jueves, 16 de noviembre de 2023

«El asesino», de David Fincher, a la zaga lejana de J-P Melville.

 

En terreno de nadie: entre el arquero oriental y la venganza del western; entre la estilización aséptica y la violencia ensangrentada.

 

Título original: The Killer

Año: 2023

Duración: 118 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: David Fincher

Guion: Andrew Kevin Walker. Novela gráfica: Alexis Nolent

Música: Trent Reznor, Atticus Ross

Fotografía: Erik Messerschmidt

Reparto: Michael Fassbender; Tilda Swinton; Charles Parnell; Arliss Howard; Kerry O'Malley; Sophie Charlotte; Sala Baker; Emiliano Pernía; Gabriel Polanco; Kellan Rhude;

Génesis Estévez; Leroy Edwards III; Endre Hules; Bernard Bygott; Brandon Morales; Lía Lockhart; Jirus Tillman; Kev Morris Sr.; Arturo Duvergé; Brett C. Johnson; Sacha Beaubier; Monique Ganderton; Daran Norris; Nikki Donley; Paloma Palacio Colon; Branden Mitch; Kyrstal Ortiz; Erik Hellman; Carlos Rogelio Diaz; Ilyssa Fradin; Julia Rowley; Jack Kesy.

         

          Gran decepción. Me situé con fervor ante la pantalla y no tardé, tras muy pocas secuencias de la película, en percatarme de que me iban a dar gato por liebre. De nada valía el remedo lejano, apenas puro eco desgarbado, del gran referente polar: El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville, parte de cuya estética se recuerda en las escenas parisinas. Está claro que el elogio de la perfección inicial, con todos los ritos incluidos, desde el yoga hasta los mantras casi taoístas del profesional que se debe a su mester, «arte» para De Quincey, choca con lo inesperado que da pie a la narración: fallar en su cometido de alta precisión condena al ejecutor a ser perseguido, él y «los suyos», hasta el exterminio. A partir de aquí, a mí se me derrumba la construcción de la historia, porque la vulnerabilidad que supone verse atacado en una intimidad compartida que, por razón de su profesión, está en riesgo permanente, de ninguna de las maneras casa con la vida de «lobo solitario» que ha de seguir una persona cuya infraestructura es la propia de quien no se debe ni a nada ni a nadie, salvo a sí mismo, y de ahí la red protectora que ha dispuesto para poder camuflarse, evadirse e incluso contraatacar, si es preciso, en caso de adversidad, que es lo que nos muestra la película.

          Acepto que construir la narración a partir del fracaso del especialista tiene su punto de interés, pero cuando toman al asalto la madriguera del «samurái», sin respetar a quien no parece encarnar sino «el descanso del guerrero», la historia toma una deriva de western clásico que desoye la curiosa situación inicial, el fallo imposible que ha sido posible, y nos dedicamos a seguir con curiosidad los pasos que sigue el profesional para enfrentarse a los suyos, quienes, por supuesto, no se exponen a que puedan ser «descubiertos» por quien les ha fallado. Toda la frialdad asesina del experto en camuflajes y disfraces tiene su origen, sin embargo, en una tierna relación con la mujer atacada justo donde es más intolerable que tal ataque suceda: en su mansión escondida, aparentemente, del mundo, en la República Dominicana. Destaco, por amor al turismo, que el rodaje en esta isla añade un sólido interés al relato, como sucede siempre que se buscan espacios paradisiacos como los que se muestran. Arquitectónicamente, también la mansión presenta notables alicientes estilísticos como decorado, desde luego. ¡Nada que ver con una de las casas donde se esconde uno de los profanadores de su templo, con quien tiene unos dimes y diretes absolutamente tarantinescos que, sin embargo, no aportan demasiado a la narración, y tienen no poco de gratuitos, excepto por el despertar del perro y la persecución final!

          Cualquier capítulo de Mindhunter , su excepcional serie, tiene más interés que las peripecias casi bondescas de este asesino que ha cometido la torpeza imperdonable de fallar, lo que, ¡y ya es curioso!, tiene un altísimo precio en su contrato: su desaparición. No soy un mojigato y no me asusta que corra la sangre o las deudas pendientes se cobren del modo más violento imaginable; pero la superioridad estratégica del «liquidador» no se compadece ni con el fallo ni con la preparación casi robótica del personaje, atento incluso al nivel de pulsaciones que le permitan obrar con absoluto desapasionamiento. Sí, Fassbender pone el tipo musculado y las caras de adoquín adecuadas, pero hay un sí sé qué de impostura en sus silencios pomposos y distantes. Porque no siempre el silencio es «trascendente», y en este asesino particular se intuyen pulsaciones primarias muy poco elaboradas. Por todo ello, El asesino acaso recuerde más a Misión imposible que a El silencio de un hombre. Y luego está el cameo inane de Tilda Swinton, la Q-type, en una escena pobre de planteamiento, pésimamente interpretada y de final previsible.

          En fin, una oportunidad perdida y una historia cuyo original gráfico quizás llegue a donde la película de Fincher ni se asoma. Al final, le queda a uno la duda de si el personaje solo duerme en los aviones, la verdad. Es cierto, con todo, que, a pesar de no tener un ritmo trepidante, a quienes les guste recrearse en las mil y una maneras de morir que nos deparan las películas de asesinos, puede disfrutar de esta de Fincher, pero sin más. No hay trampa ni cartón: el asesino es tan simple, tan plano, como se muestra, para no cambiar un ápice, salvo la intensidad emocional que aporta la venganza, desde el comienzo de la película. Y sí, el barrio de París es un encanto; la República dominicana invita a pasar unas vacaciones allá, ya; y es admirable el orden que preside sus escondites, donde almacena los materiales idóneos para sus ejecuciones. Que nadie espere algo parecido a La casa de Jack, de Von Trier, muy superior a la presente, compartiendo no pocas cosas; pero lo que en Trier hay de indagación psicológica en la creación del personaje, en la de Fincher nos encontramos con un páramo sin ninguna complejidad. Y aunque en las dos hay mucho de repulsivo, la de Trier «levanta» un personaje de cierta complejidad; mientras que la de Fincher se limita a seguir la fría expresión monolítica de la profesionalidad, caiga quien caiga. Y caen, a fe…

         

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