Lost in translation desde el idiolecto crítico personalísimo e incomparable: Carlos Boyero en la larga hora de los adioses…
Título original: El crítico
Año: 2022
Duración: 80 min.
País: España
Dirección: Juan Zavala,
Javier Morales Pérez
Guion: Juan Zavala, Javier
Morales Pérez
Reparto: Carlos Boyero: Fernando
Trueba; Antonio Resines; Icíar Bollaín; Álex de la Iglesia: Antonio de la Torre;
Luis Tosar; Pepa Blanes; María Guerra;Borja Hermoso; Marta Medina; Beatriz
Martínez; Nuria Vidal; Jesús Ruiz Mantilla; Andrea Morán; Carles Francino; Enrique
González Macho; Enrique López Lavigne; Manuel Martín Cuenca; Elio Castro; Domingo
Corral; Blanca Portillo; José Luis Rebordinos; Oti Rodríguez Marchante;
M. Torreiro; Pedro Vallín; Nacho
Vigalondo; Antonio Lucas; Antonio Hernández; Miguel Marías.
Música: Carlos Martín
Fotografía: Eduardo Mangada.
Se ha de
reconocer que hay no poco de atrevimiento en el hecho de hacer un documental
sobre un crítico de cine y de la vida social en general como lo es Carlos Boyero,
que sustituyó en El País al exquisito Ángel Fernández Santos, un pretendido
intelectual de la crítica. Boyero es todo lo contrario, un espectador aparentemente «sencillo»
cuyos criterios críticos no radican en profundos estudios de la Historia del
Cine en todas sus vertientes, y especialmente en las técnicas de realización,
sino en la subjetivísima conexión emocional con lo que le cuentan desde la
pantalla, y de ahí la radicalidad de sus afectos y desafectos críticos, si bien
son más conocidos estos últimos que los primeros. No lo niego, a Boyero este
crítico anónimo lo lee con la transparente intención de saber si se ha dormido
en la proyección, si se ha salido de la sala o, si la película es de Almodóvar,
con qué adjetivos va a descalificar el amaneramiento melodramático del director
manchego, región en la que se cocinan unas migas con uvas extraordinarias…
La vida de Boyero,
dado que él es el crítico estrella no solo de El País, sino también de la Ser,
donde ha consolidado un amplio grupo de seguidores, sale ahora a la luz con
este documental en el que él habla sin tapujos sobre sus momentos dramáticos,
oscuros, adictivos y también sobre sus éxitos, el mayor de los cuales es que le
paguen por escribir sobre las películas que ve, algo que le sigue pareciendo un
prodigio, ¡y lo es! A Fernando Trueba, que lo conoció en el primer años de
universidad, y a quien le llamó la atención encontrarse con alguien «más feo
que yo» dice en el documental, sino también su caudal de lecturas y de
visionados, amén de la decidida voluntad de no querer hacer nada en la vida, y,
en cierto modo, su condición de crítico tan bien remunerado es haberlo
conseguido, dado que ver películas y escribir sobre ellas, tan libremente como
él lo hace, es lo más parecido a su pretensión juvenil de no hacer nada en la
vida. Boyero desarrolla ante sus interlocutores una visión nada complaciente de
sí mismo y, al tiempo, con un insobornable sentido del humor que se va
volviendo más negro a medida que avanza el metraje. Se sabe una especie en
peligro de extinción, y su cena con Oti Marchante tiene todo el aire de los
viejos funerales y las despedidas agridulces. Con ellos desaparece, frente a
los y sobre todo las críticas que aparecen como la otra cara de la profesión,
un modo de entender la vida y el cine que son ya, a estas alturas de nuestra
degradación social, incompatibles con casi todo. Papel muy destacado tiene en
el repaso biográfico la campaña que los directores Erice y Almodóvar iniciaron
contra él para conseguir apearlo de su tribuna todopoderosa de El País, uno de
esos cainismos propios de nuestra mediocre vida cultural, en la que el sectarismo
y la adulación al Poder político causan estragos. Si algo define a Boyero, a
través del documental, es su amor al ejercicio e la libertad, sin la cual no
podría sobrevivir ni escribir cuanto escribe, y pensemos que, sin haber
pretendido convertirse en un provocador, es lo cierto que sus críticas y artículos
han puesto el dedo en la llaga de muchos narcisismos desbocados y no pocas
mediocridades engalanadas de oropel. Sí, son los suyos una variante del «juicio
sumarísimo», pero tiene a su favor que ha desarrollado una capacidad de
ejercerlo a lo largo de muchas décadas viéndolo todo y leyéndolo todo.
