Un excelente
guion para una historia de soledades agrestes e instintos desatados.
Título original: Seules les
bêtes
Año: 2019
Duración: 117 min.
País: Francia
Dirección: Dóminik Moll
Guion: Gilles Marchand,
Dóminik Moll. Novela: Colin Niel
Reparto: Denis Ménochet; Laure
Calamy; Damien Bonnard; Nadia Tereszkiewicz; Bastien Bouillon; Valeria Bruni
Tedeschi; Jenny Bellay; Fred Ulysse.
Música: Benedikt Schiefer
Fotografía: Patrick
Ghiringhelli.
En una geografía
nada desconocida, dos vacaciones familiares en Millau, esta película del
experimentado director de intrigas policiales, Dóminik Moll, cuya obra La
noche del 12 lo acredita como experto en la creación de tramas muy sólidas
y, en esta precisamente, en una revisión del polar tradicional, al
centrarse en los métodos de investigación que persiguen aclarar un caso casi
imposible de ser resuelto, nos presenta una trabada historia sobre un asesinato
no menos difícil de resolver y que presenta una complicación de relaciones
cruzadas que hacen de la historia casi una celebración del Azar como motor del
acontecer cotidiano de las personas. Rodada en tiempo invernal, con lo que inconscientemente
tendemos a recordar Fargo, de los Cohen, de buen comienzo sabemos que se
ha producido la desaparición de una mujer y se investiga si de ello se deriva
un asesinato, algo de lo que no tardamos en enterarnos. Los distintos
personajes que aparecen en la trama pertenecen ya a esforzados ganaderos de la
zona, ya a la alta burguesía, el proletariado o los jóvenes de Abiyán que
explotan las fantasías sexuales de adultos reprimidos a través de falsos
contactos en los que se hacen pasar por las jóvenes de quienes han comprado la
persona y vídeos eróticos con los que seducir a los contactados. Eso es lo que
le ocurre a uno de los protagonistas, interpretado por Denis Ménochet, el ya
famoso en España protagonista de As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen,
una historia complementaria, pero fundamental para acabar de entender las
miserias humanas que vehiculan las historias corales, entre las que no es menor
el adulterio de la mujer del estafado en internet con un ganadero vecino.
Lo
profundamente original, siempre hasta cierto punto, claro…, es la manera como
se nos cuenta la historia, porque los hechos van conociéndose a través de los
capítulos en que vuelven a verse hechos
conocidos en otros desde la perspectiva de otros personajes, lo que permite ir
atando cabos muy poco a poco, hasta llegar, finalmente, a saber que ha habido
un asesinato y quién es la persona responsable, amen de las reacciones
insospechadas que provoca tal suceso. Ello significa que, aparentemente, todas
las relaciones parecen pertenecer a historias muy distintas, el adulterio
mencionado, el adulterio/estafa a través de internet, la relación tóxica de una
mujer madura con una joven que se enamora de ella, la aparición testimonial de
un policía que anda totalmente desorientado respecto de la desaparición de la
mujer en una estepa nevada, la perturbación mental del ganadero vecino, la
historia de la mujer africana que tiene un protector blanco al que no quiere
perder, la historia del joven estafador que tiene una hija con ella… Como se
aprecia, el planteamiento lo tiene todo de laberinto de historias, de Vidas
cruzadas, de Altman, un método en el que, al ir descubriendo los vínculos
de unas historias con otras, acabamos convenciéndonos de la importancia del
Azar en nuestras vidas y de la fragilidad de las relaciones humanas.
En términos
generales, todas las historias tienen un algo de soledad, misterio y oscuridad
que nos acercan más a la tristeza que a lo real complejo: no hay ni un
resquicio para el humor en la vida de los personajes: viven arrastrados por sus
pasiones, sus condicionamientos, sus caprichos y sus egoísmos, y no ven más allá
de su propio ombligo. Que estemos en un ambiente rural explica algo, porque los
personajes viven en casas aisladas, con difícil comunicación y tienden, como le
pasa al vecino de la pareja protagonista, a hablar «solo con las bestias», que
da pie al título de la película. Todos desconfían de todos y todos viven una
profunda insatisfacción, como si todos estuvieran desubicados y anhelaran un
lugar propio. Incluso la joven enamorada de la mujer madura acaba viviendo en la
inhóspita rulot de un camping de bungalows cerrados porque quiere buscar
su lugar en brazos de la mujer madura, quien, sin embargo, intuye la pasión
devastadora de la obsesión y la acaba rechazando. La mujer madura será la
víctima. Y nadie será sospechoso de la muerte hasta que descubramos cómo muere,
lo que no pone en modo alguno fin a la trama, dado que hay, al menos dos hilos
narrativos abiertos que el guion tiene la bondad de permitirnos seguir para iluminarnos
sobre lo que realmente ocurre, algo que nos estremece y nos pasma por igual.
La vida en el
campo es dura, y el trato con los animales deja huella. Si añadimos el hecho de
llevar una vida insatisfecha matrimonialmente o vivir traumatizado y tener
serios conflictos mentales, comprendemos enseguida que son condicionantes a los
que difícilmente se puede escapar.
El paisaje de Les
Grands Causses sirve de escenario para una realización en la que la
geografía y el clima parecen convertirse en factores decisivos para entender la
psicología de los personajes. Se trata de una gran Parque Natural en el sureste
de Francia siempre atractivo, en invierno y en verano. El frío invernal al que
los protagonistas parecen habituados nos cala en los huesos cuando advertimos
que aún es más gélido el corazón de esos seres incomunicados, que rehúyen la
palabra cordial y que renuncian a la vida social. Los planos de las bestias
estabuladas hasta que pasen los fríos son, acaso, la visión más cordial y
amable de la película. Y ni siquiera las secuencias lésbicas de la víctima con
la camarera, que complementa el sueldo con sesiones de vídeo porno caseras,
tienen la más mínima «cordialidad», y sí el agrio regusto de un amor fou
casi incomprensible.
Insisto, sin
embargo, en que el modo feliz como el director va encadenando las revelaciones
de la trama en torno a la desaparición, primero, y después asesinato, nos
ofrece una película altamente adictiva. Sí, es cierto que el viaje a Abiyán del
protagonista tiene un regusto de disparate narrativo, pero se disculpa si
tenemos en cuenta que sirve para completar la historia de los dos jóvenes
costamarfileños, ella, que emigra a Francia con su «blanco» rico y él, que
continúa su vida de innobles trapicheos en los barrios bajos de la gran ciudad.
Los ambientes de la capital africana, la aspiración a la vida de «triunfadores»
de quienes solo lo pueden conseguir con el fraude, tiene un poder visual
magnífico y unas interpretaciones muy destacables.
En conjunto,
todos los elementos, por dispares que sean, sirven para describirnos dos
realidades, la de la antigua colonia y la de la región del Gran Macizo francés,
altamente interesantes, tanto desde la psicología como desde la sociología de
una profesión, la de ganadero, dura y poco reconocida.
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