viernes, 10 de febrero de 2023

«Amanece», de Marcel Carné y «La noche eterna», de Anatole Litvak, un solo drama y dos versiones, ambas espectaculares.

 

Título original:  Le Jour se lève

Año: 1939

Duración: 89 min.

País Francia

Dirección: Marcel Carné

Guion: Jacques Viot, Jacques Prévert

Música: Maurice Jaubert

Fotografía: Curt Courant, Philippe Agostini, André Bac (B&W)

Reparto: Jean Gabin;  Jacqueline Laurent; Arletty; Jules Berry; Arthur Devère;

Bernard Blier; Mady Berry; René Génin.

 






Título original:  The Long Night

Año: 1947

Duración: 97 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Anatole Litvak

Guion: John Wexley. Remake: Jacques Viot

Música: Dimitri Tiomkin

Fotografía: Sol Polito (B&W)

Reparto:Henry Fonda; Vincent Price; Barbara Bel Geddes; Ann Dvorak; June Duprez; Howard Freeman; Elisha Cook Jr.; Charles McGraw; Moroni Olsen; Queenie Smith; David Clarke.

 

Un claustrofóbico drama francés y la versión usamericana: dos obras de arte con finales opuestos.

 

Solo la diferencia que hay en el desenlace de una ay otra película justifica que en la versión usamericana e Anatole Litvak figure John Wexley como guionista, porque la similitud entre una y otra película no se extiende al calco fílmico de planos y secuencias, sino incluso a los diálogos, porque son escasísimas las diferencias entre ambos filmes, y, cosa curiosa, ambos son dos obras magistrales, cada uno con su peculiar atmósfera, porque la acción tiene como protagonistas a personajes de extracción obrera y solo se distinguen uno y otro film por la impronta de cada uno de los cuatro actores que llevan el peso de la historia. Son muy diferentes el blanco y negro de ambas, porque el tamizado de la de Carné consigue una plasticidad lírica que es sustituida en el de Litvak por un contraste muy marcado, casi expresionista, que lo acerca más al género del noir, aunque las reglas del género estén más presentes en la obra de Carné que en la de Litvak, curiosamente.

         Tras un inicio fulgurante en el que un ciego sube por la escalera de un edificio y se oye un disparo, un hombre rueda escaleras abajo hasta que el ciego tropieza con él. Un encadenado de flashbacks van a contarnos, a partir de ese momento, cómo ese hombre tranquilo, optimista, vitalista y enamorado se ha convertido en un asesino pasional.  La trama es sencilla: una florista va a entregar unas flores a una fábrica y acaba, desorientada, en la sala donde pulen maquinaria obreros muy protegidos. El encuentro entre el obrero y la florista va a dar lugar a una coincidencia: ambos son niños entregados a la inclusa y ambos se llaman igual, François y Françoise /Joe Jo Ann, a partir de ahí se abre un proceso de amores que progresa con infinita cautela, porque, al poco de conocerse, ella pretexta una cita, casi con aires de misterio, que descoloca al joven galán, tanto que acaba siguiéndola porque imagina, con los celos propios de la situación, que tal vez haya un rival.

 ¡Y haylo, en efecto! En la versión de Carné es un domador de perritos que exhibe su número en locales baratos; en la de Litvak es un mago con un poder de sugestión muy notable. En ambos casos, su ayudante, una mujer cansada de tan monótono trabajo y de soportar la compañía del sujeto en cuestión día y noche. Se entiende en la barra del mostrador del local con el joven obrero y se planta ante su contratador, todo ello una vez que el joven advierte que su enamorada se relaciona con el domador/mago, aunque lo ignore todo de esa relación.

Poca diferencia hay entre Ann Dvorak y la muy controvertida Arletty, porque ambas bordan el papel que les toca; sin embargo, hay un plano de un desnudo parcial de Arletty en la ducha de su habitación, algo impensable en la versión usamericana. A mí, particularmente, Arletty me parece que añade al personaje una dimensión humana algo más compleja que el de Dvorak, pero, ya digo, ambas están perfectas. La ayudante vive en un hotel enfrente del edificio donde vive el joven obrero, y ello permite establecer una interesante perspectiva espacial a la que Carné le saca más jugo que Litvak, del mismo modo que este saca más partido de la masa que se arremolina en torno a edificio donde se ha hecho fuerte el «asesino» al que la policía no puede desalojar, a pesar de todos sus esfuerzos, lo cual lleva a una resistencia que va generando una corriente de simpatía entre los concentrados en la pequeña plazuela enfrente del edificio.

         La historia se presenta más verosímil en la versión de Litvak que en la de Carné por la sencilla razón del reparto: Jules Berry, una vaca sagrada de la actuación en Francia, y aquí se desenvuelve con excelentes recursos, es demasiado viejo como para «enamorar» a la pobre huerfanita de barrio que lo oye hablar de sus viajes por el mundo y una vida de ensueño que alimenta con postales y regalos de bisutería; no sucede lo mismo en la versión de Litvak con el magnetismo con que el mago Vincent Price, de seductora voz y maneras aristocráticas logra embaucar a la debutante Barbara Bel Geddes, a quien luego recordarán los aficionados al cine como la novia de James Stewart en Vértigo, de Hitchcock, incapaz de competir con Kim Novak, pero que aquí representa a la perfección la ingenuidad y la credulidad que requiere el personaje.

         Si hubiera de señalarse una diferencia entre ambas sería la dimensión sentimental, más exacerbada en la obra original, porque Jean Gabin borda el papel de hombre profundamente enamorado y respetuoso, con alguna escena imborrable, como cuando ella se recuesta en los escalones y él se reclina sobre ella… Mientras que el personaje de Fonda se deja dominar rápidamente por los celos, el de Gabin siempre aparenta un control sobre la situación, incluso en la despedida de la amante circunstancial, la asistente del domador. Otra cosa muy distinta es la reacción al engaño e que ha sido objeto por parte del domador/mago: que es el padre de la joven huérfana. El joven obrero, que se siente terriblemente engañado por ambos, el domador/mago y por la huérfana, se deja llevar por el demonio de los celos, y ese es el detonante de su reacción contra el innoble pervertidor de jóvenes indefensas ante el asalto a sus encantos de desaprensivos con cierto mundo como el domador/mago.

         De forma paralela al desarrollo de la historia amorosa y de engaño, la acción policial va estrechando el cerco sobre el asesino, pero ahí he de detenerme, porque una y otra película difieren totalmente en el desenlace, y no es muy difícil intuir en qué sentido, conociendo el cine europeo y el usamericano; pero lo dejo a la decisión de los espectadores, quienes pueden escoger cualquiera de ellas, dada su inmensa calidad, aunque yo les recomendaría que las vieran ambas, incluso, como yo lo he hecho, una detrás de otra. ¿El orden? Aleatoriamente, he empezado por la usamericana, que es el calco; pero debería haberlo hecho por la de Carné, que, hasta cierto punto, me parece mejor que su copia.

         Antes de ver la de Carné, no dejaba de admirarme el prodigioso guion de la película, cómo, con una situación tan mínima, el hombre acorralado en su habitación, habían logrado sacarle tanto partido a la historia, porque el desarrollo del guion es un prodigio de concentración dramática. Ni un momento muerto, todo es enérgico dinamismo narrativo que, con una dosis de lirismo nada despreciable, nos lleva a esos finales que los espectadores han de ver.

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