La historia de un fracaso en tres capítulos y a años luz de Hermosa juventud.
Título original: Girasoles
silvestres
Año: 2022
Duración: 107 min.
País: España
Dirección: Jaime Rosales
Guion: Bárbara Díez, Jaime
Rosales
Fotografía: Hélène Louvart
Reparto: Anna Castillo; Oriol
Pla; Quim Ávila Conde; Lluís Marqués; Manolo Solo; Carolina Yuste.
Rosales vuelve
al mundo social de Hermosa juventud, pero acentuando aún más la ruina
existencial de unos personajes incapaces de encontrar un encaje en sus propias
vidas y en la realidad. Me ha traído a la memoria las dos películas que he
visto de Robert Guédiguian, aunque quizás me he dejado influir por lo que me ha
complacido ¡ver Melilla en el cine por primera vez!, una de las pocas capitales
españolas que nos quedan por visitar a mi Conjunta y a mí. Me ha parecido un
acierto total de Rosales, desplazarse hasta allí y darle, al menos para este
espectador, carta de naturaleza cinematográfica a una ciudad algo olvidada
siempre. Esas tomas desde un emplazamiento que permite ver en extensión la ciudad,
me ha recordado a la Marsella de Guédiguian , salvando todas las distancias,
obviamente.
Es necesario
explicar el título, Girasoles silvestres, porque, del mismo modo que Hermosa
juventud operaba como antífrasis de la dura existencia de los
protagonistas, aquí parece actuar como metáfora de un girasol que,
asilvestrado, esto es, sin formación académica, ha de girar alrededor del sol
que más calienta, es decir, del hombre con quien, en cada momento decide vivir,
aportando dos hijos a la unión y debatiéndose siempre con una poco firma ambición
de estudiar para convertirse en enfermera. La película, así pues, está dividida
en tres capítulos independientes entre sí, salvo por la aparición del tercer
hombre en la narración del incomprensible primero. La necesidad de salir de
casa del padre, aunque a este no parezca importarle convivir con ella y con sus
nietos, teniendo siempre una franca predisposición
a acogerla tras sus fracasos, mueven a la protagonista a buscar vivir con esos
hombres.
Del primero, una
exhibición actoral de Oriol Pla, que se come la pantalla en todo momento,
advertimos, sin necesidad de que la hermana de la protagonista se lo recuerde, que es propenso a que se le vaya la pinza,
y teniendo en cuenta que tiene menos formación que la protagonista y que es un
aficionado al kick boxing y amante ultraceloso, nada de cuanto ocurre
pilla por sorpresa al espectador, quien lo tiene tan descontado que le parece
que el director se alarga excesivamente
antes de que suceda lo que todos sabemos que ha de suceder. Sucede, eso
sí, con notable realismo, pero es difícil empatizar con unos destinos que
parecen marcados por el determinismo más absoluto. Sobrevuela en todo momento
la sombra del maltrato infantil, y eso genera un desasosiego que intranquiliza
al espectador.
El girasol gira
y acaba trasplantado a tierras melillenses, donde se reúne con el padre de las
criaturas, un soldado del ejército, con quien intenta retomar la vida en común
que tuvieron antes de separarse. Un lamentable suceso, la desaparición
transitoria de la hija, hallada tras una elipsis abruptísima que desconcierta
al lucero del alba, supone el reconocimiento de la incapacidad del padre para
cumplir con el rol que le toca, lo cual implica una nueva separación y un nuevo
traslado, ahora, tirando también de la elipsis generosamente, con el compañero
de la escuela que apareció en el primer capítulo de los tres.
La nueva
pareja, a la que el compañero aporta una hija, más otro embarazo que añade una
nueva hija a los dos anteriores de ella, supone que la mujer se ve «encerrada»
claustrofóbicamente en el exclusivo papel de ama de casa y criadora de la
prole, mientras que su pareja dispone de su tiempo libremente. Son conflictos
serios y reales, muy reales, y sí, situaciones así pueden desembocar en crisis
de ansiedad y en depresión, como la que sufre la protagonista con una veracidad
que Ana Castillo sabe exprimir a conciencia, sobre todo porque su desvalimiento
es el de no poder exigir una relación paritaria.
Los conflictos
no se desarrollan tanto como para poder obtener un retrato profundo de los
personajes: sus comportamientos son, en conjunto, demasiado adolescentes, y hay
siempre, sobrevolando las relaciones, una suerte de falta de preparación para
la vida, una carencia de herramientas básicas para poder hacer frente a las
exigencias de la vida adulta. Puede entenderse como un retrato de la frivolidad y la banalidad de la juventud actual, pero, paradójicamente, la perfección realista de ese retrato produce rechazo en el espectador, y distancia, asfixia sociológica.
Luego está la
manía del verismo coloquial que lleva a no impostar ninguna voz y a que buen número de diálogos sean prácticamente ininteligibles, hasta el punto de que le
sugerí a mi Conjunta que pusiéramos los subtítulos en castellano, como cuando
traducían las partes habladas en catalán. Pero, vaya, no puedo poner la mano en
el tímpano por que no sea una pérdida mía de audición, aunque me suele pasar a
menudo con las últimas películas españolas de carácter costumbrista o realista.
Como sugiero en
el título, todo lo que hay de auténtico drama en Hermosa Juventud, e
incluso de compasión por las pocas oportunidades de una juventud sin formación,
se transforma en estos girasoles en unas situaciones de parejas en crisis,
por esa carencia de adultez imprescindible para enfrentarse al desafío de la vida,
que lo tienen todo de dramas adolescentes, más desgarradores porque los
personajes entran ya en una etapa de sus vidas en la que necesitan unas
certezas que no tienen y, sobre todo, se ven forzados a jerarquizar sus
intereses, dejando de lado el narcisismo y el egoísmo primario, propio de los
adolescentes.
No me parece
que Rosales haya dado ningún paso adelante en su carrera, y menos aún con el magnífico antecedente de Petra. Aquí todo se tiñe de un realismo sucio y barato
que no se trasciende en modo alguno, y del que solo salvo la parte melillense,
por razones obvias, y el contacto natural con el lago de Banyoles, junto a
cuyas aguas pasé un año de mi juventud in illo témpore…, cuando aún se
exhibía, disecado, «El negro de Banyoles».
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