miércoles, 21 de febrero de 2024

«Pobres criaturas», de Yorgos Lanthimos o la autoparodia chirriante.

 

La estética de los anuncios de Jean Paul Gaultier  y la parodia de nuestros iconos del terror favoritos durante dos horas y veinte minutos de bostezo continuo.

 

Título original: Poor Things

Año: 2023

Duración: 141 min.

País: Irlanda

Dirección: Yorgos Lanthimos

Guion: Tony McNamara. Novela: Alasdair Gray

Reparto: Emma Stone; Mark Ruffalo; Willem Dafoe; Ramy Youssef; Christopher Abbott;

Jerrod Carmichael; Kathryn Hunter; Margaret Qualley; Hanna Schygulla; Vicki Pepperdine;

Suzy Bemba; Tom Stourton; Wayne Brett; Charlie Hiscock; Jack Barton; Jeremy Wheeler; Damien Bonnard; John Locke; Vivienne Soan; Carminho; Kate Handford.

Música: Jerskin Fendrix

Fotografía: Robbie Ryan.

 

          Cuando en el cine no acabo de encontrar la posición en la butaca —y aprovecho para decir que a los Renoir Floridablanca ya les toca renovar las suyas…— sé que estoy gestando un juicio crítico desfavorable. Si la pantalla no te engulle y se acentúa la distancia con esos recursos viejunos del ojo de pez y la escenografía publicitaria, sabes que, tarde o temprano, lo que desearás es que la broma pesada se acabe cuanto antes. Pero, desgraciadamente, no fue así, y cuando todo parecía que concluía, reaparece el primer dominador de la hembra liberada que, como era de rigor wokista, acaba convertido en cabrón filófago, para risueño disfrute de quienes necesitan parodias bien mascaditas.

          ¡Qué desastre, por Meliès! Lo peor del cine es que te haga sentir, como espectador, vergüenza ajena por lo que ves, y eso es lo que me paso ayer, a pesar de las buenas referencias de mis vástagos y de la pésima de un lúcido espectador que dejó su opinión en Equis. Puede alegarse que se ha escogido el género de la fábula, el mundo de fantasía y la realización preciosista, pero todo eso lo ha hecho insuperablemente la película de Greta Gerwig, con un guion portentoso y una realización notable. Desgraciadamente, los caminos de la fantasía distópica, que nada tienen que ver con los del realismo distópico, especialidad de Lanthimos, han gestado un verdadero monstruo que, a juicio de este veterano espectador, solo puede complacer a quienes le tienen tirria al cine mudo y al cine en blanco y negro; todo un mundo de auténtica imaginación que esta película de Lanthimos parodia y casi ridiculiza, porque falta, a mi juicio, una mirada íntima, no «espectacular», a la trama estrambótica de las pobres criaturas nacidas de la mente del científico loco que, desde la perspectiva de ese cine proscrito, es acaso lo único que se salva de la película. Ya antes de que se embarcaran en el crucero, andaba yo buscándole el referente a la estética de la película, generosa con los efectos especiales y la puesta en escena —no en vano ha costado treinta millones de dólares— hasta que, a bordo del barco me llegó el referente con total nitidez: la publicidad de las colonias de Jean Paul Gaultier, y ahí fue ya un perder toda esperanza de que la cosa se «enderezase», porque estaba claro que toda la «provocación» de la amoral protagonista no iba más allá de cuatro o cinco procacidades proferidas en situaciones sociales descontextualizadas; una protagonista con el cuerpo adulto de una mujer joven y el cerebro de la hija que le nacen por cesárea tras su suicidio, y que aprende lentamente al principio y a toda velocidad a partir de la mitad de la película, los fundamentos de la vida y del saber, si bien es el descubrimiento del placer sexual en lo que se recrea la película la mayor parte del tiempo, si bien ciertas conversaciones dan a entender sus progresos en la lectura y el pensamiento. Con todo, las supuestas gracias de la «criatura» no tardan en atragantársenos por puro hastío, haciéndonos más que antipático un personaje que lo tiene todo de mecánico y nada de humano. Ni siquiera la contemplación de la miseria desde el lujo, que tanto altera, conmueve y desgarra a la protagonista, es capaz de escapar al maniqueísmo profundo que anida en el seno de la película y a su «revolución social» de manual de resistente, porque, al fin y al cabo, a quienes se saben seres «excepcionales», no les cabe otra que crearse un mundo de excepción con sólidas fronteras con el resto de la realidad. De hecho, la película viene a ser como una parodia de la Odisea, y la conclusión la conocemos antes de que la protagonista se embarque en la aventura: ¡nada como el hogar!, al que vuelve para sustituir al padre y heredar su reino…

