viernes, 22 de marzo de 2024

«Solo las bestias», de Dóminik Moll o la enésima prevalencia del Azar.

 


Un excelente guion para una historia de soledades agrestes e instintos desatados.

 

Título original: Seules les bêtes

Año: 2019

Duración: 117 min.

País:  Francia

Dirección: Dóminik Moll

Guion: Gilles Marchand, Dóminik Moll. Novela: Colin Niel

Reparto: Denis Ménochet; Laure Calamy; Damien Bonnard; Nadia Tereszkiewicz; Bastien Bouillon; Valeria Bruni Tedeschi; Jenny Bellay; Fred Ulysse.

Música: Benedikt Schiefer

Fotografía: Patrick Ghiringhelli.

 

          En una geografía nada desconocida, dos vacaciones familiares en Millau, esta película del experimentado director de intrigas policiales, Dóminik Moll, cuya obra La noche del 12 lo acredita como experto en la creación de tramas muy sólidas y, en esta precisamente, en una revisión del polar tradicional, al centrarse en los métodos de investigación que persiguen aclarar un caso casi imposible de ser resuelto, nos presenta una trabada historia sobre un asesinato no menos difícil de resolver y que presenta una complicación de relaciones cruzadas que hacen de la historia casi una celebración del Azar como motor del acontecer cotidiano de las personas. Rodada en tiempo invernal, con lo que inconscientemente tendemos a recordar Fargo, de los Cohen, de buen comienzo sabemos que se ha producido la desaparición de una mujer y se investiga si de ello se deriva un asesinato, algo de lo que no tardamos en enterarnos. Los distintos personajes que aparecen en la trama pertenecen ya a esforzados ganaderos de la zona, ya a la alta burguesía, el proletariado o los jóvenes de Abiyán que explotan las fantasías sexuales de adultos reprimidos a través de falsos contactos en los que se hacen pasar por las jóvenes de quienes han comprado la persona y vídeos eróticos con los que seducir a los contactados. Eso es lo que le ocurre a uno de los protagonistas, interpretado por Denis Ménochet, el ya famoso en España protagonista de As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen, una historia complementaria, pero fundamental para acabar de entender las miserias humanas que vehiculan las historias corales, entre las que no es menor el adulterio de la mujer del estafado en internet con un ganadero vecino.

          Lo profundamente original, siempre hasta cierto punto, claro…, es la manera como se nos cuenta la historia, porque los hechos van conociéndose a través de los capítulos en que  vuelven a verse hechos conocidos en otros desde la perspectiva de otros personajes, lo que permite ir atando cabos muy poco a poco, hasta llegar, finalmente, a saber que ha habido un asesinato y quién es la persona responsable, amen de las reacciones insospechadas que provoca tal suceso. Ello significa que, aparentemente, todas las relaciones parecen pertenecer a historias muy distintas, el adulterio mencionado, el adulterio/estafa a través de internet, la relación tóxica de una mujer madura con una joven que se enamora de ella, la aparición testimonial de un policía que anda totalmente desorientado respecto de la desaparición de la mujer en una estepa nevada, la perturbación mental del ganadero vecino, la historia de la mujer africana que tiene un protector blanco al que no quiere perder, la historia del joven estafador que tiene una hija con ella… Como se aprecia, el planteamiento lo tiene todo de laberinto de historias, de Vidas cruzadas, de Altman, un método en el que, al ir descubriendo los vínculos de unas historias con otras, acabamos convenciéndonos de la importancia del Azar en nuestras vidas y de la fragilidad de las relaciones humanas.

          En términos generales, todas las historias tienen un algo de soledad, misterio y oscuridad que nos acercan más a la tristeza que a lo real complejo: no hay ni un resquicio para el humor en la vida de los personajes: viven arrastrados por sus pasiones, sus condicionamientos, sus caprichos y sus egoísmos, y no ven más allá de su propio ombligo. Que estemos en un ambiente rural explica algo, porque los personajes viven en casas aisladas, con difícil comunicación y tienden, como le pasa al vecino de la pareja protagonista, a hablar «solo con las bestias», que da pie al título de la película. Todos desconfían de todos y todos viven una profunda insatisfacción, como si todos estuvieran desubicados y anhelaran un lugar propio. Incluso la joven enamorada de la mujer madura acaba viviendo en la inhóspita rulot de un camping de bungalows cerrados porque quiere buscar su lugar en brazos de la mujer madura, quien, sin embargo, intuye la pasión devastadora de la obsesión y la acaba rechazando. La mujer madura será la víctima. Y nadie será sospechoso de la muerte hasta que descubramos cómo muere, lo que no pone en modo alguno fin a la trama, dado que hay, al menos dos hilos narrativos abiertos que el guion tiene la bondad de permitirnos seguir para iluminarnos sobre lo que realmente ocurre, algo que nos estremece y nos pasma por igual.

          La vida en el campo es dura, y el trato con los animales deja huella. Si añadimos el hecho de llevar una vida insatisfecha matrimonialmente o vivir traumatizado y tener serios conflictos mentales, comprendemos enseguida que son condicionantes a los que difícilmente se puede escapar.

          El paisaje de Les Grands Causses sirve de escenario para una realización en la que la geografía y el clima parecen convertirse en factores decisivos para entender la psicología de los personajes. Se trata de una gran Parque Natural en el sureste de Francia siempre atractivo, en invierno y en verano. El frío invernal al que los protagonistas parecen habituados nos cala en los huesos cuando advertimos que aún es más gélido el corazón de esos seres incomunicados, que rehúyen la palabra cordial y que renuncian a la vida social. Los planos de las bestias estabuladas hasta que pasen los fríos son, acaso, la visión más cordial y amable de la película. Y ni siquiera las secuencias lésbicas de la víctima con la camarera, que complementa el sueldo con sesiones de vídeo porno caseras, tienen la más mínima «cordialidad», y sí el agrio regusto de un amor fou casi incomprensible.

          Insisto, sin embargo, en que el modo feliz como el director va encadenando las revelaciones de la trama en torno a la desaparición, primero, y después asesinato, nos ofrece una película altamente adictiva. Sí, es cierto que el viaje a Abiyán del protagonista tiene un regusto de disparate narrativo, pero se disculpa si tenemos en cuenta que sirve para completar la historia de los dos jóvenes costamarfileños, ella, que emigra a Francia con su «blanco» rico y él, que continúa su vida de innobles trapicheos en los barrios bajos de la gran ciudad. Los ambientes de la capital africana, la aspiración a la vida de «triunfadores» de quienes solo lo pueden conseguir con el fraude, tiene un poder visual magnífico y unas interpretaciones muy destacables.

          En conjunto, todos los elementos, por dispares que sean, sirven para describirnos dos realidades, la de la antigua colonia y la de la región del Gran Macizo francés, altamente interesantes, tanto desde la psicología como desde la sociología de una profesión, la de ganadero, dura y poco reconocida.

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