lunes, 13 de marzo de 2023

«Showgirls», de Paul Verhoeven: el rescate.

 

Una película adelantada a su tiempo: ayer, denostada; hoy, ensalzada. El sueño derretido del triunfo en Las Vegas, los churretones del asco…

 

Título original: Showgirls

Año: 1995

Duración: 128 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Paul Verhoeven

Guion: Joe Eszterhas

Música: David A. Stewart

Fotografía: Jost Vacano

Reparto: Elizabeth Berkley; Kyle MacLachlan; Gina Gershon; Glenn Plummer; Robert Davi; Alan Rachins; Gina Ravera; Rena Riffel; Al Ruscio; Patrick Bristow; Greg Travis; William Shockley; Lin Tucci; Dewey Weber; Michelle Johnston.

 

         Fue tan contundente el rechazo crítico en su tiempo, que no llegué a intuir el monumental chasco de esa unanimidad, y de eso me doy cuenta veintiocho años después cuando desde casa decido, en honor a su director, de quien he visto auténticas maravillas, indagar en las posibles razones de aquella deserción hacia un autor tan mimado por la misma crítica que lo despedazó sin detenerse ni un segundo a ver las «líneas de fuerza narrativa» que, con el recuerdo de clásicos del género, construye una suerte de Eva al desnudo,  Ha nacido una estrella, de Wellman, El fantasma del paraíso, de De Palma o, sobre todo,  A Chorus line, de Attenborough, en un ambiente degradado como el del sexo vulgar y los espectáculos cutres de los casinos de la capital del kitsch.

         Desde el comienzo, nefasto para la joven que, con la única credencial de su hermoso cuerpo y su habilidad para el baile pretende comerse el mundo en Las Vegas, es robada por quien la ha llevado en autoestop hasta allí, la película casi adquiere una perspectiva documental sobre los esfuerzos de la joven para salir adelante. Nada sabemos de ella y poco sabremos a lo largo de la película, lo que nos indica una historia deliberadamente ocultada que solo «tropieza» en el guion con el desdén de ella por aportar, como documentación, su número de la Seguridad Social, sin el cual es poco menos que imposible moverse en ese país, salvo que seas turista en visita limitada temporalmente.

         La historia de compasión y buen rollo con la sastra que atiende a la estrella de un show en un casino, quien la recoge en su casa porque la encuentra en el momento de desesperación tras darse cuenta de que ha sido robada por el imitador de Elvis que la recogió con su pick-up y a quien, en cuanto él se insinuó, esgrimió una navaja para cortar el avance en seco; esa historia se va a convertir en una amistad mediante la cual la recién llegada podrá empezar a abrirse paso. Lo hace, primero, en un club de striptease típico, de los de barra, en donde se hacen trabajos extras muy bien remunerados, siempre con la norma del establecimiento: las bailarinas pueden tocar a los clientes, pero no estos a ellas. El impresentable dueño del local, por cierto, un secundario de lujo como Robert Davi, borda su papel, del mismo modo que un reparto extenso y generoso en el que el protagonista de Twin Peaks, Kyle MacLachlan, destaca con personalidad propia, secundando la actuación estelar de la otra actriz que conforma el triángulo de instintos básicos: Gina Gershon. Aunque el desastre crítico de la película le pasó enorme factura a la protagonista, no sucedió lo mismo con sus dos compañeros de triángulo, y a Gershon pudimos verla en la relativamente reciente película de Allen Rifkin’s  Festival.

         Ese «secreto» sobre el pasado de la protagonista genera una línea de intriga que, unida al desarrollo de la acción, con un desenlace muy «a lo Tarantino», aunque Verhoeven ha debido de ser fuente de inspiración para Tarantino, que no al revés, acerca la película a una suerte de neonoir en un ambiente sórdido de sexo banal y élites poderosas que «tratan» con actrices como quien negocia con carne, petróleo o armas. Todo ello con una puesta en escena magistral que carga las tintas en la degradación estética que se describe a la perfección, lo que no impide que, de esos detritus de la sensibilidad, Verhoeven logre crear escenas maravillosamente hermosas, como el baile de la diva enfrentada a su amenazante sucesora: una relación lésbica de mucho mayor voltaje que el baile orgásmico del privado -¡y yo que oía de fondo el Private Dancer de Tina Turner...!-, inhibidor a fuerza de explicitud.

         El mundo de las rencillas, aspiraciones y acciones deshonestas para alcanzar la cumbre forman parte de la historia, y nadie tiene, salvo la amiga de la protagonista, un pasado inmaculado: cada cual atiende a sus intereses, y quienes de forma más deprimente se ganan la vida son quienes menos se engañan sobre ella. Esa es la gran paradoja macabra de la película: la amiga, símbolo de la honestidad, es quien acaba siendo la mayor damnificada de toda la historia, pero de eso mejor no digo nada, porque conviene que se siga en toda su crudeza un desarrollo que no lleva al más crudo infierno de los abusos del poder, cuando se revela con toda su crudeza cómo funciona el sistema de la fama y cómo sacrificarse a ese ídolo abyecto siempre va a encontrar candidatas como la protagonista.

         Me ha resultado curiosa la comparación entre la filmación que hace Verhoeven de Las Vegas y la que hace Malick en Rey de copas, porque hay un abismo entre ellas. Es cierto que Verhoeven usa como puesta en escena algunos decorados, llamémosle *verseys…, que resumen, hasta cierto punto, el lujo kitsch de un espacio que forma parte del ADN de los usamericanos y donde reinó el Rat Pack durante años, y Jerry Lewis y tantos otros; pero Malick es capaz de componer una suerte de fantasía arquitectónica llena de belleza que deslumbra al espectador. No le interesa a Verhoeven el espacio, ciertamente, sino las relaciones de poder y las fantasías eróticas que forman parte del sistema. Elizabeth Berkley interpreta a la perfección ambas, y nada puede reprochársele a una actuación que consigue una verosimilitud absoluta, tal y como le pedía el director. No era un papel fácil y pagó duramente en su carrera por haberse atrevido a hacerlo. Hoy merece nuestro respeto y aun nuestra admiración por haberlo hecho. Curiosamente, mi hijo pasó por delante de la televisión mientras la veíamos y comentó: ¡Brutal!, que es el calificativo de moda entre los jóvenes. Y tenía razón. A él no le llegó la campaña crítica demoledora y la ha visto con sus ojos de cinéfilo en cierne para concluir con ese dictamen que ahora yo secundo. Estamos ante una película que, muy distinta de Elle, tiene una estética igualmente poderosa y una historia aterradora.

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