El nacimiento del mito de la vamp en el cine y una obra que juega, diez años después, con el arquetipo encarnado por Theda Bara.
Título original: A Fool There Was
Año: 1915
Duración: 67 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Frank Powell
Guion: Roy L. McCardell, Frank Powell, Porter Emerson Browne. Poema:
Rudyard Kipling
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Theda Bara; Edward José; Mabel Frenyear; Runa Hodges; May
Allison; Clifford Bruce; Victor Benoit.
Título original: The Unchastened Woman
Año: 1925
Duración: 52 min.
País: Estados Unidos
Dirección: James Young
Guion: Douglas Z. Doty.
Obra: Louis K. Anspacher
Fotografía: L. William O'Connell (B&W)
Reparto: Theda Bara; Wyndham Standing; Dale Fuller; John Miljan; Harry
Northrup; Eileen Percy; Mayme Kelso; Dot Farley; Kate Price; Eric Mayne;
Frederick Ko Vert; Tetsu Komai.
Hubo un tonto… y La
mujer lasciva, serían las traducciones más o menos fieles a los títulos de
las dos películas de Theda Bara que traigo hoy aquí no solo para que se sepa
que existen, sino para tratar de convencer a los buenos aficionados de que se
lo pasarán muy bien con su visionado. Ambas las encontrarán en YouTube, por
supuesto, porque las plataformas de cine parece que le tengan tirria al cine
mudo, entre cuyas filas tenemos algunas de las mejores películas de la Historia
del Cine.
A fool there
was es la versión cinematográfica de una obra de teatro de Porter Emerson
Browne inspirada en el poema The Vampire, de Rudyard Kipling, que fue
escrito con motivo del cuadro de su primo, Philip Burne-Jones. De hecho, a
Theda Bara se la presenta en los títulos de crédito como The Vampire,
sin ninguna connotación tradicional vampírica, sino como lo que se nos mostrará
enseguida, la perfecta encarnación de la mujer fatal, de donde se quedará en el
argot fílmico y popular, el término Vamp para lo que acabará convirtiéndose
en un arquetipo de mujer.
La presentación
inicial de los dos protagonistas, el débil marido feliz que sucumbe a la pasión
irrefrenable que suscita en él la vampiresa y esta misma, destructora sin
entrañas, plasma ya el devenir de la historia. Aparece el marido junto a una
mesa con un búcaro del que extrae sus dos flores y las huele; ella, a su vez,
en idéntica situación, primero las huele y luego coge una de ellas y la aplasta
con su mano, como señal de triunfo y de poder.
El desarrollo de
la historia, un melodrama que deriva en tragedia, nada tiene que envidiar a
cualquier película moderna en la que la seducción de una mujer fatal logra
romper un matrimonio feliz. Al comienzo del film, la vampiresa se nos presenta,
con un elegante y atrevido vestuario, en compañía de su última víctima, a la
que ha esquilmado y ahora desprecia. Cuando se entera de que un rico banquero
viajará en barco a Europa, saca un pasaje para el mismo trayecto con la clara
intención de seducirlo a bordo y retenerlo en un tiempo sin fin en Europa.
Sorprende, dramáticamente, que poco antes de zarpar el barco, se suicide un
amante suyo en cubierta, algo que en modo alguno parece alterar el ritmo de
vida de los pasajeros, aunque uno de los marineros alerta al banquero de que la
mujer no es trigo limpio.
Lo que ha de
ser, será. Y eso es lo que acaba sucediendo. Pirrado por la sensual mujer, el
marido se deja enredar en la sedosa y excitante tela de araña de la mujer hasta
que, cuando se quiere dar cuenta, ha perdido toda su voluntad y es un juguete roto en sus manos, como anuncio
el prólogo de las flores. La película usa una narración en contrapunto,
describiendo la agonía de la esposa, que no sabe nada de su marido, y la
preocupación por el futuro de su matrimonio y el bienestar de su hija.
