberlo sido, director de fotografía de El abrazo de la muerte, de Robert Siodmak y, sobre todo, de la muy exquisita Carta de una desconocida, de Max Ophüls. Estos avales ya deberían de lanzar hacia la pantalla a cualquier aficionado, pero ambas películas dan bastante más de lo que uno se imagina, más allá del elenco de intérpretes y técnico.

         Hay no pocos actores capaces de echarse sobre los hombros todita una película y sacarla adelante con absoluta competencia y credibilidad, pero no hay duda de que en esa tarea sobresale por muchos méritos propios el protagonista de Vértigo y de La ventana indiscreta, ambas de Hitchcock, James Stewart, cuya presencia fotogénica, sobre todo cuando es tan mimado en la iluminación y en los encuadres como en esta más que estilizada película, nos acercan a la culminación del arte cinematográfico. El director de un periódico, otro papel espectacular de Lee J. Cobb, cree que hay algo que rascar en una noticia sobre un antiguo crimen de la mafia por el que ha sido condenado un hombre con pruebas poco claras. La madre, que limpia oficinas, ha reunido cinco mil dólares y los ofrece como recompensa para quien aporte pistas que lleven a probar la inocencia de su hijo. El periodista, Jim McGuire, inicia con absoluto escepticismo el caso, pero a medida que va indagando, con los obstáculos de rigor, va menguando la esperanza de poder ayudar al condenado, justo cuando más crece su convicción de que es inocente. La lucha de la prensa libre contra un fallo judicial, y la historia se corresponde con un caso real, es un hermoso ejemplo de la minuciosidad con que el auténtico periodismo de investigación es capaz de luchar contra evidencias que han servido para enviar a un hombre a la cárcel con una sentencia de 99 años. El periplo investigador del periodista lo va a llevar a bucear en ambientes degradados de Chicago, en cuyas calles y escenarios, sobre todo nocturnos, consigue Hathaway planos memorables. Estoy pensando ahora en cuando llega al edificio donde vive la testigo cuya identificación sirvió para condenar al acusado. De noche, muy poca luz, pero la camisa blanca parece estar iluminada por un neón.  Vayámonos a la imagen más socorrida y espectacular de la película, el panóptico de la prisión circular de Illinois, unas tomas que impresionan incluso a quienes están hartos de ver escenarios nunca vistos: el pasillo y las celdas dispuestas en círculo, con la garita en el centro, cubriendo visualmente el escenario con muy poco esfuerzo, son extraordinarias. En el proceso de investigación juega un papel muy importante el test del detector de mentiras o la máquina de la verdad que le practican al reo, Richard Conte, sobrio y eficaz en un papel de descendiente de inmigrantes polacos. Anecdóticamente, la persona que le practica la prueba es el creador del polígrafo, Leonarde Keeler, lo que contribuye a darle una credibilidad mayor al caso. El resto ya se lo pueden imaginar, pero de ninguna manera el goce estético que suponen planos y planos depuradísimos y con un blanco y negro muy contrastado con una nitidez y calidad que, al menos en la pantalla pequeña impresiona mucho.

                                          

        

 La película de Newman, aunque más modesta, también tiene un actor capaz de hacer, en su liga B, lo mismo que Stewart en la A, y ahí está esa joyita poco vista que es D.O.A. («Con las horas contadas»), de Rudolph Maté, que no me dejará mentir, o esta misma de Newman, en la que un técnico de la compañía de teléfonos es seducido por el corredor de apuestas habitual, que se encarga de invertir las pequeñas apuestas en las carreras de caballos para sus clientes habituales, a visitar el garito desde donde se controlan todas esas apuestas y se recaudan no pocos miles de dólares, una pequeña mafia que opera en un territorio muy concreto. El dueño del negocio le expone al técnico si sabe de alguna solución técnica para mejorar la comunicación entre los hipódromos y el garito, de modo que la información fluya casi al instante, lo que aumentaría notablemente las expectativas del negocio. A partir de la respuesta afirmativa del técnico, observaremos una ascensión social vertiginosa de quien no tarda en darse cuenta de que es él el verdadero artífice de las ganancias, lo que culmina cuando el dueño es asesinado y él no duda en ponerse al frente del negocio. De forma paralela, un poderoso mafioso de la costa este cree que ha de «enseñar» al advenedizo quién es quien manda, y entonces la película da un giro importante, porque el protagonista se enamora de la mujer del ayudante del mafioso y, a partir de ahí, quien llevaba su negocio de forma independiente, lo vende, y con él a sus «corredores» al nuevo jefe, a un precio que le permite plantearse la huida a Sudamérica con la mujer deseada. Cuando su antigua amante y secretaria le descubre que está siendo engañado, decide cargarse al marido de su nueva amante, lo que vuelca la atención de la policía sobre su rastro. La presencia en pantalla de Joanne Dru, actriz que ha rodado con Hawks, Ford, Maté o Rossen, sube tanto de nivel la pretendida serie B que su sola presencia como mujer fatal engrandece la película. El desenlace, por otro lado, tiene unas imágenes que sorprenderán a propios y extraños, porque se ha escogido como puesta en escena para el mismo nada menos que la Presa Boulder, actualmente Hoover, una increíble obra de ingeniería faraónica que alberga generadores eléctricos con una potencia de 2074 megavatios y garantiza el agua de boca y riego para una ciudad como Los Ángeles y un estado como California. Con los visitantes turísticos al monumento, rematado en art déco en la parte externa, se mezclan los protagonistas en su loca huida de las fuerzas de la ley. Asistimos, a partir de entonces, a un recorrido por el interior de la presa que nos suscita tanta admiración como suspense es capaz de generar la huida sin futuro del delincuente arribista. A su manera, recuerda el final de El tercer hombre, de Carol Reed, estrenada un año antes de esta película y que, a buen seguro, debió ver Newman, dada esta semejanza que señalo.

         Aunque la película está enmarcada en una visión moral de las autoridades, quienes indican en qué se convierten las pequeñas apuestas que, sin aparente trascendencia, hacen los ciudadanos, la dirección impecable de Newman ha conseguido una atmósfera de cine auténticamente negro de la mejor calidad, como lo podrán comprobar quienes la vean y disfruten con ella.

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