          Está claro que Lanthimos ha dado un giro radical a lo que hasta el presente eran sus constantes cinematográficas, algo que ya hizo, en parte, con La favorita, sin tener que apartarse ni un jeme de la realidad para conseguir el efecto distópico de sus anteriores películas. En Pobres criaturas emerge, sin embargo, un mundo irreal, con una puesta en escena lujosa que se lleva toda la admiración de los espectadores, legítimamente. Si, además, le sumamos las excelentes actuaciones de Emma Stone y Willem Dafoe, porque Mark Ruffalo peca mucho de sobreactuación, algo que, en el caso de la Stone, que también sucede, viene determinado por su condición de criatura impropiamente humana, lo que le permite un conjunto de recursos interpretativos que nos acercan grandemente a clásicos como Los cuentos de Hofmann, cuya máxima adaptación cinematográfica es La muñeca, de Ernst Lubitsch, una obra maestra del séptimo arte que muy probablemente jamás verán los públicos a los que esta película de Lanthimos les parecerá una «novedad». Ni siquiera sé si en el recuerdo cinematográfico de los admiradores de esta película emergen imágenes de otros clásicos como La novia de Frankenstein, con una Elsa Lanchester absolutamente icónica, algo que me resisto a creer que esta película de Lanthimos haya conseguido: ni una sola de sus imágenes, me atrevo a decir, perdurará en la mente de los cinéfilos con la potencia de tantísimos planos de películas antiguas o modernas, sea La novia de Frankestein, de James Whale sea El espíritu de la colmena, de Víctor
Erice, sea incluso una parodia tan exitosa como El jovencito Frankenstein, de Mel Brooks. En esto, concluyo, anda ahora afanado cierto cine, en crear espectáculos visuales que, como los efectos especiales en las popularísimas películas de superhéroes, atraigan a las salas a generaciones educadas en productos de ínfima calidad pero altísima eficacia visual. En fin, que salí del cine con todas las expectativas defraudadas, porque Lanthimos antepuso la espectacularidad de la puesta en escena a los dramas íntimos de unos personajes de quienes se buscaba el chiste fácil, antes que la reflexión. El cine son imágenes, cierto, pero no todas las imágenes, por mucho que se haya invertido en ellas técnicamente, son cine, y menos aún de la calidad a la que nos tienen acostumbrados no ya los grandes clásicos, sino películas más honestas y bien hechas, como la propia Barbie, con la que la presente no resiste la más mínima comparación, o Perfect Days, de Wim Wenders, que acabo de ver hace pocos días. Confío en que Lanthimos recupere su rico mundo personal y nos devuelva a asperezas tan estimulantes como las de sus primeras películas.

 

 

2 comentarios:

  1. Creo que con el tráiler y algunas referencias en Filmaffinity tuve bastante para abstenerme de ir a ver semejante parodia que tú tan generosamente juzgas con ecuanimidad. Intuía qué me iba a encontrar. Y mejor que no.

    He visto en la última semana tres películas, no obras maestras, pero sí que destacables e interesantes. Me refiero a la española El valle de la sombra, la danesa La tierra prometida, y la americana de Pixar, Soul. De todas he salido con buen sabor de boca.

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  2. Me ocurre, Jose, que soy incompatible con el actor protagonista de esa peli, después de sufrirlo en La casa de papel. La danesa es posible que la vea, y de la animación ando muy retirado, por puro desencanto. Me alegra que la crítica te haya ahorrado un gasto. Parece mentira que sea obra de Lanthimos, con las cosas buenas que él ha dirigido. Se ve que el dinero a espuertas de la producción no le sienta bien: se gastan en decorados lo que se ahorran en imaginación...

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