En terreno de
nadie: entre el arquero oriental y la venganza del western; entre la estilización
aséptica y la violencia ensangrentada.
Título original: The Killer
Año: 2023
Duración: 118 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Fincher
Guion: Andrew Kevin Walker. Novela gráfica: Alexis Nolent
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Erik Messerschmidt
Reparto: Michael Fassbender; Tilda Swinton; Charles Parnell; Arliss
Howard; Kerry O'Malley; Sophie Charlotte; Sala Baker; Emiliano Pernía; Gabriel
Polanco; Kellan Rhude;
Génesis Estévez; Leroy Edwards III; Endre Hules; Bernard Bygott; Brandon
Morales; Lía Lockhart; Jirus Tillman; Kev Morris Sr.; Arturo Duvergé; Brett C.
Johnson; Sacha Beaubier; Monique Ganderton; Daran Norris; Nikki Donley; Paloma
Palacio Colon; Branden Mitch; Kyrstal Ortiz; Erik Hellman; Carlos Rogelio Diaz;
Ilyssa Fradin; Julia Rowley; Jack Kesy.
Gran decepción. Me situé con fervor
ante la pantalla y no tardé, tras muy pocas secuencias de la película, en
percatarme de que me iban a dar gato por liebre. De nada valía el remedo lejano,
apenas puro eco desgarbado, del gran referente polar: El silencio de un
hombre, de Jean-Pierre Melville, parte de cuya estética se recuerda en las
escenas parisinas. Está claro que el elogio de la perfección inicial, con todos
los ritos incluidos, desde el yoga hasta los mantras casi taoístas del
profesional que se debe a su mester, «arte» para De Quincey, choca con lo inesperado
que da pie a la narración: fallar en su cometido de alta precisión condena al
ejecutor a ser perseguido, él y «los suyos», hasta el exterminio. A partir de
aquí, a mí se me derrumba la construcción de la historia, porque la
vulnerabilidad que supone verse atacado en una intimidad compartida que, por
razón de su profesión, está en riesgo permanente, de ninguna de las maneras
casa con la vida de «lobo solitario» que ha de seguir una persona cuya infraestructura
es la propia de quien no se debe ni a nada ni a nadie, salvo a sí mismo, y de
ahí la red protectora que ha dispuesto para poder camuflarse, evadirse e
incluso contraatacar, si es preciso, en caso de adversidad, que es lo que nos
muestra la película.
Acepto que
construir la narración a partir del fracaso del especialista tiene su punto de
interés, pero cuando toman al asalto la madriguera del «samurái», sin respetar
a quien no parece encarnar sino «el descanso del guerrero», la historia toma
una deriva de western clásico que desoye la curiosa situación inicial, el fallo
imposible que ha sido posible, y nos dedicamos a seguir con curiosidad los
pasos que sigue el profesional para enfrentarse a los suyos, quienes, por
supuesto, no se exponen a que puedan ser «descubiertos» por quien les ha fallado.
Toda la frialdad asesina del experto en camuflajes y disfraces tiene su
origen, sin embargo, en una tierna relación con la mujer atacada justo donde es más intolerable que tal ataque suceda: en su mansión escondida, aparentemente, del
mundo, en la República Dominicana. Destaco, por amor al turismo, que el rodaje en
esta isla añade un sólido interés al relato, como sucede siempre que se buscan
espacios paradisiacos como los que se muestran. Arquitectónicamente, también la
mansión presenta notables alicientes estilísticos como decorado, desde luego. ¡Nada
que ver con una de las casas donde se esconde uno de los profanadores de su
templo, con quien tiene unos dimes y diretes absolutamente tarantinescos
que, sin embargo, no aportan demasiado a la narración, y tienen no poco de gratuitos,
excepto por el despertar del perro y la persecución final!
Cualquier capítulo
de Mindhunter , su excepcional serie, tiene más interés que las
peripecias casi bondescas de este asesino que ha cometido la torpeza
imperdonable de fallar, lo que, ¡y ya es curioso!, tiene un altísimo precio en
su contrato: su desaparición. No soy un mojigato y no me asusta que corra la sangre o las deudas
pendientes se cobren del modo más violento imaginable; pero la superioridad
estratégica del «liquidador» no se compadece ni con el fallo ni con la
preparación casi robótica del personaje, atento incluso al nivel de pulsaciones
que le permitan obrar con absoluto desapasionamiento. Sí, Fassbender pone el
tipo musculado y las caras de adoquín adecuadas, pero hay un sí sé qué de
impostura en sus silencios pomposos y distantes. Porque no siempre el silencio es
«trascendente», y en este asesino particular se intuyen pulsaciones primarias
muy poco elaboradas. Por todo ello, El asesino acaso recuerde más a Misión imposible
que a El silencio de un hombre. Y luego está el cameo inane de Tilda Swinton, la Q-type,
en una escena pobre de planteamiento, pésimamente interpretada y de final previsible.
En fin, una
oportunidad perdida y una historia cuyo original gráfico quizás llegue a donde
la película de Fincher ni se asoma. Al final, le queda a uno la duda de si el
personaje solo duerme en los aviones, la verdad. Es cierto, con todo, que, a
pesar de no tener un ritmo trepidante, a quienes les guste recrearse en las mil
y una maneras de morir que nos deparan las películas de asesinos, puede
disfrutar de esta de Fincher, pero sin más. No hay trampa ni cartón: el asesino
es tan simple, tan plano, como se muestra, para no cambiar un ápice, salvo la
intensidad emocional que aporta la venganza, desde el comienzo de la película.
Y sí, el barrio de París es un encanto; la República dominicana invita a pasar
unas vacaciones allá, ya; y es admirable el orden que preside sus escondites,
donde almacena los materiales idóneos para sus ejecuciones. Que nadie espere
algo parecido a La casa de Jack, de Von Trier, muy superior a la
presente, compartiendo no pocas cosas; pero lo que en Trier hay de indagación psicológica
en la creación del personaje, en la de Fincher nos encontramos con un páramo
sin ninguna complejidad. Y aunque en las dos hay mucho de repulsivo, la de
Trier «levanta» un personaje de cierta complejidad; mientras que la de Fincher se limita a
seguir la fría expresión monolítica de la profesionalidad, caiga quien caiga. Y
caen, a fe…
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