El invento del
cine, la doble moral burguesa y la
perversión suma: una obra maestra.
Título original: Pro urodov i lyudeyaka
Año: 1998
Duración: 93 min.
País: Rusia
Dirección: Aleksei Balabanov
Guion: Aleksei Balabanov
Reparto: Sergey Makovetskiy;
Dinara Drukarova; Anzhelika Nevolina; Viktor Sukhorukov;
Chingiz Tsydendambayev; Vadim
Prokhorov; Aleksandr Mezentsev; Igor Shibanov; Alyosha Dyo; Dariya Lesnikova; Valeri
Krishtapenko; Yuriy Galtsev; Boris Smolkin; Irina Rakshina; Lyudmila
Arzhannikova; Valeriya Yakovleva; Kristina Skvarek.
Música: Éric Neveux
Fotografía: Sergei Astakhov.
San
Petersburgo a principios de siglo. El negocio de las postales eróticas, sobre
todo las dedicadas al «vicio inglés». Las ricas familias acomodadas en las que,
a través del servicio, se cuelan esas postales. Una ciudad retratada con una
belleza total: desierta, como en Días felices, su ópera prima. El
nacimiento de las primeras cámaras de rodaje y proyectores. El salto de las
postales a las películas, con el mismo tema. La falta de escrúpulos de un
rufián que no se detiene ni ante el crimen para «apoderarse» de la joven
heredera de quien está arrebatadamente enamorado. Un padre seducido por la
hermana del truhan y a quien nombra albacea testamentaria de su hija hasta que
esta se case con quien libremente quiera. El lacayo del truhan obsesionado con
los hijos siameses adoptados por el matrimonio fracasado de un doctor, y, de
paso, eróticamente, con la mujer ciega que no soporta al marido pero se rinde
ante el jayán.
Y comienza la
película, en riguroso blanco y negro, muda, con intertítulos. En antros inhóspitos
se sacan las fotografías de la mujer venerable azotando los cuerpos desnudos de
las jóvenes. A medida que avanza la acción, el blanco y negro gira a sepia y
empieza una narración costumbrista de la decadencia de esos dos hogares que
acabarán unidos por el mal que se introduce en ellos casi subrepticiamente y
logra, finalmente, triunfar, de modo que la novia idealizada acaba convertida
en «carne de porno» para las películas que rodará quien asiste, en los tiempos
felices, a una comida en casa de la protagonista y es considerado como el novio
oficial, aunque depende económicamente de quien le paga las cámaras, el
perverso Yohan que, con frío cálculo, ha logrado apoderarse de la casa de quien
lo echó con cajas destempladas cuando pidió la mano de su hija. El viaje de Yohan
en barca por el río Nevá con una chimenea que despide un denso humo negro, como
una vieja locomotora, y él en la proa con un ramo de flores es una de las mil y
una imágenes icónicas de esta terrible y maravillosa película en la que se
mezclan la belleza de los planos con el mal de la perversa historia no solo de
la hija del ingeniero, sino del imperturbable Yohan y la emocionante historia
de los gemelos siameses a quien la criada del doctor seduce eróticamente con
las postales y con la exhibición impúdica de su seno desnudo ante los ojos
atónitos de uno de los siameses, porque son distintos. Luego volveré sobre
ellos.
