En la Argentina preMilei, una lucha a muerte por esquilmar a las aseguradoras a través de los accidentados: la pequeña mafia argentina defendiendo «su» territorio.
Título original: Carancho
Año: 2010
Duración: 107 min.
País: Argentina
Dirección: Pablo Trapero
Guion: Alejandro Fadel,
Martín Mauregui, Santiago Mitre, Pablo Trapero
Reparto: Ricardo Darín; Martina
Gusman; Carlos Weber; José Luis Arias; Darío
Valenzuela; Loren Acuña; Gabriel Almirón; José Manuel Espeche; Federico Silva; Graciana
Chironi; Susana Varela; Federico Esquerro; Hector Bordoni; José María Rivara; Isidora
; Roberto Artiagoitía; Pablo Trapero; Pablo
Galarza; Roberto Maciel; Rocío Robles; Martín Trapero; Carmen Chironi.
Fotografía: Julián
Apezteguia.
Carancho,
título metafórico, es un ave rapaz y define a la perfección el trabajo de
ciertos abogados que sobrevuelan hospitales y funerarias a la búsqueda y captura
de infelices accidentados a los que arrancarles un poder notarial para
representarlos ante las aseguradoras y asegurarse, ellos, un botín suculento.
La historia narra la vida de uno de esos caranchos que, llegado un momento,
cree que está en condiciones de establecerse por su cuenta, ignorando,
curiosamente, que el jefe para el que trabaja, a pesar de su aparente
blandenguería, es un mafioso sin escrúpulos dispuesto a lo que sea,
literalmente, a lo que sea, para defender su negocio del intrusismo ajeno, y
más aún si el «invasor» trabajaba antes para él.
Sí, es una
historia de perdedores, y se cruza en ella una historia de amor con la doctora
que hace el servicio de noche en una compañía de ambulancias y en un hospital,
un pluriempleo al que sobrevive gracias a la droga. Que dos almas solitarias se
reconozcan y se atraigan es historia vieja como el mundo, pero va a depender mucho
de la interpretación de los protagonistas la verosimilitud y la capacidad de
seducir al espectador. Darín es una garantía de solvencia y, la para mí desconocida, Martina Gusman le
da la réplica perfecta para formar una especie de pareja delictiva que les
permita sobrevivir a una red mafiosa, policía incluida, que va a condicionar
sus pasos hacia la relativa independencia profesional.
Se trata de
una historia en apariencia de poca monta, pero que va creciendo a medida que la
violencia extrema aparece en las relaciones del «carancho» que quiere volar solo
y su antiguo bufete. Para el espectador español, lo significativo es la
degradación de la sanidad, de los espacios y, en general, la de la sociedad
miserable que, por unas u otras peleas o accidentes, acaba llegando a un más que
precario servicio de urgencia hospitalario sin medios suficientes para hacer
frente a según qué situaciones. Ese contexto degradado y terrible, ¡que casi
parece explicar por sí mismo la victoria de Milei en las últimas elecciones presidenciales!,
no nos aparta de los altibajos de la relación entre el carancho y la doctora,
que pasa de la posibilidad de una relación romántica al descubrimiento de la «sucia»
actividad del imposible galán, dada su caracterización, que ha aparecido en su
vida, máxime cuando, orquestando un accidente para expoliar a una aseguradora,
una escena que me ha traído a la memoria la novela El callejón de los
milagros, de Mahfuz, el pretendido accidente acaba teniendo un desenlace
mortal.
Tras la
elipsis que marca su distanciamiento, el reencuentro entre ellos coincide con
la aparición de la violencia, que no la excluye a ella. Ahí sí, la complicidad
de ambos da un paso decisivo y la película deriva de la crítica social al
thriller brioso y oscuro, un género que Trapero domina con mano firme. Si a
ello se suma que gran parte de la película transcurre de noche, el turno de
trabajo de la doctora y el del ave rapaz a la caza de las víctimas a las que
representar en pleitos a las aseguradoras en los tribunales, está claro el tono
oscuro, tenebroso, de esta historia de perdedores en el contexto de la
decadencia económica de una sociedad tan mal gobernada desde hace tanto tiempo.
No es una mirada complaciente, la de Trapero, más allá de la denuncia de las
pequeñas mafias locales que dominan ciertos territorios a los que les sacan sus
buenos réditos, y prueba de ella es la sumisión de los damnificados a la
sobrerrepresentación de los abogados, incluso para cobrar el dinero de los
afectados a fin de repartirles las migajas sobrantes de sus innobles pleitos.
En la medida
en que el género deriva al thriller de tipo mafioso, Trapero rueda con dureza y
expresividad la violencia inherente al mismo, y consigue escenas de mucho mérito,
y a ello contribuye el maquillaje y la degradación personal paralela de ambos
protagonistas, quienes acaban viendo en el otro una tabla de salvación para enderezar
sus vidas, sometidas a la explotación y al abuso de poder, como es lo propio de
sociedades donde brillan por su ausencia los controles democráticos mínimos. No
hay sociedad que se libre de las mafias ni de la delincuencia aficionada, pero
la visión que se nos da en una película de lo que ha de hacer una doctora en
medicina para malvivir con trabajos como el suyo va más allá, creo, del caso
personal. En todo caso, se trata de una película que rehúye la complacencia y
la comedia sentimental, género en el que podría haber caído, a poco que el guion
se hubiera edulcorado cinco o seis terrones más…, y es de agradecer, aunque a
ciertos espectadores sensibles les pueda parecer excesiva, pero nunca gratuita,
la dura violencia que se muestra.
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