miércoles, 8 de marzo de 2023

«Ángeles sin brillo», de Douglas Sirk o la cumbre del melodrama.

 


 La degradación del héroe en las tinieblas del deseo, con Faulkner como sustento. 

Título original: The Tarnished Angels

Año: 1957

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Douglas Sirk

Guion: George Zuckerman. Novela: William Faulkner

Música: Frank Skinner

Fotografía: Irving Glassberg (B&W)

Reparto: Rock Hudson; Robert Stack; Dorothy Malone; Jack Carson; Robert Middleton;

Alan Reed; Alexander Lockwood; Christopher Olsen; Robert J. Wilke; Troy Donahue;

William Schallert; Phil Harvey.

 

         Pues muy probablemente, desde 1983 no había vuelto a ver esta impresionante película de Douglas Sirk, un clásico absoluto, se mire como se mire y cuando se mire. Entonces la vi en un ciclo dirigido por Antonio Drove que iba precedido por las entrevistas que Drove le hizo a Douglas Sirk y en la que se hablaba de cada película del ciclo, sí, pero, sobre todo, del cine y de su carrera: una fiesta fílmica cuyas transcripciones bajo el título Tiempo de vivir, tiempo de revivir, reeditado hace cuatro años por la editorial Athenaica con un prólogo de Víctor Erice y un epílogo de Miguel Marías. Ahora se la he regalado en DVD a mi Conjunta y hemos disfrutado imagino que con la misma delectación que en 1983, porque aquel ciclo en que se revisó casi toda la filmografía de Sirk aún sigue siendo uno de nuestros grandes recuerdos cinematográficos.

         La película está basada en una novela de Faulkner, al decir de mi amigo Paco Marín de muy buen leer, y, por la adaptación cinematográfica, lejos de las obras experimentales que le granjearon la fama de autor difícil de leer y, al mismo tiempo, la de autor exquisito que fue premiado con el Nobel. La historia se ajusta a un realismo tradicional que, al menos en la pantalla, es muy eficaz, porque se trata de un melodrama intensísimo al que Sirk le saca un brillante partido. La historia, de perdedores de ganadores de la Gran Guerra, gira en torno a la necesidad que un héroe de la aviación de aquella contienda tiene de reivindicar su nombre y su mérito, algo que pretende hacer a través de las competiciones de vuelo en un espectáculo muy próximo a los espectadores y en el marco de una feria tradicional, ¡una vez más!, uno de los escenarios tradicionales de la historia del cine y sobre el que insisto en que sigue faltando una monografía que le dé el estatus que se merece en el séptimo arte, junto a otros tan notorios como el expresionismo lumínico que pasa del expresionismo alemán de los años 20 a los thrillers usamericanos de los 30 en adelante.

La cuadrilla del orgulloso y altivo piloto, con serios problemas de incomunicación —en parte porque su amor fundamental es la aviación y los aviones— la completa el mecánico, la mujer y un niño. El origen del niño lo conocemos a través de un oportuno flashback en que se cuenta que, tras haberla dejado embarazada el piloto, el mecánico le recrimina a éste si no va a hacer nada al respecto. En una de las grandes secuencias de la película, y con su tradicional mutismo, el piloto, un sombrío y eficacísimo Robert Stack, echa los dados en un cubilete, los arroja y luego le pasa el cubilete al mecánico, quien está a punto de arrojarse sobre él con nada pacíficas intenciones. Finalmente, los echa y saca una menor puntuación, por lo que se dispone a aceptar el resultado y casarse con ella. En ese momento, el piloto, que sigue a lo suyo, como si nada hubiera pasado, con una frialdad absoluta recoge los dados y le dice que el ganador se la queda… Todo ello se le cuenta al narrador, al periodista del periódico local que ha sido encargado de sacar alguna historia de la presencia de los participantes en las carreras aéreas, quien, poco a poco, va entrando en la historia al tiempo que, también poco a poco, va enamorando de la protagonista, una mujer amante de un marido que la ignora y madre amante de un hijo al que malcría y al que ni siquiera ha escolarizado, salvo las clases a salto de mata que el niño le dice que su madre le da, cuando el periodista descubre horrorizado que ni sabe leer. Si añadimos que el mecánico también está enamorado de ella, se nos presenta, entonces, un cuarteto amoroso muy particular. Algunos críticos opinan que fue el mejor papel de Dorothy Malone, y me uno a ellos. No solo porque Douglas Sirk sabe cómo sacar el máximo provecho de su fotogenia, sino porque ella se mueve en un registro complejo en el que, a pesar de su sumisión al hombre que ama, también es capaz de decisiones dramáticas que la ponen al borde de las decisiones fatales. Y es el periodista, quien acaba viviendo las vidas ajenas con una intensidad que lo trastorna. Rock Hudson sabe hacer perfectamente de interlocutor que archiva la historia, y donde cree que no hay sino vulgaridad, espectáculo de feria, descubre un abismo de sentimientos cuya intensidad lo arrastra hasta caer en él y poner en riesgo incluso su puesto de trabajo. Sirk le regala una final espectacular, de los mejores de su carrera.

La película se rodó en blanco y negro porque los estudios desconfiaban de sus posibilidades comerciales y optaron por reducir costes. ¡Y no saben el favor que le hicieron a Sirk!, porque el contrastado blanco y negro de la película, amén de una iluminación casi expresionista le confieren a la película una intensidad dramática que se ve reflejada, sobre todo, en los maravillosos primeros planos de los personajes y en las escenas interiores nocturnas, como cuando el periodista comparte habitación para dormir con la cuadrilla. Las insinuaciones, los desprecios, el empecinamiento altivo del héroe venido a menos, juguete del empresario que organiza las competiciones, y ante quien no solo se humilla, sino que incluso pretende que su mujer se prostituya para conseguirle un avión que sustituya al suyo averiado, justamente el del piloto que ha fallecido en un forcejeo entre ambos por ganar la posición para vencer en la carrera, al modo de como lo vemos habitualmente en las carreras de Fórmula 1.

La descripción de los personajes está tan perfilada, supongo que la novela ya lo provee, que Sirk no ha tenido más que trasladar a imágenes muy intensas tanto sufrimiento y angustia conmovedores. No quiero arruinarle a nadie esa secuencia, pero hay un montaje paralelo del padre en el avión que entra en barrena y del hijo en un avión de la feria que escalofría al más pintado: clasicismo cinematográfico que bebe de los orígenes de Griffith y Eisenstein. 

Quien ignore esta joya, ya se debería de estar arrepintiendo…

 

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