domingo, 5 de noviembre de 2023

«NO», de Pablo Larraín, o el sabio cine político.

La crónica de cómo una campaña publicitaria logró acabar, plebiscitariamente, con un despiadado régimen militar como el de Pinochet.

 

Título original: No

Año: 2012

Duración: 116 min.

País:  Chile

Dirección: Pablo Larraín

Guion: Pedro Peirano

Música: Carlos Cabezas

Fotografía: Sergio Armstrong

Reparto: Gael García Bernal; Alfredo Castro; Luis Gnecco; Antonia Zegers; Néstor Cantillana; Alejandro Goic; Diego Muñoz; Jaime Vadell; Marcial Tagle; Manuela Oyarzún; ; Pascal Montero; Eugenio García; Elsa Poblete; Florcita Motuda. 

 

          Como toda película política que se precie, la polémica está servida: ¿demasiado ideológica y poco «fílmica»; mucha tesis y pocas «emociones»; mucho «discurso» y poca «acción»? Pues de todas esas pegas posibles se escapa Larraín con una película rodada con un efecto «antiguo» para asimilar lo rodado en 2012 a lo sucedido en 1988 que aparece junto con una sabia mezcla de imágenes documentales en la película, y lo consigue a la perfección, aunque, como es obvio, la hazaña consista en una imagen bastante «pobre» respecto de la alta fidelidad de que ahora disfrutamos en las películas. Pero justo es reconocer que ese es uno de sus encantos, de sus aciertos. Por otro lado, para quien no estuviera informado de los pormenores del referéndum que tumbó la dictadura de Pinochet en Chile, esta película no solo lo pone en antecedentes, sino que se centra en la gran batalla que se libró entre las campañas publicitarias del NO y del SÍ que iban a decidir en aquel momento el destino de Chile: o elecciones libres u ocho años más de Pinochet en el cargo con todos los pronunciamientos de haber sido conseguido «democráticamente», dentro del control represor que aún sufrían las fuerzas opositoras, pero con la aparente bendición al resultado de las democracias occidentales. De hecho, ninguna presión interna ni externa, dado el control policial que tenía del país, obligaba a Pinochet a «exponerse» en un plebiscito del que podría salir trasquilado, como así ocurrió; pero lo hizo. Y es curioso que haya coincidido mi visionado de la película con una situación política en España en la que hay un gigantesco clamor de voces que piden ya elecciones ya un referéndum para que sea el pueblo el que aprueba o no una negociación del actual presidente, que viene de perder las elecciones, con los delincuentes del prusés secesionista para conceder una amnistía que le permita seguir en el cargo y haga tabla rasa, penalmente, con loas desmanes que cometieron los secesionistas. Es paradójico; un dictador de tomo y lomo como Pinochet se somete a un referéndum plebiscitario y un supuesto presidente democrático de España se niega a darle la voz al pueblo para que sancione los lesivos acuerdos con los secesionistas delincuentes contra nuestra Constitución. ¡Lo que le es dado contemplar a un asiduo seguidor de la vida política…!

          Larraín ha escogido un hilo narrativo magnífico: la elaboración de la campaña publicitaria que había de ser usada durante 27 días, a razón de anuncios de quince minutos de duración en hora punta televisiva por día, en favor del NO a la propuesta de Pinochet. A través de un exiliado chileno en Méjico que vuelve a instalarse en un país, un publicitario que trabaja para una empresa cuyo dueño está muy relacionado con las altas esferas del pinochetismo y va a ser un personaje muy cercano a la campaña del SÍ a favor de la continuidad de Pinochet, se nos narra la creación de la campaña, las deliberaciones de las fuerzas políticas reunidas todas ellas en el símbolo común del arco iris para hacer frente al Sí, las reacciones frente a la campaña que el joven publicitario ha ideado en torno a un lema “La alegría ya viene”, que rebosa optimismo y confianza en un futuro brillante, algo muy alejado, en principio, de la catarata de recriminaciones y denuncias del terror que aupó a Pinochet a su cargo que quisieran ver en pantalla algunos representantes políticos cuyas vidas sufrieron un cambio dramático con la irrupción del golpe militar en sus vidas. En esa lucha entre el desquite, la recriminación justificada, la denuncia del abuso de poder y del drama vivido y una visión «positiva» de los buenos tiempos que vendrán con la desaparición de Pinochet del Poder, se mueve la película con no poca tensión. El personaje escogido, el publicitario que vuelve del exilio con una mirada no «empañada» por la dura supervivencia como político en la clandestinidad y la pseudotolerancia del Régimen hacia posiciones no comunistas, responde al retrato de un urbanita, que se inspira con aficiones de joven Peter Pan, que se desplaza con el skate por las calles y que «piensa» en la situación política desde el lenguaje de la publicidad, no desde el de la ideología, en el que no se mueve ni con soltura ni con aplomo ni con el más mínimo interés: él descubre pulsos sociales, intereses, esperanzas, identificaciones y motivaciones que responden a la vida real y que han de ser expresadas desde el lenguaje que más se acerca a la vida corriente, el de la publicidad, no el del discurso político tradicional. Se trata, en definitiva, de una dialéctica entre lenguajes para saber cuál de ellos es capaz de conseguir el fin propuesto: derrocar a Pinochet. 

          Otro tanto sucede desde el punto de vista de la campaña del SÍ, porque los publicistas del Régimen se debaten entre qué diferentes versiones de Pinochet han de escoger para atraer el voto, si el Pinochet marcial y autoritario, garante de la mano dura y baluarte contra el «caos» del comunismo o el Pinochet de paisano que besa niños y aparece como un abuelete simpático pero firme en sus convicciones. Las sesiones de este comité de expertos, más sometidas a disciplina que las de los adversarios es muy reveladora del ambiente de terror en que vivió Chile durante la dictadura, y el guion lo señala con mucho rigor. Lo más divertido de la película, porque los vídeos de cada anuncio se entregan en la TV el día anterior, es la lucha que entablan ambas campañas con remedos satíricos de la campaña del NO por parte de la del SÍ. Ahí sí que la película, más allá de la tensión constante que se vive durante ese mes de campaña, porque la policía secreta del Régimen acecha a los de la campaña del NO y los intimida constantemente, la película se eleva a un tono de comedia con gags auténticamente buenos y muy graciosos.

          En cierto modo, narrar de forma paralela la rota vida sentimental del protagonista, separado de una mujer a la que aún ama y que ya vive con otro, puede servir para aligerar la carga política y completar el retrato del creador publicitario como defensor de un lenguaje que conecta con la población que parece haber querido dejar atrás el pasado y que contempla el plebiscito como los españoles contemplamos nuestra alabada en todo el mundo Transición democrática, la misma que 46 años después un dirigente socialista quiere romper por la necesidad de seguir manteniéndose en el Poder, como una posibilidad de reencuentro, de perdón y de sano olvido.

 

 

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