Título original: Lost Highway
Año: 1997
Duración: 134 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Lynch
Guion: David Lynch, Barry Gifford
Música: Angelo Badalamenti
Fotografía: Peter Deming
Reparto: Bill Pullman; Balthazar
Getty; Patricia Arquette; Robert Loggia; Robert Blake;
Gary Busey; John Roselius; Michael Massee; Richard Pryor; Louis Eppolito;
Jack Nance;
Lucy Butler; Henry Rollins; Giovanni Ribisi; Natasha Gregson Wagner; F.
William Parker; ; Leslie Bega; Marilyn Manson; Jeordie White.
Título original: Inland Empire
Año: 2006
Duración: 176 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Lynch
Guion: David Lynch
Música: David Lynch
Fotografía: David Lynch, Odd-Geir Sæther
Reparto: Laura Dern; Justin Theroux; Harry Dean Stanton; Grace Zabriskie;
Jeremy Irons;
Diane Ladd; William H. Macy; Julia Ormond; Karolina Gruszka; Krzysztof
Majchrzak; Jordan Ladd; Mary Steenburgen; Laura Elena Harring; Nastassja Kinski;
Scott Coffey; Naomi Watts; Peter J. Lucas; Terryn Westbrook; Stanley Kamel; Jason
Weinberg; Jan Hencz; Amanda Foreman; Kat Turner; Cameron Daddo; Kristen Kerr; Emily
Stofle; Michelle Renea; Nae; Terry Crews; Weronika Rosati.
Dos muestras desiguales
del poder narrativo de Lynch: del poder
del significante a la pérdida del significado…
Pues va a resultar que el misterio de
la financiación de Inland Empire es poco menos que irresoluble, como el
de la Santísima Trinidad. De Carretera perdida sí se sabe que
tuvo un presupuesto de 15 millones de dólares, de los que recaudó 3. De Inland
Empire, al parecer, ser han recaudado 4 millones, pero ni sombra del total
gastado, acaso porque buena parte de la inversión ha corrido a cargo de Lynch, algunos
amigos y algunas productoras asociadas. El hecho, no obstante, de haber rodado
con cámara digital, y no de las más perfeccionadas, ha rebajado considerablemente
los costes y ha añadido una perspectiva de imagen «sucia» que se ha integrado de
forma natural en la última estética del director.
De hecho, desde su ajetreada filmación en el periodo
2004-2006, Lynch ha afirmado y reafirmado que se trata de su última película,
que nunca más dirigirá otra, lo que, de ser, finalmente, cierto, otorga a esta
dificilísima película una importancia capital en la obra del extravagante
director usamericano. A su manera, Inland Empire, como algunos críticos
han señalado, sería una recopilación de todas las direcciones que ha seguido
Lynch a lo largo de su obra, fílmica y televisiva, porque no se puede obviar la
importancia de Tween Peaks en el total de su producción.
Pero mejor sigamos el orden cronológico,
porque entre Carretera perdida e Inland Empire, hay 9 años
de diferencia y el mundo de Lynch sufre en este periodo una evolución hacia la
complicación onírica y surrealista que vacía su obra de contenidos que vayan
más allá de la mera inmediatez de las imágenes encadenadas diríase que al azar
o en función de lo que haya ido grabando con fines ignorados que se acaba
poniendo al servicio del proyecto en curso, como al parecer ha ocurrido en Inland
Empire, y ahí están las secuencias de los conejos, una especie de proyecto
televisivo, que se incorporan al relato con absoluta naturalidad, dada la
ausencia de hilo narrativo, a juzgar por cómo se desfleca hasta quedarse en la
mínima expresión, de lo que luego hablaré. Si uno entra en FilmAffinity para
palpar el recibimiento popular de ambas películas, se encuentra con las dos
primeras de Inland Empire que resumen a la perfección la polarización
crítica que suscita Lynch: Tomine, desde Madrid (España), titula su crítica: «El
último genio vivo (Carta desde la tumba)» y Txarly, desde Qingoco (China): «Sr.
Lynch, váyase a tomar por culo», la suya. Entre esos dos extremos hay campo de
sobra para la ecuanimidad.
Carretera perdida sí que es una
película redonda y con una cuidada puesta en escena, además de unas
interpretaciones que nos convencen plenamente de sus virtudes, por violenta que
sea su propuesta y por mucho que lo sobrenatural intervenga en la trama, para
desaliento de los amantes de las historias bien mascaditas. Con el inquietante
inicio de una llamada en el interfono, avisando de la muerte de alguien a quien
no conocemos, y el cruce de sospechas e indiferencias de una pareja, él músico,
ella exactriz. él celoso, ella cansada de esos celos, arranca una historia en
la que sucesos extraordinarios, como la aparición de la estupendísima encarnación
de Lucifer en una fiesta, pidiéndole al protagonista que llame a su casa,
porque él, su interlocutor, está ahora mismo en ella, lo que resulta cierto,
nos obliga enseguida a desprendernos de la posibilidad de entender con la
lógica aristotélica lo que sucede en la pantalla. Tras la llamada del
interfono, la pareja recibe unos vídeos en los que se ve la casa desde fuera,
pero enseguida desde dentro, mientras los filman a ellos dormidos. Avisada la
policía, se monta la vigilancia pertinente. Hasta que llega el vídeo fatal en
que aparece la mujer muerta y descuartizada, razón por la que él es llevado a
la cárcel. Estando en ella, por esos juegos propios del azar sobrenatural, el
condenado desaparece y entonces la historia cambia de sujeto, a un mecánico, el
preferido de un mafioso que es productor de cine porno, al que se dedicaba la
esposa, ahora con diferente color de pelo y amante del mafioso, aunque, desde
que intercambia un intenso cruce de
miradas con el mecánico, el joven sufre una atracción enfermiza por la joven,
quien le propone un plan para robar a un amigo, hacerse con dinero, y desaparecer
del alcance del productor. Una mujer
fatal en toda regla que Patricia Arquette representa con absoluta propiedad.
