Las mejores imágenes para un guion bajo mínimos: el terror alucinado.
Título original: Baby
Año: 2020
Duración: 104 min.
País: España
Dirección: Juanma Bajo Ulloa
Guion: Juanma Bajo Ulloa
Música: Bingen Mendizábal,
Koldo Uriarte
Fotografía: Josep M. Civit
Reparto: Natalia Tena
Actriz: Harriet Sansom
Harris; Rosie Day; Charo López; Mafalda
Carbonell; Susana Soleto; Natalia Ruiz Risueño; Carmen San Esteban.
Llevaba tiempo
queriendo verla, e incluso tenía un tique de regalo de Filmin que pensaba usar para
verla, pues era película de pago, pero, de repente, la encuentro en abierto. Ni
corto ni perezoso me he lanzado a disfrutar de una película cuyas imágenes *traileras
me enamoraron, así como el hecho de que fuera una película muda, salvo algunos
quejidos y algunos gritos, y en color. Lo primero que ha de reconocérsele a
Bajo Ulloa es el valor que ha tenido para rodar una película absolutamente a
contracorriente de todo y casi de espaldas al gran público, cuya aceptación permite
posteriores aventuras fílmicas. Desde esta perspectiva, la película merece
nuestro aplauso y, en muchos momentos, la historia, sobre todo al principio,
logra estremecer a los espectadores, porque el hecho de que ande un bebé a merced
del destino de una drogadicta es ya un desafío enorme a la sensibilidad de
quienes tenemos hijos y no ignoramos sus más elementales necesidades y cómo lo
que definió a nuestra especie frente a otras, y de ahí nuestra evolución, fue
el cuidado de la prole.
La casa donde
vive la joven drogadicta es un escenario desastroso que anticipa la mansión
aislada en el bosque de la «bruja» que se dedica a traficar con niños que le
son vendidos por, como en el caso de la protagonista, quienes no pueden ni
quieren cuidarlos. Si el piso de la protagonista es una de las habitaciones del
horror; la mansión de la «bruja» es la casa completa. Ateniéndose a los códigos
tradicionales del cine de terror, la puesta en escena de la mansión se recrea
en todas las telarañas imaginables, las mesas de cocina repleta de una gran variedad
de sobras y residuos en proceso de descomposición, y en esa casa sombría, la
gran bruja vive acompañada por dos seres deformes, uno físico y el otro mental,
de cuya compañía disfruta y de la que parece obtener un consuelo que le permite
sobrevivir a la lejana pérdida de su propio bebé.
Hasta el
momento de la compraventa, la película se ajusta a situaciones muy propias de
nuestra modernidad: la drogadicción y el extremo recurso de la venta de
criaturas para poder hacer frente al gasto de las drogas. Una vez consumada la transacción,
porque la madre, toda ella deshecha e incapaz de cuidar a la criatura, y sin
que sepamos de ella las relaciones familiares que podrían haberla salvado, se
ve forzada a dar ese paso, pero no tarda en darse cuenta de lo que ha hecho e
intenta, en un arriesgado ejercicio de búsqueda, recuperar a su criatura. La
encuentra en una mansión en un bosque. Y entonces la película da un vuelco y a
través de las lacras de la modernidad desembocamos en un terrorífico cuento
infantil en la que una suerte de bruja malvada que somete a dos ayudantes de
muy distinta naturaleza, lisiada una, neurótica, parece, la otra, tiene
edificado un negocio de compraventas de bebés. La realidad, sin embargo, no
excluye sucesos tan tremendos como la muerte accidental, o no, de algún bebé,
como es el caso del hijo de la protagonista, quien descubre, horrorizada, el
cadáver de su bebé en un cubo lleno de hielo.
Todo lo relativo
a la entrada de la madre en la casona y al modo como va sorteando que no la
encuentren crea, sí, un cierto clímax de suspense que se subraya con los espléndidos
primeros planos de la madre mientras evita ser descubierta, aunque las tres
inquilinas se mueven por la casa muy indiferentes a su posible presencia. Esos
momentos, de todos modos, dejan muy insatisfecho al espectador, dadas las idas
y venidas un poco sin sentido de la madre en ese espacio hostil e
hiperdegradado.
¿Qué salva la
película? Al margen del planteamiento, una exquisitez formal de primera
magnitud y el silencio de los personajes, la película establece continuos
paralelismos entre la vida salvaje y la trama, de ahí que las arañas, los buitres,
las ratas, los cuervos y un sinfín de especies, como si de un documental de la
vida salvaje se tratara, pueblen el metraje y ayuden a establecer ciertos
paralelismos entre esa vida salvaje y la trama degradada que le toca vivir a a
la protagonista, en parte por sus propias miserias. Lo cierto es que esas
imágenes son de una belleza extraordinaria y, exhibidas muchas de ellas en
cámara lenta, contribuyen al deleite del espectador.
A pesar del «forzado»
planteamiento narrativo, que se sigue perfectamente, las actuaciones son de
primerísima calidad. Las cuatro mujeres que llevan el peso de la acción dan un
recital interpretativo de altísima calidad. Aun a pesar de que escoger, en
estos casos, pueda incurrir en una injusticia, me gustaría destacar la
actuación de la jovencísima Mafalda Carbonell, quien halla la expresión justa
para tan delicado papel como el que le toca desempeñar. Natalia Tena está un
pelín sobreactuada, acaso por la poca entidad del personaje, no muy bien
definido, y al que el recurso de la honda no añade nada relevante. La «bruja»,
Harriet Sansom Harris, de dulcísima expresión, es todo un acierto en el papel,
aunque cueste lo suyo salir de la fantasía del cuento de terror para darle la
brizna de verosimilitud que el personaje exige y no consigue. Que al mal, por
ejemplo, le asusten las ratas que se pasean como pedro por su casa, resulta
algo incongruente; pero, en términos generales, su presencia fortalece el carácter
feérico, aunque malvado, de la trama.
Insisto, estamos
ante una rareza dentro de nuestra cinematografía, y el atrevimiento merece el
mayor de los respetos. La película tiene unos inicios fulgurantes, pero poco a
poco se va desinflando narrativamente, pero no fílmicamente, porque la puesta
en escena es muy meritoria y las imágenes de la naturaleza implacable alcanzan
cotas de una belleza extraordinaria. Arriésguense…
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