Cuando regresa,
el marido se instala en su casa de la ciudad y convierte a la vampiresa en a
dueña de la misma, aunque parte del servicio se despide por no recibir órdenes
de una mujer así. Poco a poco, ella va a seguir haciendo su vida frívola a
expensas de él, y la mujer y la hija no van a conseguir ablandar su corazón
para que vuelva al hogar donde fue tan feliz. A este respecto, y porque es un
modelo de cámara en la calle, es particularmente interesante la secuencia del
tráfico en la ciudad cuando se encuentran, uno junto al otro, los coches donde
viajan la esposa y la hija, que llama a su padre, y el que ocupan el marido,
que se gira hacia otro lado lleno de vergüenza, y su amante.
La destrucción
psicológica del marido, incapaz de resistirse a la dependencia erótica que
tiene de la vampiresa recuerda mucha la del profesor Umrat en El ángel azul,
de Josef von Sternberg, uno de los grandes del género del melodrama, por
supuesto. Los planos que consigue el director, basados en una fotografía casi
expresionista de George Schneiderman nos hablan de una perfección formal notabilísima
para una película rodada en 1915 y que, al margen de algunos intertítulos
escandalosos, como el «¡Bésame, tonto!» de la vampiresa, de donde debió tomarlo
Billy Wilder para su magnífica película, nos ofrece un retrato psicológico muy
logrado. No avanzo nada sobre el desenlace porque forma parte de las características
que definen la película como una obra atrevida y transgresora, pero sí he de
hacer hincapié en la propiedad con que la sensual Theda Bara compone su figura
de mujer fatal. De hecho, cuando tras la película lanzaron una campaña sobre
ella, le crearon una biografía falsa de tipo oriental que pretendía acentuar
ese lado pasional de la actriz.
The
Unchastened Woman, diez años posterior a la creación del mito de la vamp,
juega inteligentemente con la fama de Theda Bara para ofrecer una vuelta de
tuerca a su personaje, porque, en este caso, es ella la esposa feliz que se ve
sorprendida por la relación de su esposo con una empleada más joven, relación
que sorprende furtivamente cuando bajaba para comunicarle su inminente
maternidad. Ahora la hija sí que habrá de jugar un papel más destacado que en
la película precedente, aunque la estrella infantil, Runa Hodges, desempeñó brillantemente
su papel, si bien no se convirtió en una estrella adulta. Tras descubrir la
infidelidad de su esposo, la mujer decide ocultarle su embarazo, y hay ahí, en
ese momento, un juego cinematográfico con la imagen de una Madonna y el niño
muy interesante. Se traslada a Europa y allí comenzará a dejarse querer por
todo tipo de personajes encumbrados, quienes quieren llevarse la palma de su
conquista, especialmente durante su estancia en Venecia, noticias que,
finalmente, vía prensa, acaban llegando al marido, quien no da crédito a la
liviandad de su esposa y comienza a sentir un conato de celos que se incrustan
entre él y su amante, de tal manera que, al final, la cuña acabará separándolos.
La esposa
regresa a casa con una estudiada y bien llevada indiferencia hacia su marido,
mientras que retoma, en su propia casa, las visitas de sus admiradores, como
dando a entender al marido que una mujer tan deseada es un bien que este
desprecia sin saber que lo posee. La llegada a la ciudad tiene una secuencia
cómica estupenda, cuando la antigua novia de su marido, que ahora es inspectora
de aduanas, se empeña en desnudarla en un reservado para asegurarse de que no
entra nada que haya de ser declarado: joyas, por ejemplo. Esa secuencia vale su
peso en oro y acredita el buen hacer del director. La especial amistad con un
arquitecto que va a renovar un ala de su casa de campo es la mecha que enciende
el proceso celoso del marido. Y por esa vía, como en las altas comedias de los
30 y 40, con lujosos escenarios y fastuosos vestuarios, discurre la trama hasta
la resolución final, de la que tampoco doy noticia.
Lo digo
convencido, estas dos películas son dignas de verse y de apreciar en lo mucho
que tienen, en épocas tan tempranas, de excelente desarrollo narrativo del
nuevo arte. La primera, sobre todo, bien puede decirse que está contribuyendo a
esos logros que, sin embargo, atribuimos a Griffith, Ford o Eisenstein… Hubo directores
que, junto con ellos, trazaron los mejores caminos para el desarrollo del cine.
Powell, quien codirigió con Griffith no pocas películas, y Young son dos de
ellos.
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