El embarazo
como «accidente» en la vida de tres mujeres muy distintas: el retrato moral polifónico
de una época.
Título original: Three
Secrets
Año: 1950
Duración: 98 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Wise
Guion: Martin Rackin, Gina Kaus
Reparto: Eleanor Parker; Patricia Neal; Ruth Roman; Frank Lovejoy; Leif
Erickson; Ted de Corsia; Larry Keating; Edmon Ryan; Katherine Warren; Arthur
Franz.
Música: David Buttolph
Fotografía: Sidney Hickox
(B&W).
Vista hace
muchos años, he revisitado ayer esta cinta de Wise que no está, me temo, entre
las suyas más vistas, y no será por el altísimo interés que tiene el melodrama
que retrata las vidas de tres mujeres en cuyo camino personal se cruza un
embarazo y el parto de una criatura a quien optan por dar en adopción, dado el
rumbo que toma sus vidas, en la imposible compañía del hombre con quien lo
tuvieron cada una de ellas. A partir de una trágica noticia: el choque de un avión
contra un pico en el que fallecen los padres de un niño adoptado, que sobrevive
al accidente, justo el día en que el niño celebraba su cumpleaños, tres mujeres
que dieron el niño en adopción el mismo día a la misma institución de donde
procedía el niño ahora huérfano, se ven sacudidas por la premonición de que
acaso ese niño sea su hijo. Abre la historia Eleanor Parker, a quien su marido
le trae la noticia que absorbe el interés de toda la ciudadanía, porque se van
a iniciar las labores de rescate del niño, colgado en una repisa del pico a
4000 metros de altura. El marido se va, pero la mujer se queda en compañía de
su madre, quien trata de disuadirla de que ese sea «su» hijo, lo que no
consigue, está claro. El primero de los tres flashbacks que veremos, nos cuenta
la historia del desencuentro amoroso de un soldado y la joven que lleva un hijo
suyo en las entrañas. Es la madre quien la disuade, con una posición moral a la
que contradice una reacción «maternal» con el nieto al que renuncia: «Yo te he
perdonado; ahora espero que Dios también lo haga». Sí, claro, estamos en 1950,
en una sociedad muy puritana en la que los embarazos extramatrimoniales están
absolutamente demonizados y conducen al ostracismo social. Finalmente, la
mujer, acongojada y deseosa de reconciliarse consigo misma, porque su intención
fue tenerlo, no renunciar a él, conduce hasta el lugar donde se va a encontrar
con la segunda mujer: una periodista
cínica, dura y brillante, que se ha abierto camino en un mundo de hombres
renunciando a todo. Estamos en presencia de quien acapara, con su magnetismo,
la atención de los espectadores: la inmensa Patricia Neal, la misma de El
manantial, de King Vidor y la acaso desconocida en un extraordinario papel
en Hud, de Martin Ritt, que fue el que le valió un Oscar, el único de
una brillante carrera. Su historia entra de lleno en un tema de gran actualidad
en nuestros días: la compatibilidad profesional y familiar de una mujer que
aspira a llegar a lo más alto en su profesión. Es evidente que su pareja en la
película, quien no acepta esa vida «independiente» de su mujer, y pretende
tenerla poco menos que «con la pata quebrada y en casa», y en esos menesteres
de cocinera hogareña viene a tentarla el director de su diario con la mejor
oferta para consagrarla, lo que acaba definitivamente con su matrimonio, pero
la lanza al estrellato periodístico. Las tres se encuentran en el despacho de
la institución que gestiona las adopciones, y vuelven a encontrarse en el
pequeño restaurante desde donde parte la patrulla de rescate del niño, cuyas
peripecias se nos van retransmitiendo constantemente, lo que genera una tensión
que sirve de contrapeso a las historias melodramáticas de las tres mujeres. A
título anecdótico, conviene saber, para apreciar lo que hubo de significar este
personaje para Patricia Neal, que la actriz acababa de tener un aborto tras su
relación con Gary Cooper, con quien rodó El manantial. Hay en su
interpretación, así pues, un fondo de experiencia compartida, hasta cierto
punto, que contribuye poderosamente a perfilar su «duro» personaje, en quien
vemos, junto con sus colegas, la otra cara del periodismo, el de la búsqueda de
la historia sensacional a toda costa, sin jamás importarles la repercusión en
los demás de sus publicaciones. En cierto modo, aunque muy suavizado, el
ambiente de la prensa alrededor del suceso del crío superviviente recuerda el «circo»
de la película de Wilder: El gran carnaval. Sí, hay una noble acción de
por medio, porque un sabueso de la carnaza es capaz de renunciar, previa
petición de una enternecida periodista, a la exclusiva de que una exconvicta y
ahora expresidiaria podría ser la madre del niño rescatado. Porque ahí radica
el suspense de la historia, en saber cuál de las tres es la verdadera madre del
niño. Para completar el trío del que venimos hablando, se nos cuenta la
historia de la última mujer que aparece en el escenario desde donde se sigue el
rescate: la historia de una bailarina a quien rechaza un amante, condicionado
por un lugarteniente suyo que se interpone constantemente entre ella y él, y
con quien solo puede entrevistarse para comunicarle su embarazo cuando el
lugarteniente lo ha preparado todo para inculparla a ella de la muerte de su
jefe, por lo que es condenada a la cárcel. La relación entre las tres mujeres,
tras la abrupta llegada de la expresidiaria, va suavizándose paulatinamente,
porque, al fin y al cabo, las une el hecho de ser las tres totalmente
ignorantes de cuál de ellas sea la madre biológica. Recordemos que por las
normas éticas de la institución que los da en adopción, nunca, en ninguna
circunstancia, ninguna mujer que entrega a su hijo en adopción, tendrá
información de ese hijo. Dejo aquí a los lectores de esta crítica para que sepan
cómo se resuelve una película cuyo final no es lo más relevante, dadas las
historias que nos ofrecen una visión de la sociedad en la que las mujeres
parecen destinadas a sacrificarlo todo por los hombres, incluso la renuncia a
su propio instinto maternal, pero ha de reconocerse que también hay momentos de
reconciliación con ciertas actitudes positivas, como la reacción del esposo que
vuelve de viaje y se reencuentra con su esposa para conocer una parte de su
vida que ella le había ocultado.
La película,
muy intimista, se prodiga en secuencias en las que los protagonistas de la
película adquieren una presencia dominante, con primeros planos llenos de una
expresividad emocional que nunca decepciona. El ritmo no cojea en ningún
momento y las revelaciones se suceden en dosis que nos permiten comprender
mejor los sentimientos de las tres mujeres. A pesar de la excelsa interpretación
de Patricia Neal, quiero destacar la historia de la bailarina, con una intensa
Ruth Roman, superviviente, años más tardes, del hundimiento del buque Andrea
Doria, junto con su hijo…, en el papel de amante de un hombre de negocios,
acaso un capo mafioso, al que no puede acceder porque su lugarteniente, un espléndido
Ted de Corsia, especialista en papeles de mafioso, se interpone como un mal
sueño en su camino, en una magnífica sucesión de secuencias que adquieren naturaleza de pesadilla kafkiana para la protagonista.
Me extraña que
esta película de Wise no forme parte del núcleo duro de sus mejores películas,
pero me gustaría contribuir con esta crítica a que tal cosa suceda.
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