El documental se
ha hecho con motivo de su última visita al Festival de Cine de San Sebastián, y
su presencia en él recuerda al protagonista de Lost in Translation, de
Sofia Coppola, y, por la parte de su desconexión cibernética, al crítico
gastronómico de la célebre serie argentina Nada, de Cohn y Duprat, con
quien pueden rastreársele, acaso, más coincidencias, pero el documental no
entra en su vida íntima del día a día.
A este crítico
le ha sorprendido el encono con que otros críticos, sin popularidad ninguna,
pero con más aires que los de Picos de Europa, arremeten contra Boyero, con
mejores y con peores modos, considerando su figura y sus métodos críticos como
una «anomalía» de la que deberíamos «desprendernos» cuanto antes. Los
creadores, como Bollaín, Álex de la Iglesia o Antonio Hernández se toman con
mayor deportividad las «salidas» de Boyero, como si estuvieran en el ajo de una
singularidad irreductible y muy personal a la que se ha de respetar
profundamente.
El documental
está muy bien construido y permite que aparezcan todas las miradas sobre el
crítico, las que lo ensalzan y las que lo desmitifican; pero si hay un relato
de interés, ese no es otro que el de la juventud y sus amistades, cuando aparece
un joven neopunk tahúr y nihilista a quien cuesta reconocer en las fotos de
entonces, junto a Trueba, Resines, Ladoire y otros. Más adelante, cuando se entroniza
como crítico, su amistad con Gasset y otros, como marchante, tiene ese encanto
de la camaradería masculina de las películas de Ford. La excepción en este caso
es la de Miguel Marías, cuyo reproche tiene un fundamento teórico innegable: Boyero
jamás explica teóricamente por qué no le gustan o le gustan las películas que
critica. A posteriori, caigo en que es verdad que Boyero jamás apareció en el
programa de José Luis Garci, ¡Qué grande es el cine!, donde el
aficionado y/o crítico podía seguir disertaciones excepcionales no solo de
Marías, sino de Torres-Dulce, Giménez Rico, Méndez Leite o Juan Miguel Lamet,
casi todos ellos enciclopedias vivientes del séptimo arte.
Boyero, sobre todo en la radio, ha sabido
construir su propio personaje con una excéntrica habilidad que le ha granjeado
el prestigio o el desprestigio que tiene, según sea la fuente que se consulte.
A mí,
personalmente, no me seduce como crítico, pero reconozco lo certero de su
intuición. Peca de voluble, es cierto, e influyen mucho en él las circunstancias
del visionado. No obstante, también le he visto reconocer sus errores y volver
a ver películas en las que no había visto nada positivo para descubrir sus
valores, una vez que alguna amistad le había llamado la atención sobre la
incomprensible de su reacción. La humildad propia de los elegidos corre a la par
de su acentuada soberbia, pero, en conjunto, y en su caso, consiguen hacer de
él una persona cercana y, según y cómo, entrañable.
Hay algo de western
crepuscular en el retrato de Boyero, una suerte de último mohicano de la
crítica que defiende su posición de privilegio con comentarios acerados, pero
que se sabe «especie a extinguir». Con admirados ojos contemplamos los planos
frente a cámara en los que, con risilla socarrona, se pregunta cómo es posible
que sus críticas puedan afectar tanto, negativa o positivamente a ciertos
destinatarios. Boyero reivindica su libertad, y en eso es un ejemplo para
cualquier crítico, porque acaso nadie como él sepa representar con tanto decoro
la cólera del español sentado…
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