lunes, 26 de febrero de 2024

«Tres secretos», de Robert Wise, un soberbio melodrama y más…

 


El embarazo como «accidente» en la vida de tres mujeres muy distintas: el retrato moral polifónico de una época.

 

Título original: Three Secrets

Año: 1950

Duración: 98 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Robert Wise

Guion: Martin Rackin, Gina Kaus

Reparto: Eleanor Parker; Patricia Neal; Ruth Roman; Frank Lovejoy; Leif Erickson; Ted de Corsia; Larry Keating; Edmon Ryan; Katherine Warren; Arthur Franz.

Música: David Buttolph

Fotografía: Sidney Hickox (B&W).

 

          Vista hace muchos años, he revisitado ayer esta cinta de Wise que no está, me temo, entre las suyas más vistas, y no será por el altísimo interés que tiene el melodrama que retrata las vidas de tres mujeres en cuyo camino personal se cruza un embarazo y el parto de una criatura a quien optan por dar en adopción, dado el rumbo que toma sus vidas, en la imposible compañía del hombre con quien lo tuvieron cada una de ellas. A partir de una trágica noticia: el choque de un avión contra un pico en el que fallecen los padres de un niño adoptado, que sobrevive al accidente, justo el día en que el niño celebraba su cumpleaños, tres mujeres que dieron el niño en adopción el mismo día a la misma institución de donde procedía el niño ahora huérfano, se ven sacudidas por la premonición de que acaso ese niño sea su hijo. Abre la historia Eleanor Parker, a quien su marido le trae la noticia que absorbe el interés de toda la ciudadanía, porque se van a iniciar las labores de rescate del niño, colgado en una repisa del pico a 4000 metros de altura. El marido se va, pero la mujer se queda en compañía de su madre, quien trata de disuadirla de que ese sea «su» hijo, lo que no consigue, está claro. El primero de los tres flashbacks que veremos, nos cuenta la historia del desencuentro amoroso de un soldado y la joven que lleva un hijo suyo en las entrañas. Es la madre quien la disuade, con una posición moral a la que contradice una reacción «maternal» con el nieto al que renuncia: «Yo te he perdonado; ahora espero que Dios también lo haga». Sí, claro, estamos en 1950, en una sociedad muy puritana en la que los embarazos extramatrimoniales están absolutamente demonizados y conducen al ostracismo social. Finalmente, la mujer, acongojada y deseosa de reconciliarse consigo misma, porque su intención fue tenerlo, no renunciar a él, conduce hasta el lugar donde se va a encontrar con la segunda  mujer: una periodista cínica, dura y brillante, que se ha abierto camino en un mundo de hombres renunciando a todo. Estamos en presencia de quien acapara, con su magnetismo, la atención de los espectadores: la inmensa Patricia Neal, la misma de El manantial, de King Vidor y la acaso desconocida en un extraordinario papel en Hud, de Martin Ritt, que fue el que le valió un Oscar, el único de una brillante carrera. Su historia entra de lleno en un tema de gran actualidad en nuestros días: la compatibilidad profesional y familiar de una mujer que aspira a llegar a lo más alto en su profesión. Es evidente que su pareja en la película, quien no acepta esa vida «independiente» de su mujer, y pretende tenerla poco menos que «con la pata quebrada y en casa», y en esos menesteres de cocinera hogareña viene a tentarla el director de su diario con la mejor oferta para consagrarla, lo que acaba definitivamente con su matrimonio, pero la lanza al estrellato periodístico. Las tres se encuentran en el despacho de la institución que gestiona las adopciones, y vuelven a encontrarse en el pequeño restaurante desde donde parte la patrulla de rescate del niño, cuyas peripecias se nos van retransmitiendo constantemente, lo que genera una tensión que sirve de contrapeso a las historias melodramáticas de las tres mujeres. A título anecdótico, conviene saber, para apreciar lo que hubo de significar este personaje para Patricia Neal, que la actriz acababa de tener un aborto tras su relación con Gary Cooper, con quien rodó El manantial. Hay en su interpretación, así pues, un fondo de experiencia compartida, hasta cierto punto, que contribuye poderosamente a perfilar su «duro» personaje, en quien vemos, junto con sus colegas, la otra cara del periodismo, el de la búsqueda de la historia sensacional a toda costa, sin jamás importarles la repercusión en los demás de sus publicaciones. En cierto modo, aunque muy suavizado, el ambiente de la prensa alrededor del suceso del crío superviviente recuerda el «circo» de la película de Wilder: El gran carnaval. Sí, hay una noble acción de por medio, porque un sabueso de la carnaza es capaz de renunciar, previa petición de una enternecida periodista, a la exclusiva de que una exconvicta y ahora expresidiaria podría ser la madre del niño rescatado. Porque ahí radica el suspense de la historia, en saber cuál de las tres es la verdadera madre del niño. Para completar el trío del que venimos hablando, se nos cuenta la historia de la última mujer que aparece en el escenario desde donde se sigue el rescate: la historia de una bailarina a quien rechaza un amante, condicionado por un lugarteniente suyo que se interpone constantemente entre ella y él, y con quien solo puede entrevistarse para comunicarle su embarazo cuando el lugarteniente lo ha preparado todo para inculparla a ella de la muerte de su jefe, por lo que es condenada a la cárcel. La relación entre las tres mujeres, tras la abrupta llegada de la expresidiaria, va suavizándose paulatinamente, porque, al fin y al cabo, las une el hecho de ser las tres totalmente ignorantes de cuál de ellas sea la madre biológica. Recordemos que por las normas éticas de la institución que los da en adopción, nunca, en ninguna circunstancia, ninguna mujer que entrega a su hijo en adopción, tendrá información de ese hijo. Dejo aquí a los lectores de esta crítica para que sepan cómo se resuelve una película cuyo final no es lo más relevante, dadas las historias que nos ofrecen una visión de la sociedad en la que las mujeres parecen destinadas a sacrificarlo todo por los hombres, incluso la renuncia a su propio instinto maternal, pero ha de reconocerse que también hay momentos de reconciliación con ciertas actitudes positivas, como la reacción del esposo que vuelve de viaje y se reencuentra con su esposa para conocer una parte de su vida que ella le había ocultado.

          La película, muy intimista, se prodiga en secuencias en las que los protagonistas de la película adquieren una presencia dominante, con primeros planos llenos de una expresividad emocional que nunca decepciona. El ritmo no cojea en ningún momento y las revelaciones se suceden en dosis que nos permiten comprender mejor los sentimientos de las tres mujeres. A pesar de la excelsa interpretación de Patricia Neal, quiero destacar la historia de la bailarina, con una intensa Ruth Roman, superviviente, años más tardes, del hundimiento del buque Andrea Doria, junto con su hijo…, en el papel de amante de un hombre de negocios, acaso un capo mafioso, al que no puede acceder porque su lugarteniente, un espléndido Ted de Corsia, especialista en papeles de mafioso, se interpone como un mal sueño en su camino, en una magnífica sucesión de secuencias que adquieren naturaleza de pesadilla kafkiana para la protagonista.

          Me extraña que esta película de Wise no forme parte del núcleo duro de sus mejores películas, pero me gustaría contribuir con esta crítica a que tal cosa suceda.

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