La degradación del héroe en las tinieblas del deseo, con Faulkner como sustento.
Título original: The Tarnished Angels
Año: 1957
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Douglas Sirk
Guion: George Zuckerman. Novela: William Faulkner
Música: Frank Skinner
Fotografía: Irving Glassberg (B&W)
Reparto: Rock Hudson; Robert Stack; Dorothy Malone; Jack Carson; Robert
Middleton;
Alan Reed; Alexander Lockwood; Christopher Olsen; Robert J. Wilke; Troy
Donahue;
William Schallert; Phil Harvey.
Pues muy probablemente,
desde 1983 no había vuelto a ver esta impresionante película de Douglas Sirk,
un clásico absoluto, se mire como se mire y cuando se mire. Entonces la vi en
un ciclo dirigido por Antonio Drove que iba precedido por las entrevistas que
Drove le hizo a Douglas Sirk y en la que se hablaba de cada película del ciclo,
sí, pero, sobre todo, del cine y de su carrera: una fiesta fílmica cuyas transcripciones
bajo el título Tiempo de vivir, tiempo de revivir, reeditado hace cuatro
años por la editorial Athenaica con un prólogo de Víctor Erice y un epílogo de
Miguel Marías. Ahora se la he regalado en DVD a mi Conjunta y hemos disfrutado imagino
que con la misma delectación que en 1983, porque aquel ciclo en que se revisó
casi toda la filmografía de Sirk aún sigue siendo uno de nuestros grandes
recuerdos cinematográficos.
La película
está basada en una novela de Faulkner, al decir de mi amigo Paco Marín de muy
buen leer, y, por la adaptación cinematográfica, lejos de las obras
experimentales que le granjearon la fama de autor difícil de leer y, al mismo
tiempo, la de autor exquisito que fue premiado con el Nobel. La historia se
ajusta a un realismo tradicional que, al menos en la pantalla, es muy eficaz,
porque se trata de un melodrama intensísimo al que Sirk le saca un brillante partido.
La historia, de perdedores de ganadores de la Gran Guerra, gira en torno a la
necesidad que un héroe de la aviación de aquella contienda tiene de reivindicar
su nombre y su mérito, algo que pretende hacer a través de las competiciones de
vuelo en un espectáculo muy próximo a los espectadores y en el marco de una
feria tradicional, ¡una vez más!, uno de los escenarios tradicionales de la
historia del cine y sobre el que insisto en que sigue faltando una monografía
que le dé el estatus que se merece en el séptimo arte, junto a otros tan
notorios como el expresionismo lumínico que pasa del expresionismo alemán de
los años 20 a los thrillers usamericanos de los 30 en adelante.
La cuadrilla del orgulloso y altivo piloto,
con serios problemas de incomunicación —en parte porque su amor fundamental es
la aviación y los aviones— la completa el mecánico, la mujer y un niño. El origen
del niño lo conocemos a través de un oportuno flashback en que se cuenta que, tras
haberla dejado embarazada el piloto, el mecánico le recrimina a éste si no va a
hacer nada al respecto. En una de las grandes secuencias de la película, y con
su tradicional mutismo, el piloto, un sombrío y eficacísimo Robert Stack, echa los dados en un cubilete, los arroja y luego le
pasa el cubilete al mecánico, quien está a punto de arrojarse sobre él con nada
pacíficas intenciones. Finalmente, los echa y saca una menor puntuación, por lo
que se dispone a aceptar el resultado y casarse con ella. En ese momento, el
piloto, que sigue a lo suyo, como si nada hubiera pasado, con una frialdad
absoluta recoge los dados y le dice que el ganador se la queda… Todo ello se le cuenta
al narrador, al periodista del periódico local que ha sido encargado de sacar
alguna historia de la presencia de los participantes en las carreras aéreas,
quien, poco a poco, va entrando en la historia al tiempo que, también poco a
poco, va enamorando de la protagonista, una mujer amante de un marido que la
ignora y madre amante de un hijo al que malcría y al que ni siquiera ha
escolarizado, salvo las clases a salto de mata que el niño le dice que su madre
le da, cuando el periodista descubre horrorizado que ni sabe leer. Si añadimos
que el mecánico también está enamorado de ella, se nos presenta, entonces, un
cuarteto amoroso muy particular. Algunos críticos opinan que fue el mejor papel
de Dorothy Malone, y me uno a ellos. No solo porque Douglas Sirk sabe cómo
sacar el máximo provecho de su fotogenia, sino porque ella se mueve en un registro
complejo en el que, a pesar de su sumisión al hombre que ama, también es capaz
de decisiones dramáticas que la ponen al borde de las decisiones fatales. Y es
el periodista, quien acaba viviendo las vidas ajenas con una intensidad que lo
trastorna. Rock Hudson sabe hacer perfectamente de interlocutor
que archiva la historia, y donde cree que no hay sino vulgaridad, espectáculo
de feria, descubre un abismo de sentimientos cuya intensidad lo arrastra hasta caer
en él y poner en riesgo incluso su puesto de trabajo. Sirk le regala una final
espectacular, de los mejores de su carrera.
La película se rodó en blanco y negro
porque los estudios desconfiaban de sus posibilidades comerciales y optaron por
reducir costes. ¡Y no saben el favor que le hicieron a Sirk!, porque el contrastado
blanco y negro de la película, amén de una iluminación casi expresionista le confieren
a la película una intensidad dramática que se ve reflejada, sobre todo, en los
maravillosos primeros planos de los personajes y en las escenas interiores nocturnas,
como cuando el periodista comparte habitación para dormir con la cuadrilla. Las
insinuaciones, los desprecios, el empecinamiento altivo del héroe venido a
menos, juguete del empresario que organiza las competiciones, y ante quien no
solo se humilla, sino que incluso pretende que su mujer se prostituya para
conseguirle un avión que sustituya al suyo averiado, justamente el del piloto
que ha fallecido en un forcejeo entre ambos por ganar la posición para vencer
en la carrera, al modo de como lo vemos habitualmente en las carreras de Fórmula
1.
La descripción de los personajes está tan perfilada, supongo que la novela ya lo provee, que Sirk no ha tenido más que trasladar a imágenes muy intensas tanto sufrimiento y angustia conmovedores. No quiero arruinarle a nadie esa secuencia, pero hay un montaje paralelo del padre en el avión que entra en barrena y del hijo en un avión de la feria que escalofría al más pintado: clasicismo cinematográfico que bebe de los orígenes de Griffith y Eisenstein.
Quien ignore esta joya, ya se debería de estar arrepintiendo…
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