La
majestuosidad de los movimientos de cámara en una ciudad desierta por la que
atraviesan apenas los personajes de la historia y un tren que, mientras vive el
ingeniero, parte hacia la derecha del plano, como símbolo de progreso y
esperanza de los personajes, y después de su muerte, hacia la izquierda,
simbolizando la fatalidad del destino de los mismos, son elementos que nos
revelan la querencia de Balabanov por los símbolos y, en parte por revelar esa
faceta absurda de la existencia que desvela las profundas hipocresías sociales
que construimos. Por cierto, el estrafalario traje del operador de la primera
cámara de cine recuerda sobremanera el del marido de la patrona de la casa
donde le alquilan al personaje de Días felices una habitación. Y ahí
entra en juego el otro lado de la perversión asociada al cine como atracción de
barraca de feria, algo que el cine no ha olvidado, dada la prevalente afición
de innumerables cineastas a localizar en las ferias parte de la acción de sus
películas, e insisto en que alguien debería escribir una monografía sobre ello…
El ayudante de Yohan, el protagonista de Días felices, vive
obsesionado con los siameses de la frígida ciega y el doctor amigo de la
familia del ingeniero y su hija. Una vez que Yohan se sacude la amenaza del
doctor disparándole por debajo de la mesa mientras está comiendo, y es muy
notable el plano en que se vierte el contenido liquido del bol y va goteando
hacia el cadáver; el ayudante, digo, secuestra a los niños, después de haber
seducido a la mujer y los lleva a los tres a la casa tomada por Yohan para que
todos sirvan de intérpretes de esas películas que luego se verán de forma
privada por los miembros de una sociedad tan devota de ellas como escandalizada
por su existencia. Antes de llegar, ha habido una escena escalofriante en la
que el ayudante levanta los largos faldones de la mujer ciega para descubrir
que no lleva ropa interior ninguna, y en ese momento irrumpen los hijos en
escena y contemplan horrorizados a su madre medio desnuda.
En el
transcurso del secuestro, los explotadores descubren que los siameses son
excelentes cantantes —su madre ciega los educa exquisitamente— y que, cada uno
por un lado del instrumento, ambos tocan al alimón el acordeón. Estamos ante
uno de los momentos «mágicos» de la película, tanto cuando interpretan en la
casa la canción como cuando lo hacen ante un auditorio. La historia de estos
siameses es de una crueldad infinita y muy difícil de soportar, porque muchos
personajes de la película han roto todas las barreras morales y solo atienden
al negocio y a su explotación. El lacayo de Yohan consigue aficionar a la bebida
a uno de los siameses, y me abstengo de seguir contando el devenir de esa
terrible iniciación porque es importante asistir a la perversión diferida de
esa adicción. El otro, sin embargo, más serio, se enamora de Leeza, la hija del
ingeniero, y, compartiendo los tres la habitación donde viven literalmente
secuestrados, ella accede a tener relaciones sexuales con él, en lo que, «probablemente
será la
única ocasión que tenga en mi vida», porque el hermano está
profundamente dormido, a causa del alcohol.
Como se
advierte por la sinopsis, estamos ante una obra que mezcla muy sabiamente
varios elementos que definen toda una época y que tienen, para Balabanov, una
importancia capital: el cine, en primer lugar, porque, a pesar de la trama
sórdida, el descubrimiento de la cámara es un momento «feliz» para quien, sin
embargo, ha pasado de novio aspirante de Leeza a operador de su degradación, y
esa sabia mezcla de felicidad y profanación del objeto de su deseo está muy
conseguida en la secuencia; el oscuro mundo de los criados y su poder sobre los
amos; la doble moral burguesa; y unos exteriores solitarios en los que el
director consigue secuencias muy brillantes. Hay otros aspectos dignos de
consideración detallada, pero solo puedo entrar en ellos destripando totalmente
el argumento.
A mí, y esta
es la quinta película que veo del autor, me ha parecido la mejor de todas. Las
interpretaciones, sobre todo la de Yohan, Sergey Makovetskiy, es fantástica, y,
a su manera, me ha recordado, acaso por la similitud temática, al mejor Dirk
Bogarde, el de El sirviente, de Losey. A su lado, repiten los dos
personajes protagonistas de Días felices, Anzhelika Nevolina y Viktor
Sukhorukov. Y sobresalen, por méritos propios, Dinara Drukarova, una Leeza inolvidable,
y los siameses Chingiz Tsydendambayev (Tolia) y Alyosha Dyo (Kolia).
Dada la nula
distribución del cine de Balabanov en España, esta película, que puede verse
en Filmin, no ha llegado a nuestras pantallas. A mí me parece una obra maestra,
con un final apoteósico. Otros habrá que acaso me desengañen, pero hasta el
momento…
No hay comentarios:
Publicar un comentario