Esta transmigración de almas en cuerpos distintos permite generar un enlace
entre los protagonistas inicial y posterior de la historia, de tal modo que la
suma de los hechos de cada cual permite al espectador reconstruir la historia
de lo que en realidad ha sucedido. Tengamos presente que cuando la amante deja
claro al joven que este no significa nada para ella, reaparece el primer
protagonista que actúa en el desenlace, antes de volver a las luces que
iluminan las rayas intermitentes de la carretera perdida. Lo curioso de la
película es cómo el más viejo motor del mundo amoroso, los celos, da lugar a un
potente thriller violentísimo en el que la música y la puesta en escena generan
una atmósfera malsana que nos retrotrae a la perversión de Blue Velvet,
por ejemplo. Sí, con toda propiedad podemos considerarlo un neonoir canónico,
¡y de los mejores!, y las apariciones mefistofélicas son realmente impactantes.
Inland Empire es un cajón de
sastre de recursos, historias, proyectos, técnicas, estilos, atmósferas y un
cruce de caminos entre la realidad, la ficción, el sueño, la pesadilla y lo sobrenatural,
sobre lo que no es fácil hablar, porque Lynch parece empeñado en cortar todas
las amarras lógicas y dejar a los espectadores enfrentados a un encadenamiento
de secuencias del que, supuestamente, ha de inferir la existencia de una
historia que pueda ser contada. Hay quienes lo han intentado. La mayoría, sin
embargo, renuncia. En todo caso, se trata de una película que no deja indiferente,
y en la que todo gira alrededor de una actriz a quien le conceden un papel que,
sin ella darse cuenta, le va a cambiar la vida. Sí, la historia arranca con un
director, Jeremy Irons, que rueda una
película con dos estrellas a las que les oculta un dato que, al ser revelado,
adquiere cuerpo de maldición y determina, en buena medida, el sentido errático
de lo que vendrá. El misterio no es otro que el de estar realizando un remake
de una película basada en una historia polaca que no se pudo acabar porque los
protagonistas de la misma murieron en extrañas circunstancias. A partir de ahí,
la propia historia de la actriz, toda una exhibición de Laura Dern, con un expresivo
repertorio de actriz de películas de terror, se adueña de la pantalla. Ya antes
de iniciarse la película, la actriz es visitada en su casa por una vecina
absolutamente trastornada, la imagen de cuyo rostro se distorsiona visualmente
a través de primerísimos planos que retuercen los contornos de la imagen, quien
le anuncia no solo que le van a conceder el papel, sino que le desvela buena
parte de lo que habrá de vivir, aunque al oírlo no logremos atar cabo alguno.
La duración de la película, tres horas, nos indica claramente el desvarío
notable del proyecto sin pies ni cabeza del director. La propia Dern decía que
estaba esperando el día de la proyección para saber si podía enterarse de qué
iba la historia que había rodado. Recordemos que en el transcurso de la
historia hay un momento de metacine excepcional en el que, dentro de la
terrible historia de persecución y
venganza que sufre la actriz, esta ha sido disparada y se arrastra hacia la
muerte entre unos indigentes sentados en una acera de la ciudad, quienes
mantienen entre ellos una conversación que da por de contado el final trágico
de la persona que ha llegado para morir junto a ellos: «Te estás muriendo, eso
es todo», le dicen, mientras una joven habla con otra mujer de sus problemas
familiares. Poco a poco, y disculpen que se lo chafe, la cámara va
retrocediendo hasta encuadrar el set de rodaje en el hangar que lo acoge y cómo
el director no puede reprimir su emoción por el alto nivel de verdad que ha
conseguida la actriz, quien aún se manifiesta trastornada tras el cese del
rodaje de la escena, porque, para ella, no es un punto final, sino un punto y
seguido de una historia que recorre en permanente estado de alucinación y de
miedo. Meterse en Inland Empire es hacerlo en un laberinto,
cierto, pero no lo es menos que hay momentos de cine extraordinarios en ese
largo viaje, ya sea el rodaje en Polonia, ya el rodaje de la película maldita,
ya la relación con las prostitutas, ya la canción y el baile de despedida… Está
claro que, como película inolvidable que corona una carrera, no funciona; pero hemos
de verla como leemos Finnegans Wake, de Joyce, sin comprenderlo del todo,
pero intuyendo que abre nuevos y apasionantes caminos al arte de la escritura,
aunque otros consideren que lo que expresa es un camino sin salida. Lynch nos
abruma, pero Dern nos salva; la historia es indescifrable, pero está llena de
emociones muy profundas; la realización va más allá del esteticismo y busca
efectos primitivos en la distorsión de la imagen, pero hay momentos
absolutamente mágicos. Los famosos «interiores» de Lynch, desnudos, con escasos
pero simbólicos elementos decorativos, tienen la misma fuerza simbólica y
patética de siempre. Hasta las secuencias de los conejos, como sátira de las
comedias de situación aportan una dimensión surrealista que permite descansar
del acezante drama que vive la protagonista y cuyo calvario seguimos con el
corazón encogido hasta la liberación final. Insisto, no es una película «bonita»
de ver, sino que exige un compromiso con el espíritu investigador y desbrozador
de caminos de Lynch, pero desde esta perspectiva, son más las recompensas que las
insatisfacciones o que el hastío. Atrévanse.
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